Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Cazafantasmas: Más Allá, de Jason Reitman

Dirección: Jason Reitman
Guion: Jason Reitman, Gil Kenan
Música: Rob Simonsen
Fotografía: Eric Steelberg
Reparto: Finn Wolfhard, Carrie Coon, Mckenna Grace, Paul Rudd, Celeste O’Connor, Logan Kim, Annie Potts, Bill Murray, Dan Aykroyd, Ernie Hudson, Bokeem Woodbine, Oliver Cooper
Duración: 124 minutos
Productora: Columbia Pictures, Ghostcorps, Sony Pictures Entertainment
Nacionalidad: Estados Unidos

Aviso de Spoilers: Esta crítica de Cazafantasmas: Más Allá viene en una de las formas pre-escogidas con algunos detalles del argumento pero sin spoilers importantes. Durante la rectificación de la Vuldronaii, esta crítica tomó la forma de una reflexión sobre la saga. Luego, en la tercera reconciliación del último suplicante de los Meketrex, escogieron otra forma para ella, la de un enorme Sloar sin spoilers; muchos Shubs y Zuuls supieron lo que era asarse en el fondo del Sloar aquel día por destripar las sorpresas de la película, y lo aseguro».

“¡A por ella, Ray!”

Esta semana llega al fin a nuestra cartelera Cazafantasmas: Más Allá, la nueva cinta basada en la mítica saga iniciada en 1984 por un trío de auténticos visionarios como eran Dan Aykroyd, Ivan Reitman y Harold Ramis, a quienes se uniría la guinda del pastel en forma de Bill Murray en una película sobre unos tipos que, ojo, rentabilizaban la existencia de vida después de la muerte y, por así decirlo, privatizaban el más allá, convirtiéndose en la alegoría más divertida sobre el capitalismo que a alguien se le haya ocurrido poner encima de la mesa. Bromas aparte, la película original de Los Cazafantasmas (una saga a la que le dedicamos un amplio artículo en Zona Negativa con motivo de su 30 aniversario) era una apuesta a todo o nada que, sorprendentemente, salió a la perfección: el carisma de su reparto salido de Second City y curtidos en Saturday Night Live sumado a una trama que mezclaba lo sobrenatural, el terror y la comedia como pocas películas han sabido hacer, convirtieron a Los Cazafantasmas en el ejemplo perfecto de uno de esos milagros inusuales, la perfecta definición del rayo en la botella de la expresión anglosajona. El logo de los Ghostbusters, la canción de Ray Parker Jr., los uniformes, los proton pack, las frases, los fantasmas, la Nueva York decadente de los 80, la estación de bomberos, la deliciosa música de Elmer Bernstein, sus protagonistas… todo pasó a formar parte del imaginario popular y trascendió a su propio tiempo. Los Cazafantasmas ya eran mucho más que una película, y claro que intentaron volver a meter ese rayo en la botella… ¿quién no lo hubiera intentado? Pero ni Cazafantasmas 2 trayendo a todo el mundo de vuelta ni la reciente Cazafantasmas de Paul Feig consiguieron recrear aquel espíritu (nunca mejor dicho) que corrió por las calles de la Gran Manzana en 1984 enfundado en un uniforme de obrero y con una unidad nuclear a sus espaldas. ¿Lo habrá conseguido esta nueva exhumación de nuestros recuerdos llamada Cazafantasmas: Más Allá, que por traer de vuelta a traído hasta al hijo del director de la cinta original? Encendamos nuestro medidor de PKE para detectar cuánto residuo psicomagnetérico ha logrado invocar esta nueva película.

“Colecciono esporas, mohos y hongos”.

Después de una larga pero necesaria introducción, os voy a confesar una cosa: llevo estancado con esta crítica de Cazafantasmas: Más Allá desde que la pude ver en un preestreno hace cosa de dos semanas. De verdad que me tomo muy en serio el clic que habéis hecho en un enlace para entrar a ver otra opinión más de una película que quizás sí o quizás no estáis interesados en ir a ver, y una de las razones por las que me lo tomo tan en serio es porque soy un fan acérrimo de la cinta original de Cazafantasmas. Mi historia con Los Cazafantasmas no difiere mucho de la de muchos señores de mi edad encantados de haberse conocido que tienen la demencial idea de que el período comprendido entre el 1 de enero de 1980 y el 31 de diciembre de 1989 fue, por alguna razón, la Edad de Oro del Cine. Los Cazafantasmas era un alquiler recurrente por mi parte en el videoclub de nuestra calle, y su carátula de VHS está grabada en mi retina con una mezcla de emoción y miedo (sí, era una película que me daba miedo, y me lo sigue dando en partes como ese inicio en la biblioteca o la dichosa cocina de Dana Barrett); no sabéis cómo me identifico en estos momentos con el abuelo Simpson y sus interminables historias de antaño, pero la verdad es que Los Cazafantasmas forma parte de mis mejores recuerdos de infancia, y tiene un lugar intocable en mi memoria y mi ADN cinéfilo. Puede parecer algo pueril, pero la Ghosbusters que levantaron Aykroyd, Reitman, Ramis y compañía sigue siendo uno de esos lugares seguros a los que puedo volver en cualquier momentos y que, sencillamente, me recuerdan por qué me gusta el cine.

