Javier Vázquez Delgado recomienda: Los cantos de Maldoror, de Antonio Fernández Palacios

Edición original: Les chants de maldoror (Metal Hurlant, 1982)
Edición nacional/España: Los cantos de Maldoror (Ponent Mon, 18 de octubre de 2021)
Guion: Antonio Fernández Palacios, adaptando a Isidore Ducasse
Dibujo: Antonio Fernández Palacios
Formato: Cartoné. 48 páginas. 20€

El Maldoror que pudo ser y solo fue a medias

«Desde hoy abandono la virtud»

En el momento en el que al autor Antonio Hernández Palacios le es encargada la adaptación de la obra poética del escritor Isidore Ducasse, Los cantos de Maldoror por nada menos que la revista Metal Hurlant, se hallaba en uno de los puntos más álgidos de su carrera, siendo alabado a nivel internacional por la calidad de su trazo. Sin embargo, por motivos que aún están en una nebulosa inconcreta, el que sería el objetivo de los Humanoides asociados, que se trataba de publicar tres cantos de los seis en un álbum, para publicar los siguientes 3 en otro, se acabó reduciendo a una sola publicación con el primer canto. Algo que entristeció en la misma medida que sorprendió por la evidente calidad visual y atractiva de dicho capítulo. Fue publicado en su versión francesa en la revista Metal Hurlant en 1981, y en el año siguiente lo seria en el número 11 de la versión española de la misma revista. Pero dejemos atrás lo que pudo ser, y volvamos al presente con lo que es, entremos en Los cantos de Maldoror.

En el texto original, los seis poemas llevan el sello de los textos en los que Isidore Ducasse, más conocido como Conde de Lautréamont, se inspiró; como sería el Manfred de Lord Byron o el Fausto de Goethe, con el que comparte más que el estilo. De estos literatos y sus obras retendrá, sobre todo, la idea de un héroe negativo, satánico, en lucha abierta contra Dios, aunque el estilo elegido finalmente tiene las características de la literatura épica. La obra del Conde de Lautréamont, fue reconocida muchos años después, considerado en la actualidad el gran renovador de la poesía francesa del siglo XIX por lo atípico y vanguardista del estilo. También, como es evidente, El paraíso perdido de John Milton, resuena por toda la obra. Cada uno de sus cantos está dividido en estrofas, a excepción del sexto y último, donde se desarrolla una novela de una veintena de páginas que cambia el estilo hasta entonces adoptado, y que se trata de la parte más adaptable del conjunto.

Ya metiéndonos en la adaptación de Palacios, se nos presenta a Maldoror, ese ser sobrehumano, arcángel del mal, que lucha bajo diferentes formas contra el Creador, a menudo ridiculizado como Dios en el burdel. Comete asesinatos en los que evidencia su sadismo y perversión. O eso debería ser, eso era el Maldoror de Ducasse. En cambio, en este trabajo, al no llegar a desarrollarse, nos encontramos a un Maldoror limitado por el espacio, uno que no llega a emprender el viaje que desarrollaría su historia. El personaje tiene el primer enfrentamiento con Dios, que coge forma de luciérnaga gigante, y que le insta a que mate a la mujer que yace a sus pies, de nombre Prostitución. Se revela ante los mandatos divinos y abandona la virtud para comenzar su cruzada personal contra lo que él comprende como la opresión de la moral. Viaje que nunca se llega a producir para nuestro infortunio.

Entrando en el apartado gráfico, que es el gran reclamo de la obra, Hernández Palacios nos deleita con su estilo imperecedero. Las páginas parecen alargarse por la manera de narrar, que se desprende de la viñeta para hacer de la página un lienzo en el que se plasma una escena que en la mayoría de los casos se lee en conjunto. Las viñetas, que las hay, son siempre alargadas, llegando en la mayoría de los casos desde la parte de arriba hasta la parte de debajo de la página, obligando al ojo a observarla en su totalidad con las demás. En la primera edición se publicó con un color que el propio Palacios desaprobó, pero que en este caso se desprende para mostrarnos el trabajo original que el autor ideó para la obra.

Si hubiese que destacar algo de todo el conjunto visual, sin duda sería la adaptación de algo tan inconcreto como lo es esta obra, eminentemente simbólica y alegórica, que no parece concretar más que dos o tres conceptos a los que el autor se agarra para poder traernos esta delicia plástica. Y si hubiese que destacar la parte desagradable, sería sin duda la escasa longitud, de tan solo 16 páginas, que deja al lector con los dientes largos.

La edición que nos ofreció el año pasado Ponent Mon en honor al centenario de su nacimiento, es de gran calidad, y ofrece al amante del autor un digno producto que llevarse a casa. La obra intercala las 16 páginas de Palacios con el texto original de Ducasse al que hacen referencia. La edición abre con una biografía del Conde de Lautréamont y una breve exposición de sus motivaciones narrativas y contextualización de la obra, y cierra con un sentido epílogo de Luis Alberto de Cuenca, en el que por el centenario de Palacios nos habla de su persona y de su obra.

En conclusión, una obra merecedora de elogios, pero que deja con ganas de más, y que nos hace echarnos las manos a la cabeza por lo que pudo ser, y sonreír por lo que al menos fue. Una verdadera delicia visual muy sugestiva.

Lo mejor

• Adaptar algo tan inconcreto y simbólico de forma tan precisa y comprensible.
• El apartado visual digno de esta reedición.

Lo peor

• La longitud, escasa cuanto menos.



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