Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de The Matrix Resurrections, de Lana Wachowski

Dirección: Lana Wachowski
Guion: Aleksandar Hemon, David Mitchell, Lana Wachowski
Música: Johnny Klimek, Tom Tykwer
Fotografía: John Toll, Daniele Massaccesi
Reparto: Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Neil Patrick Harris, Yahya Abdul-Mateen II, Jada Pinkett Smith, Jessica Henwick, Priyanka Chopra, Jonathan Groff, Ellen Hollman, Brian J. Smith, Max Riemelt, Lambert Wilson, Andrew Caldwell
Duración: 148 minutos
Productora: Warner Bros., Village Roadshow, NPV Entertainment, Silver Pictures
Nacionalidad: Estados Unidos

Aviso de Spoilers: -No intentes doblar la cuchara, eso es imposible, en vez de eso procura entender la verdad.
-¿Qué verdad?
-Que en esta crítica no hay spoilers de The Matrix Resurrections. Y que no hay cuchara.

Ayer se estrenaba al fin The Matrix Resurrections, el esperado regreso de la saga (breve reflexión: ¿cuántas veces habremos comenzado una crítica con “esperado regreso de la saga” en la última década?) que nos trae de vuelta a los mismísimos Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss en sus icónicos papeles de Neo y Trinity, en un viaje de vuelta que nos lleva de nuevo a Matrix, la malvada simulación neural creada por las máquinas con el pérfido objetivo de convertir al ser humano en pilas de las gordas, como bien nos explicaba el bueno de Morfeo en la cinta original. Pero, ¿no nos habían contado ya todo sobre Matrix, incluso más de lo que nos hubiera gustado saber? ¿No se había recorrido ya todo el camino del Elegido, haciendo noche en cada una de las consabidas paradas del viaje del héroe? La respuesta corta es “sí”. La respuesta larga es “sí, pero…”, así que preparaos para ¿elegir? De nuevo la pastilla roja, que vamos a intentar averiguar si mejor hubiéramos tomado la azul para despertarnos en nuestra cama sin recordar nada de lo sucedido. Para los despistados, eso sí, os recordamos que allá por el verano de 2019, y aprovechando el 20 aniversario del estreno de la primera película, en Zona Negativa le dedicamos a la saga una serie de artículos que haríais bien en repasar antes de enfrentaros a esta The Matrix Resurrections. Avisados quedáis. Y ahora, al lío.

Voy a comenzar siendo sincero: hay películas que te lo ponen muy fácil a la hora de tomar una decisión rápida sobre ellas en el momento que se encienden las luces, pero pocas te lo ponen tan en bandeja como esta The Matrix Resurrections cuando arrancan los títulos de crédito y suena una versión del Wake Up de Rage Against the Machine, el mismo tema con el terminaba la primera Matrix y que aquí viene a ser como el jugoso filete por el que Joe Pantoliano vendía al Mesías y los suyos: una trampa en forma de sabor agradable, un guiño de complicidad con un placer olvidado pero que en el fondo sólo esconde código escrito por una máquina que intenta imitar otra cosa. Tan falso como aquel filete es todo lo que rodea a esta Matrix Resurrections una vez enseña sus cartas, aunque todo lo que venía antes, tal y como pasó con sus secuelas, prometía mucho.

Y es que los primeros cuarenta minutos de Matrix Resurrections son un valiente giro a la hora de plantear una secuela: una cascada de autoreferencias y metalenguaje que, por un magnífico aunque breve momento, nos permite ponernos en la piel del Elegido y ver el código de Matrix, entrando de lleno en el juego que propone la película de ver Matrix dentro de Matrix, y también por un momento pensamos que quizás haya una redención para las secuelas con una nueva perspectiva sobre una historia ya contada. Desgraciadamente todo eso no es más que un destello, un resumen atractivo con el que convences a un productor para que suelte la pasta y a un espectador para que se rasque el bolsillo, pero nada más. Pronto comprobamos que Lana Wachowski no tiene intención de cambiar ni un ápice de lo que hizo naufragar a las secuelas en un mar de filosofía de todo a cien, interminables planes, tripulaciones prescindibles y romanticismo de instituto. No hay ni un ápice de mala baba y sí mucha, muchísima condescendencia consigo misma como saga.

