Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNSeries – Crítica de Cowboy Bebop. Primera temporada, de Jeff Pinkner y André Nemec
Creadores: Jeff Pinkner y André Nemec.
Dirección: Alex Garcia Lopez y Michael Katleman.
Guion: Jeff Pinkner, Hajime Yatate, Keiko Nobumoto, Liz Sagal y Christopher Yost (Obra original: WATANABE Shin’ichirō).
Música: Yoko Kanno.
Fotografía: Thomas Burstyn, Dave Perkal y Jean-Philippe Gossart.
Reparto: John Cho, Mustafa Shakir, Daniella Pineda, Alex Hassell, Elena Satine, Geoff Stults, Tamara Tunie, Mason Alexander Park, Rachel House, Ann Truong, Lucy Currey, Blessing Mokgohloa, Cali Nelle, Arlo Green, Molly Moriarty, John Noble, Fungai Mhlanga, Lutz Halbhubner, Arthur Ranford, Jay Paulson.
Duración: 10 episodios de entre 39–51 minutes.
Productora: Netflix, Tomorrow Studios, Midnight Radio, Sunrise, Inc.
Nacionalidad: Estados Unidos.
«Pretendía seguir viviendo un sueño imposible,
pero de repente he despertado.»
En 2018, el corazón de muchos aficionados se paró en seco por unos instantes al anunciarse que Netflix estaba desarrollando una serie de televisión de imagen real de Cowboy Bebop, el fabuloso anime de culto del estudio Sunrise creado en 1998 por WATANABE Shin’ichirō. La noticia llegaba en la fecha de la conmemoración de los primeros veinte años del estreno del anime original y lo único bueno que vimos algunos en este anuncio es que se trataría de una serie y no de una película hollywoodense al uso. Este formato no ha dado hasta la fecha muy buenos resultados: Dragon Ball: Evolution, Speed Racer, Death Note, Ghost in the Shell y Alita: Ángel de Combate sirven como muestra de ello. Una serie de producciones que demuestran la difícil relación entre anime y cine de Hollywood y sus irreconciliables sensibilidades. En cualquier caso, la producción de Netflix es hoy una realidad y cuenta con un viejo conocido del cómic estadounidense en sus filas, un Christopher Yost del que cada vez son más escasos sus trabajos en las viñetas en contraste con su desempeño en el medio audiovisual. Entre otros trabajos, en los últimos años ha colaborado en los guiones de Thor: El Mundo Oscuro y Thor: Ragnarok y ha participado en el desarrollo de un éxito yan notorio como El Mandaloriano. Pero la difícil tarea de adaptar Cowboy Bebop a imagen real era un reto algo distinto. La inicitiva de este proyecto corre a cargo de la pareja formada por André Nemec (Misión Imposible: Protocolo Fantasma, Teenage Mutant Ninja Turtles) y Jeff Pinkner (The Amazing Spider-Man 2, Venom). Ellos han puesto en marcha una producción en la que militan -además de Yost– toda una legión de guionistas y dos únicos directores, Alex Garcia Lopez y Michael Katleman.
No obstante, la mejor noticia para el proyecto -y con la que estará de acuerdo cualquier aficionado- fue la decisión de contar con WATANABE Shinichirō como consultor creativo y contratar a KANNO Yoko para encargarse de la banda sonora como ya había hecho en el anime en su día. Y esto no era moco de pavo, la banda sonora de Cowboy Bebop era clave para su ambientación y funcionaba como elemento de cohesión a esa interesante mezcolanza de géneros que proponía Watanabe. Netflix se marcó un sonoro tanto con esta noticia y, posteriormente, dejando a un lado el anuncio del casting de sus personajes principales -una cuestión que nunca llueve a gustos de todo, pero que raramente marca la calidad de un producto- la compañía nos fue ganando con unos avances que nos recordaban con fuerza el universo de Cowboy Bebop. La caracterizaciones e interpretaciones de John Cho (American Pie, Star Trek) como Spike Spiegel, Mustafa Shakir (Marvel’s Luke Cage) como Jet Black y Daniella Pineda (Jurassic World: El Reino Caído) como Faye Valentine, parecían ser no solo correctas, sino también fieles a la esencia de estos amados personajes. Y alguno de los avances más recientes al estreno de la serie mostraba una buena dinámica entre ellos y un interés por hacer algo inteligente y/o diferente a nivel narrativo con la serie.
