Javier Vázquez Delgado recomienda: Saqueo, de Frederik Peeters

Edición original: Saccage (Atrabile, 15 de marzo 2019)
Edición nacional/España: Saqueo (Astiberri, 24 de Junio 2021)
Guion: Frederik Peeters
Dibujo: Frederik Peeters
Traducción: Maria Serna
Formato: Cartoné apaisado. 96 páginas. 20€

Todo y nada

Hay obras complejas, obras más simples, efectivas, descompensadas, reflexivas, incisivas, las hay pretenciosas e insulsas, pero a todas ellas se les presupone una narrativa que haga comprensible su argumento. Bien, también las hay que no.

Intentar reseñar una obra como ésta es como poco pretencioso y como mucho absurdo. Sin embargo para eso estamos aquí, y en cualquier caso merece destacar las virtudes como las carencias de una obra tan sugestiva como la que nos encontramos aquí.

En resumidas cuentas nos encontramos ante un hombre sin pelo de color amarillo, que se pasea junto con un niño que va mutando (y que parece ser su propia alma), por diferentes escenarios, dividido todo ello en 4 capítulos. El recorrido parece esconder una historia eminentemente críptica, con escenografías llenas de detalles incongruentes de carácter simbólico, cuyo significado no se puede más que intuir (con suerte).

El autor de las archiconocidas Lupus y Píldoras azules, nos habla del génesis de la obra, que no es otro que la imposibilidad de crear algo de carácter tan críptico como lo que aquí nos encontramos, pero en su serie de Aama, con un último capítulo totalmente mudo, psicodélico y abstracto. Estuvo cerca de conseguir esa pretensión cuando la galería Huberty y Breyne le conminó a hacer una exposición de cuatro grandes dibujos, no narrativos, y desvinculados de todos sus anteriores trabajos. Todo esto y mucho más se ve reflejado en su obra autobiográfica Oleg, en la que se nos explica parte del germen de la idea que conllevaría la creación de este libro.

Pero si hubiese que poner un punto de inflexión en la toma de decisión a la hora de meterse en la creación de esta obra, sería cuando Peeters leyó Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich. Él lo explica así: “De pronto, tengo un personaje mudo y amarillo fosforito, a medio camino entre un caminante romántico y un mesías del apocalipsis, un niño-agua que es su reflejo, los recuerdos de una catástrofe nuclear, un nacimiento dentro de una central derrumbada, una zona condenada de la que hay que salir, y manifestaciones físicas del pasado y del futuro que se superponen constantemente.

Su creación pasaría de ser una narración puramente ordinaria, a una especie de Libro de las revelaciones de Juan (Libro del Apocalipsis de la Biblia) moderna, mezclando simbolismos abstractos, con imágenes llenas de elementos apocalípticos. Pero no todo es destrucción en esta hermética obra. Podemos encontrarnos con una gran cantidad de referencias a la naturaleza, no solo como algo agresivo, dominante y vengativo, que también, sino como un remanso de paz, y de sensaciones más allá de lo puramente material. También la presencia de elementos que hacen referencia a las luchas sociales están muy presentes, de nuevo, no solo en su cara más deleznable como el abuso de poder, sino como el componente necesario para un posterior levantamiento.

Nos encontramos ante una obra totalmente muda. Eso ayuda a su carácter críptico y aparentemente insondable, más si cabe, pues no hay ningún refuerzo literario en el que el lector pueda apoyarse. No es algo que sorprenda, pues la misma esencia de la obra es lo que pretende; que el lector saque conclusiones en base a sensaciones plásticas y simbólicas, no en base a un hilo narrativo claro. Y pese a todo, se ve un avance, un inevitable hilo conductor que recorre toda la obra, y que pese a su permanente caos aparente, pese a su insistencia en los sucesos y elementos apocalípticos, es imposibles no detenerse en esa última página, en la que todo lo anterior no parece más que un mal sueño, o todo lo posterior un renacer, como sucedería en el Libro del Apocalipsis.

En el apartado gráfico Frederick Peeters demuestra lo que todo el mundo intuía: es un maestro de lo sugestivo. El autor sale de su zona de confort para enfrentarse a grandes pintores y referentes que nombra en la última página (hay una lista de más de 200), y sale más que airoso. Pese a moverse en unos términos mucho más ambiguos que a los que nos tiene acostumbrados, mantiene un estilo muy reconocible en texturas y trazo. La parte gráfica es absolutamente demencial, pues en cada página parece contarnos un sinfín de matices que se intuyen parte de una historia compleja que solo él conoce y conocerá, si acaso es así. Todas las páginas tienen una sola viñeta, pero cada viñeta parece estar dividida en muchas que están entrelazadas unas con otras, como un cuadro en el que se nos cuentan muchos sucesos. Pero esto es lo mejor de este trabajo, que no pretende ser preciso, elegante, o tan siquiera narrativo, sino más bien un juego de interpretación en el que el dibujo es el gran protagonista, junto con la imaginación de quien lo está mirando.

Esta es a fin de cuentas una obra que juega con el lector, que no le ofrece una historia cerrada, ni tan siquiera un historia en si misma, sino que le brinda la posibilidad de encontrar su propia historia; una que deberá descubrir si es que tiene ganas de hacer el trabajo que se precisa por parte del lector para poder sacar una narración. Pero en cualquier caso, si no se estuviese en condiciones, o con las ganas necesarias de trabajarlo, siempre se puede disfrutar de cada una de sus páginas como si de un cuadro se tratase, y en ese sentido, es un libro que recopila una gran cantidad de pinturas exquisitas.

Lo mejor

• El apabullante apartado gráfico.
• Que insta al lector a que cree su propio significado, su propia historia.

Lo peor

• Si alguien busca una narración al uso, no es su obra.



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