Javier Vázquez Delgado recomienda: Animal Man, de Jamie Delano y Steve Pugh
Flesh and Blood, por Enrique Doblas
Grant Morrison dejó a Animal Man herido de muerte. Es cierto que, en realidad, abandonó la serie dejando al personaje en tabula rasa y podía empezarse de nuevo con cualquier historia. Pero tras una etapa memorable, en la que el héroe pasa por unas crisis propias, ve morir a su familia y que vuelva a la vida, y llega a charlar con su propio creador… ¿qué hacer para mantener el increíble tono de la serie?
La papeleta le tocó a otro británico, Peter Milligan, alguien realmente capaz de mantener el surrealismo e incluso llevarlo más lejos. Desgraciadamente así lo hizo y la cosa se desmadró quizá demasiado.
Al poco le toca a otro inglés tratar de reacondicionar la serie, nada menos que el veterano Tom Veitch. Éste devuelve algo del tono superheroico sin perder esa rareza ya propia del título, pero no supone un revulsivo que haga olvidar la genialidad escocesa. Hacía falta algo más espectacular, algo a la altura de Morrison que reviviera al personaje. Y llegaría.
Jamie Delano (Northampton, 1954) llega arrasando y ante un personaje moribundo no se le ocurre otra cosa que matarlo. Y de eso va Flesh and Blood, su saga inaugural.
Releer esos números en la edición “otoñal” de Zinco ha sido alucinante. Los recordaba con cariño, pero es que son una auténtica pasada. Es más, en España no habíamos disfrutado de las nombradas etapas de Milligan y Veitch y el listón aún estaba altísimo, pero la obra no decepcionó en absoluto.
También tiene su parte el artista, un Steve Pugh aún desconocido pero que encontró el medio perfecto para desarrollar sus retorcidas fantasías. Pugh, especialmente en aquella época, podía pecar de exagerar ciertos rostros y posturas, pero no se puede negar su capacidad para recrear los enfermizos ambientes por los que Delano nos iba a hacer pasar.
Amén de, para un biólogo como yo, ver los animales retratados correctamente, no sólo los más típicos mamíferos y aves (que son igualmente deformados por dibujantes menos capaces) sino insectos y otros tipos de invertebrados (que son siempre vapuleados por dibujantes ignorantes).
Y no olvidemos las impresionantes portadas de Brian Bolland, aunque Zinco por aquel entonces nos dejara sin muchas de ellas. El artista era la única constante de la colección desde el principio (hasta la mítica Karen Berger había dejado la edición, en manos de Tom Peyer en el momento que nos ocupa) y seguía siendo una fuente de placer a cada número, con la sola alteración de ir aún a más en contadas ocasiones.
Pero centrémonos en lo que importa de esta entrada, un Delano en pura efervescencia creativa y un dominio de los tempos envidiable. El primer número sienta las bases familiares del protagonista, nos hace intuir un misterio algo inquietante y sin muchos aspavientos nos hace llegar hasta el impactante final.
A partir de ahí cada número es una montaña rusa de sensaciones, un camino retorcido sobre la vida, la muerte y sobre lo que nos impulsa a seguir adelante. Todo trufado con momentos que nos dejan con la boca abierta (ese Buddy renqueante en la morgue, el sueño erótico de Ellen, la eclosión de aquella criatura amalgama de bestias…) y otros introspectivos en los que nuestro protagonista se plantea sobre el origen de la vida animal, el sentido de ésta, la conexión con el planeta y los sentimientos hacia su mujer e hijos.
La trama también explora sobre la vejez, la soledad, la maldad, los peligros de la familia mal entendida y la perversión de los menores bajo una guía desviada. No escatima en mostrarnos los periplos de la mujer del héroe ante su ausencia, ante la impotencia y dificultades de una vida que se presenta encaminada al abandono.
Una Ellen que también tendrá su momento de gloria demostrando la fortaleza y el amor que tira de toda esta familia algo disfuncional. Y además podemos disfrutar de Maxine, la hija de Animal Man, retratada como la más cuerda y visionaria de todo el elenco, siempre consciente de lo que está pasando y aportando ideas para solucionarlo.