No cabe duda de que la primera Matrix fue toda una revolución. Tuve la suerte de estar allí para presenciarlo y ser uno de tantos espectadores de 1999 (y qué año fue aquel, madre del amor hermoso) que se llevaron las manos a la cabeza con todo lo que lanzaba la película desde la pantalla, tanto argumental como audiovisualmente. Era un auténtico escándalo y toda una hija de su tiempo, de esas que dejan una huella indeleble en la cultura popular. Me atrevería a decir que Matrix fue el zeitgeist de finales de los 90, pero tan grande fue su fenómeno que no podía acabar de otra manera que no fuera traicionándose a sí misma y siendo asimilada por el propio sistema, que no dudó en imitarla, clonarla, patrocinarla y finalmente venderla en pedacitos intentando exprimir cada dólar. Todo aquel viaje de despiece de una idea brillante tuvo que ser sin duda algo parecido a lo que Lana Wachowski nos muestra en la reunión de marketing para la creación de la secuela de la Matrix ficticia de la película, el único punto en el que parece que vamos a ver algo de mordacidad y autocrítica (con referencia y pulla a Warner Bros. incluída). Pero la valentía termina ahí. En mi mundo ideal hubiera ido un paso más adelante y hubiera hecho interpretar a Keanu Reeves el papel de Keanu Reeves en el Matrix de Hollywood; pero no, ahí tenemos de nuevo a Thomas Anderson, un personaje tan tremendamente soso que, eso sí, casa perfectamente con la torpeza interpretativa de un Keanu Reeves en un perpetuo estado de tristeza y estupefacción, que a su vez también casa perfectamente con los diálogos declamados, robóticos y grandilocuentes marca de la casa de Lana Wachowski. Componentes que, curiosamente, funcionaban a la perfección en aquella película original de 1999 que sabía dosificar su mitología y a la vez darnos un apartado audiovisual muy superior al que ofrece esta versión desnatada de Matrix Resurrections, sorprendentemente floja a nivel estético y que sobrevive a base de ideas recicladas traídas del pasado y ejecutadas con muchísimo menor talento.

El problema, al fin y al cabo, con esta The Matrix Resurrections no es que no se acerque en calidad a la primera Matrix, sino que, como ya le ocurrió a sus secuelas, ha perdido por completo ese espíritu de su tiempo que sí tuvo la original. Como le pasó a mucha gente, en el momento en el que puse un pie en Zion, con su militarismo de Roland Emmerich y sus raves/batucadas sudorosas, automáticamente me pasé al bando de las máquinas en toda esta historia que siempre ha tenido el complejo de hacerse más grande en vez de, como sí hizo estupendamente la casi siempre ignorada Animatrix, ampliar la historia por los casi infinitos márgenes que sugería la primera parte. “Conócete a ti mismo”, rezaba el cartel con el que la Oráculo daba la bienvenida a sus invitados, y es algo que la propia saga de Matrix ha incumplido reiteradamente consigo misma. También, cómo no, influye en que los espectadores de aquella primera Matrix nos hemos hecho viejos, y aquella referencia de Morfeo a los comienzos del siglo XXI donde la Humanidad alcanzó sus logros más importantes nos provoca una trágica hilaridad a los habitantes de este futuro distópico que nunca parece terminar de serlo. Mucho ha llovido desde que Neo le diera un ultimátum al sistema (y encima le colgara el teléfono), y saliera de aquella cabina, ya un anacronismo; porque Neo salía de la cabina, y miraba a su alrededor como entendiendo el mundo, y nos miraba a nosotros como espectadores, y miraba al cielo, y salía volando… El siglo XX terminaba con Rage Against the Machine y Marilyn Manson haciendo doblete en unos títulos de crédito y pensábamos, inocentes de nosotros, que todo era posible. Como esta Matrix Resurrections vuelve a demostrar, la triste realidad es que ni sus propios creadores tienen claro ni por qué querríamos no tomarnos la pastilla azul ni contra qué máquina deberíamos sentirnos furiosos. Quizás en ese aspecto sí que hayan capturado el espíritu de 2022: un auténtico sindiós.



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