Ale, ahí os he plantado una segunda introducción y aún no os he contado nada sobre esta nueva Cazafantasmas: Más Allá. Seguro que estáis empezando a perder la paciencia con esta crítica, y no os culpo: la verdad es que estoy retrasando de manera intencionada el daros mi opinión sobre esta Afterlife porque tengo un conflicto real con ella, y tiene mucho que ver con todo lo que idolatro a la cinta original. Por eso, después de una cinta como la de Paul Feig de 2016 que, a pesar de las esperanzas que tenía depositadas en ella con un grupo de actrices a las que adoro, y que supuso toda una decepción (por no hablar de la vergüenza ajena que pasé viéndola, y tengo que ser sincero en este punto), mis expectativas con esta Ghostbusters: Afterlife eran más que prudentes. La campaña promocional no ayudó nada, por un lado apelando al legado de Jason Reitman relevando a su padre, el responsable de las dos cintas originales, Ivan Reitman, y por el otro ofreciéndome un remedo de Stranger Things con un reparto juvenil y una cinta que pretende ser una continuación directa de la primera entrega. Y es curioso, pero esta Cazafantasmas: Más Allá ha cumplido a la vez mis mejores expectativas y mis peores temores. Porque por un lado es la típica película tan de 2021, autoconsciente, autoreferencial, ligera, anodina, formulaica y previsible, pero a la vez es emocionante y trascendental a su manera, de tal modo que me ha dejado noqueado e indiferente al mismo tiempo, si tal absurdez es posible.

“Ray, he mirado la trampa”.

Y es que Cazafantasmas: Más Allá, son dos películas en una, un concepto que me las va a hacer pasar canutas a la hora de ponerle una nota; y lo es porque está ligada de manera inseparable a aquel rayo en la botella del que hablábamos antes que se dio en 1984. Pero, curiosamente, esta Afterlife no existe para intentar recrearlo, sino para rendirle homenaje; llegados a este punto no puedo discernir si es un homenaje sincero o una estrategia publicitaria, pero sí tengo que reconocerle que funciona cuando pisa el acelerador de la nostalgia. Ghosbusters: Afterlife no intenta refundar la saga, ni presentarnos a un grupo de nuevos personajes que sustituyan en carisma a los clásicos; creo que ni siquiera pretende pasar la antorcha de unos a otros, sino que nos presenta a unos descendientes como podemos ser nosotros mismos, con un ya lejano vínculo con algo que sabemos fue importante y con lo que no sabemos muy bien qué hacer, como esa casa desvencijada llena de secretos y significados que Egon Spengler deja en herencia a sus indiferentes familiares. En ese sentido (rebuscado, diréis algunos), Cazafantasmas: Más Allá nos dice exactamente lo que tenemos que hacer con esa nostalgia acumulada, y nos deja llorar en su hombro como desahogo final de todo aquello que no volverá y a la vez de todo aquello que seguirá ahí para siempre. Como un fantasma, vamos.

“¡Ha picado uno!”