Y qué decir de Cliff, el primogénito, el niño sin poderes. Él si que sufrirá su propio viaje iniciático con la peor de las compañías. El tendrá que soportar vicios, ayunos, engaños, terror y una constante y creciente insensibilidad ante la muerte injustificada de los seres vivos.
Pero saldrá de ello, no sé si victorioso pero si cambiado, capaz, e incluso artista, como tratarán de demostrar esas páginas de el Chico Kanibal que aún conservo en mi memoria. Esas últimas viñetas del periplo en las que Rusell Braun mimetiza perfectamente el dibujo rebelde de un joven adolescente.
Por cierto que es Scott Eaton el que dibuja el último capítulo de la saga, y aunque se nota la bajona se defiende bastante bien.
Delano se estreno con una historia valiente, sorprendente y que no hacía echar de menos cualquier tiempo pasado.
La etapa posterior, por Ángel García
La etapa puede ser dividida en dos partes. En la primera, el vínculo familiar está más presente, trasladándose esto a las historias y temáticas. Las escenas cotidianas de la familia siempre parten de la incomunicación absoluta en la que viven los protagonistas. A lo largo de la obra, todos pasan por momentos difíciles, de un impacto emocional terrible, y en ningún momento se rebaja el tono para valorar las consecuencias.
No se sientan a hablar o tratan los problemas con un profesional que pueda aportar cordura a lo que ocurre. Todo se sitúa en torno al drama puro de la ficción, con unos diálogos que reflejan a la perfección la anarquía en la que viven y cómo Delano quiere que veas a sus personajes, bajo un concepto de irrealidad muy conseguido.
Sobresale el caso de Cliff, que tras haber vivido un episodio de terror con su tío se reincorpora a las dinámicas de grupo sin mayor explicación o tratamiento singular a lo que le ha ocurrido.
También sucede lo mismo con su hermana, que claramente está viviendo una transformación física y mental, íntimamente relacionada con los poderes de su padre, sin que nadie se pare a darse cuenta de ello. La niña se intenta expresar a lo largo de los números sin que nadie se baje a su nivel para comprender qué le ocurre y por qué no sabe expresarlo con palabras.
Pero no solo vemos reflejada la incomunicación en esta falta de coherencia interna, sino que también está muy presente en las conversaciones del matrimonio y el modo que tienen de convertir en secreto su vida.
Una vez concluye el primer y legendario arco, con Animal Man de vuelta a su cuerpo humano, se guarda para sí mismo todos sus miedos e inquietudes. En conexión con el lado primario y salvaje, abandona su parte física por las noches, ocultándoselo a su esposa, para vivir las experiencias de los animales.
A pesar de que su vida sexual sí se recupera, tanto Buddy como Ellen se van alejando cada vez más del otro, recurriendo a terceros o vías de escape como es el tabaco para la segunda. Les cuesta ser un matrimonio y las diferencias de caracteres y actitudes van haciéndose insostenibles con el paso de los números hasta que, como no podría ser de otro modo, termina rompiéndose todo. El azul de Tatjana Wood envuelve el relato y absorbe la alegría de la pareja.
Otro aspecto llamativo en lo que respecta al núcleo familiar está en el modo en el que el resto de personas influyen sobre el mismo. Toda persona ajena a los cinco, abuela, marido, mujer, hijo e hija, es un peligro para la estabilidad del hogar, con un elemento macabro para la familia, lo cual consolida la idea de lo férrea que es su estructura. Nadie debe traspasar los límites ciertos e inciertos de su casa bajo pena de derribar lo que han ido construyendo con los años.
Esta unidad bajo la que viven cinco individuos distintos y que apenas conocen nada del otro resulta tan paradójica como estimulante. El número inmediatamente posterior a Flesh and Blood es uno de los más complejos de la etapa, pues da cuenta de esto último, a través de un día en la vida de Buddy y sus hijos.
El trabajo que Steve Pugh realiza en la caracterización de los personajes es sobresaliente. Su estilo siempre ha triunfado en historias duras, propias del contexto de Vertigo en los años noventa, en las que el gore y horror guardan un lugar especial en la narración. Esto, por supuesto, se trata en Animal Man, combinando dos mundos en conflicto pero con más relación de la que parece, como son el drama familiar, por un lado, y el terror de autor, por el otro.