También se evidenciaba que no era una superproducción y algunos efectos especiales no eran todo lo impactantes que podrían ser. Además, en algunos casos esa translación del universo y los personajes de Cowboy Bebop al mundo real nos dejaba esa misma incomoda sensación que muchos live action japoneses nos trasmiten. La de estar viendo a personas disfrazadas intentando meterse en la piel de sus personajes favoritos. Pero se trasmitía cierto cariño y entendimiento por la fuente original. Y si teníamos alguna duda… ¡esa cabecera con Tank! como tema principal e inspirada directamente en la producción de Watanabe nos acabó por nublar la razón! Todo parecía apuntar a que esta vez sí. ¡Podíamos estar ante una buena adaptación! Y muchos bajamos la guardia frente a Netflix lo cual siempre es peligroso. Porque hay que valorar el buen gusto y riesgo de esta compañía para acercarse de forma tan directa a un medio como un cómic para sus adaptaciones, pero que más allá de la idea de partida sus propuestas -y salvo contadas excepciones- suele tener un nulo respeto a las obras en las que se inspira. Los cadáveres bajo la alfombra se amontonan en ese sentido y aunque sea doloroso vale la pena recordarlos: Locke & Key, The October Faction, Las escalofriantes aventuras de Sabrina, The Umbrella Academy… ¡y suma y sigue!
Por desgracia, y como diría el propio Spike, todo fue un sueño y ahora toca despertar de él. Los diez episodios de esta primera temporada de Cowboy Bebop no están carentes de virtudes, pero en el camino sus responsables deciden desviarse del objetivo y cómo consecuencia tenemos una producción que rompe con la elegancia y sobriedad de la obra original para entregarse sin rubor a los convencionalismos y clichés de cualquier producción del montón. Y ese es su principal delito y el que provoca que al concluir su primera temporada seamos conscientes que cualquier fidelidad futura que pueda tener este producto respecto a su referente será simplemente estética y referencial, pues debido a los cambios introducidos -sutiles en algunos casos, pero dramáticos en otros- la historia está condenada a traicionar a sus personajes y los planteamientos que nos ofrecía el anime tomando una dirección muy distinta a este. Es el mismo efecto del «aleteo de la mariposa» que comentó en su día George R. R. Martín respecto a la deriva y dirección paralela que la serie de televisión de Juego de Tronos estaba tomando frente a sus novelas. Pero si en el caso de Cowboy Bebop esta deriva ya se produce en su primera temporada la cosa es bastante más preocupante. Además, se evidencian una carencias a nivel presupuestario que hace que sus responsables busquen caminos más modestos y rutinarios a la serie original, dejando a un lado o interpretando de manera muy libre algunos episodios y pasajes míticos de Cowboy Bebop que por su concepción requerirían una mayor inversión.