Eso sí, Cazafantasmas: Más Allá utiliza todo un conjuro de nigromante para traer de vuelta toda la energía psicomagnetérica de la primera película con la esperanza de ganarse tu confianza como espectador: desde el esqueleto de la trama hasta la música (con esas Ondas Martenot que aún me siguen poniendo los pelos de punta), pasando por un gritón de referencias que sirven como poco disimulados codazos de complicidad con el fan de la saga. Más allá de todo eso (qué bien traído), desgraciadamente esta Afterlife es un cascarón vacío como película independiente: una retahíla de lugares comunes, chistes fáciles y personajes hechos con escuadra y cartabón más en un despacho que en el refugio de Martha’s Vineyard donde Aykroyd y compañía forjaron la cinta original. Pero (y esto puede ser un gran pero para muchos) tiene un propósito que funciona y que da sentido a toda la inocuidad previa: el de cerrar una etapa. Ya, ya sé que parece que la productora más que cerrar quiere abrir nuevas formas de negocio con una franquicia, pero la sensación que me dio es que los Reitman querían hacer ese cierre que la saga merecía tras el traspiés de sus secuelas y reboots, y que sirve tanto de ruptura definitiva con un amor perdido para el fan como homenaje y despedida de la propia saga a un amigo y miembro fundador del equipo; un cierre de heridas especialmente significativo para un Bill Murray que tuvo una amistad truncada (y recuperada a última hora) con ese fantasma y sobre el que más ha pesado el paso del tiempo.

“Es un tocapelotas sin pelotas”.

Por lo tanto, ¿con qué nos quedamos? ¿Con la mediocre trama reproducida al milímetro que intenta recrear sin ningún tipo de vergüenza y desesperadamente la original? ¿Con los personajes simples, los secundarios graciosos, los adolescentes hormonados, los irónicos adultos salidos todos ellos de un molde de personajes resultante de un estudio de mercado? ¿O con el amor hacia una película, un legado y una despedida que nos hacen trizas en el último tercio de la cinta, y cuyas lágrimas que nos provocan parecen lavar todas las torpezas anteriores? Pues qué queréis que os diga, no tengo ni la más remota idea. Cazafantasmas: Más Allá tiene la sobrenatural habilidad para ser una película previsible y única a la vez. A veces, en la oscuridad de la sala, miraba a mi alrededor y comprobaba que la película estaba funcionando como un reloj, provocando risas, sustos y admiración incrédula como su primigenia antecesora. Y, a pesar de mi cínica desconfianza, fui uno de los que se emocionó y aplaudió al final, acompañado sin duda por un extraño espíritu de diversión marca Amblin en la sala. Todos mis acompañantes salieron más que contentos de esta Cazafantasmas, que parecía ofrecernos a todos una elegía reconfortante con nuestras propias expectativas.

“-¿Hacia dónde van esas escaleras?
-Van… ¡hacia arriba!”.

Pues aquí estamos. Y ahora, ¿qué nota le ponemos? Un diez y un cero dan de media un cinco, pero eso no significa que esta Cazafantasmas: Más Allá sea una película mediocre. Funciona muy bien en el experimento que propone, y deja contenta a la gente a la que quiere dejar contenta. Como poco, trae algo de felicidad honesta a la pantalla, y a un mundo exterior a las salas de cine necesitado como pocas veces de finales felices y reconfortantes. Es buen momento para recordad ese momento en aquella torpe secuela de 1989 donde se nos presentaba a unos Cazafantasmas pasados de moda asistiendo a fiestas de cumpleaños, y donde la jauría infantil prefería a He-Man (o a La Masa en el entrañable doblaje castellano) y con un Jason Reitman haciendo un cameo como impertinente jovenzuelo que espeta al mismísimo Ray Stanz aquello de que

“Mi padre dice que sois un fraude”.

Es algo profético, ¿verdad? Quizás se podría tildar de fraude a todos los intentos de traer de nuevo a aquellos Cazafantasmas que recordamos. Y quizás se podría tildar de chantaje emocional todo lo que propone esta nueva película, con sus trucos baratos y su vivir de rentas. Pero creo que el cine, ese cine que echamos de menos cuando estamos en horas bajas, ese que nos engancha cuando empieza incluso a horas intempestivas en la televisión en abierto, ese que guardamos en la estantería o el disco duro que no borraríamos de ninguna manera… ese cine vuelve de alguna manera en el clímax inevitable de esta Afterlife que marca sus cartas desde el principio y nos da exactamente todo aquello que deseábamos. Por eso, para un espectador despistado e indiferente, Cazafantasmas: Más Allá puede ser un digno entretenimiento, una curiosa sesión de ouija que invoca a los fantasmas de una vieja película que gustaba a mucha gente; pero para los fans de Los Cazafantasmas… es un auténtico regalo de Navidad.

“-Creemos que el propósito de la ciencia es el de servir a la Humanidad, y usted parece considerar a la ciencia como una forma de embaucar, de engañar. Sus teorías no son más que basura, sus métodos son descuidados y sus conclusiones son altamente cuestionables. Es usted un científico mediocre, Doctor Venkman.
-Pero los chavales nos adoran”.



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