El primer episodio de la serie de Netflix entra muy bien y lo hace porque se apega al material de partida, tomando solo algunas licencias y construyendo una propuesta que sí trasmite el espíritu del anime. John Cho, Mustafa Shakir y Daniella Pineda se meten en la piel de sus homólogos animados, replicando incluso sus gestos y la expresión corporal que recordábamos del anime. En ese sentido, se nota que el reparto ha estado viendo la serie de Watanabe y se han esforzado por captar la personalidad de los personajes en sus interpretaciones. Especialmente, la dinámica entre Spike y Jet funciona muy bien a lo largo de toda la serie a excepción de los episodios finales en los que los guionistas deciden tirar esto por la borda, confrontando sus egos y sometiéndolos a una trama llena de tópicos que nunca se llegó a plantear en el anime en estos términos. El caso de la Faye de Daniella Pineda es más ambiguo ya que la actriz la encarna con aplomo, pero la personalidad más extrema y el carácter conflictivo de la Faye del anime se ha atenuado aquí dando lugar a un personaje más convencional y dirigible para el gran público. Además, y pese a ese intento en términos generales de comprender a los personajes, a medida que avanza la serie descubrimos añadidos y matices introducidos por Netflix que tratan de humanizar sus acciones y sus decisiones. Esto hace que un trio tan carismático y disfuncional en el anime, un grupo de personajes condicionadas por su pasado y con graves problemas de comunicación, se convierta a la primera de cambio en un equipo dominado por las dinámicas y clichés que hemos podido ver con anterioridad en mil historias diferentes cargándose de paso parte del tono neo-noir de la obra de Watanabe.
El principal problema de la adaptación -en íntima relación con estos personajes- es la necesidad de intentar unir todos los puntos. Cowboy Bebop estaba ideada como un conjunto de episodios autoconclusivos y con unos pocos de ellos en los que conocíamos algunos aspectos del pasado de sus personajes y que vista en retrospectiva nos ofrecía una auténtica tragedia sustentada en la relación de unos personajes que son incapaces de exteriorizar y lidiar con sus problemas internos. Pero Netflix no se ha podido evitar indagar y contarnos aspectos de la vida de estos personajes que no nos interesan y tampoco aportan un aliciente a su historia. El anime hablaba en muchas ocasiones a través de los silencios y la música de KANNO Yoko, pero aquí sus personajes -reproduciendo un problema habitual de las producciones de Netflix– necesitan verbalizarlo todo y subrayar hasta el más obvio de sus movimientos y sentimientos. En ese sentido, los personajes más perjudicados de la función son el Vicious interpretado por Alex Hassell (The Boys) y la Julia de Elena Satine (Smallville, Agents of S.H.I.E.L.D.). Un par de personajes realmente misteriosos en el anime y con apariciones escasas y muy medidas, parte de una trama de la que apenas se dan pistas y que se va cociendo poco a poco con elegancia hasta el final de la serie. Aquí tienen una mayor proyección -una decisión por otro lado no carente de lógica- pero su dinámica rompe con el ritmo de la serie y les resta todo el misticismo e interés que pudiesen tener a largo plazo.
El Vicious de Netflix se convierte en un villano visceral y emocional construido en base a tópicos sobre su masculinidad y problemas paternos no resueltos. Nada que ver con el asesino frío y calculador que podemos ver en el anime de Cowboy Bebop. Por otro lado, Alex Hassell parece en su interpretación tan desorientado como su personaje y se entrega sin compasión a la sobreactuación tan contradictoria respecto al Vicious que todos conocemos. En el caso de Julia, la producción le niega de partida su estatus de igualdad respecto a Spike y Vicious que esta tenía como miembro del sindicato criminal Dragón Rojo -El Sindicato a secas en la serie de Netflix– para convertirla en una cantante de un club local que se ve inmersa de lleno en las ansías de medrar de Vicious y en una relación tóxica que la acerca trágicamente a Spike. Los cambios introducidos buscan darle algo más de espacio a estos personajes, pero esta decisión -no necesariamente mala como decíamos- se hace de la peor manera posible. Esto provoca que al llegar al último episodio de la primera temporada de esta serie, la historia original de Spike, Vicious y Julia sea casi irreconocible respecto al anime. En parte, porque se toman decisiones incoherentes con la evolución de los propios personajes y que solo buscan sorprender al espectador para atraerlo a una segunda temporada, pero lo hace en base convencionalismos desgastados y tópicos dando de lado a la salida más sobria y elegante por la que optaría el anime.
En algún punto del camino se quedaron las buenas intenciones y la serie de Netflix acaba fallando en lo principal: mantener el misterio y la curiosidad por la historia que Cowboy Bebop nos contaba entre líneas, sutilmente y casi sin darnos cuenta hasta la explosión de acción y emociones que suponían sus episodios finales. Spike, Jet y Faye tendrían que haber sido el centro en todo momento de este show, dejando el pasado de todos en un segundo plano para apuntarlo en momentos muy concretos. Pero Netflix ha querido unir los puntos como decíamos y proponer una historia para dummies en la que todo quede meridianamente claro. De esta manera, en una sola temporada han quemado casi todas sus cartas y han profundizado en los personajes de una manera que el mayor aliciente para una posible segunda temporada pasa por disfrutar de su simple y llana acción (algo en la que en esta versión es algo rácana). Cowboy Bebop es principalmente una space opera de ambientación neo-noir con sus dosis de comedia y drama, con pasajes realmente alucinógenos y una acción que combina lo mejor de John Woo, el cine de arte marciales y la ciencia ficción. Es la historia de unos cazarrecompensas espaciales y lo que menos vemos hacerles en la serie de Netflix a Spike, Jet y Faye es ejercer como tales. Esto también es una tara habitual de las adaptaciones perpetradas por Netflix, como podemos recordar si hablamos de Jessica Jones y la citada The Umbrella Academy, series en las que lo que menos vemos hacer a sus protagonistas es ejercer como detective y superhéroes, respectivamente.
Es una lástima, porque en muchos aspectos se evidencia la intención de apegarse a la serie original y transmite el respeto por el trabajo de WATANABE Shin’ichirō. Esto se puede apreciar en muchas escenas prácticamente calcadas del anime y que funcionan sorprendentemente bien. En concreto, las escenas de acción -aunque la serie es un poco morosa en este aspecto como decíamos- están muy bien planteadas y coreografiadas. El diseño de vestuario, el de las naves y el universo en casi toda su extensión, nos remite al anime y solo pecan de una falta de presupuesto pero no de ambición y concepto. También tenemos un intento de acercamiento a algunos de los míticos episodios del anime de una manera reverencial, especialmente en los que están guionizados por Christopher Yost que se encarga solamente del primer y último episodio y un tercero a cuatro manos junto a Sean Cummings. Pero todo lo que se añade nuevo esta versión, todo lo que tiene que ver con la expansión de este universo y con sus personajes, no funciona y acaba haciendo que perdamos el interés y la perspectivas frente a estas notables virtudes que también tiene la serie y que merecen ser remarcadas.
La adaptación de Netflix de Cowboy Bebop es superior a otros proyectos que la compañía ha abordado en los últimos años y su principal punto fuerte es reconocer -valga la redundancia- los puntos fuertes y méritos de la obra original que adapta. Pero su análisis se queda ahí y no encuentra la manera de reproducir la fórmula. El anime funciona a la perfección en cada uno de sus episodios y la sobriedad, parquedad y cinismo con la que afronta su historia y la de sus personajes distan mucho del tono que ha decidido darle Netflix a su versión. Puede que la música original esté ahí, los actores estén bien caracterizados y haya una voluntad por calcar muchos planos de la obra de Watanabe, pero a la hora de juntar estos elementos en pantalla y con actores reales las piezas chirrían y, especialmente, cuando intenta volar por libre y aportar algo de su cosecha propia. Es un buen intento y el camino está ahí, pero la realidad es que esta adaptación no transmite las mismas sensaciones que el anime y para un aficionado que lo haya visto previamente puede carecer por completo de interés. Para quién no se haya acercado nunca al anime de Watanabe, esta Cowboy Bebop puede ser una serie de lo más entretenida y con una calidad algo superior a la media de la plataforma pero puede que se esté engañando… Puede que solo sea un sueño.
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