Las miradas de los personajes son inquietantes, llenas de horrores y miedos pasados, como si los ojos fueran lo único coherente, real y auténtico, en un mundo en el que es normal ir a hacer la compra días después de haber sido atropellado y partido por la mitad en una carretera cualquiera.
Bajo esta idílica rutina, Jamie Delano va construyendo la personalidad de cada uno, de forma más o menos evidente. Cliff no puede evitar repetir las conductas violentas de su tío, pues su padre no se presta a ayudarle o mostrarle el camino correcto en ningún momento.
Le vemos mal encarado, vil y cruel tanto con su hermana como con los dependientes, explotando su visión violenta de la vida a través de las páginas que dibuja y forman parte del número.
Va germinando la sensación de incomprensión en el lector, que ve cómo un padre no reacciona ante las maldades de su hijo, sintiéndose solo cómodo cuando abandona su cuerpo y se consagra al lado animal. Es, desde luego, el extremo más opuesto al superhéroe, pasando por diversas fases a lo largo de la obra. Del entumecido hombre que renace al profeta con delirios de grandeza del extremo final de etapa.
Delano y Pugh toman la decisión de despojarle de su traje, a excepción parcial de un cameo posterior. A partir de su conversión, Buddy vestirá ropa normal, lo cual ayuda en esta destrucción del mito del superhéroe clásico, miembro de la Liga de la Justicia, para acercarle a otros géneros. Llevan un poco más allá, en definitiva, las lecciones de Grant Morrison.
Ya no es que renuncie a las temáticas y estilos de la editorial, sino que además van a llevar implícitamente a Buddy a un mundo distinto, de terror, en la que no aparece ningún otro personaje de DC Comics, dando entidad propia a su etapa.
En el número 58 comienza el arco de Nueva York. La influencia más directa se encuentra en Kafka y en El Proceso, por los hechos por los que tienen que pasar tanto Buddy como Ellen.
Una vez separados, como decíamos al comienzo, van encontrándose con otras personas que de un modo u otro guardan un peligro para la estabilidad familiar. Desde el novio maltratador de su amiga, evidentemente, pero también el grupo de mujeres que terminan por salvarla y, a largo plazo, darán sentido a su vida más allá de las paredes de la vieja casa de su madre.
Un aspecto interesante empieza a verse con esta última. Jamie Delano pega un giro precipitado, pero que tendría un buen efecto a largo plazo, en la caracterización de la matriarca. En el primer arco había sido descrita bajo componentes muy inquietantes, hasta demoniacos, pareciendo una amenaza para su hija y familia. Se abandona este asunto para situarla como un miembro de pleno derecho, en muchos sentidos además, el más frágil y humano de todos. La que más llora y sufre en la casa y la que más coherente resulta.
Mencionábamos a Kafka, y. por influencia del mismo, hemos de hacerlo también con After Hours, la película de Martin Scorsese. Como hiciera en su etapa en Hellblazer (que aquí analizamos, así como en la reseña correspondiente al primer tomo), se adentra en los peligros de la gran ciudad, entonces Londres y ahora Nueva York, para denunciar temas como la pobreza callejera y la violencia policial.
Ambos protagonistas sufren un trato degradante y vejatorio por parte de la policía, que es vista como un elemento más dentro de la perversión del sueño americano y brazo ejecutor de actos cuestionables, tanto desde el punto de vista jurídico como moral.
Salen adelante y sobreviven a pesar y no gracias al cuerpo policial. Entre los dibujantes invitados, destaca Russell Braun, con tintas de Graham Higgins, en sintonía perfecta con el estilo y aspectos a tratar por parte del escritor. Con composiciones de una crudeza absoluta, yendo desde aportaciones nimias en las páginas hasta otras menos sutiles, pero de igual modo perturbadoras.
Esta primera parte de etapa concluye con un último arco en el que se culmina todo lo trabajado con anterioridad. Como se ha dispuesto, todo lo que se sale fuera de los márgenes de la familia es un peligro, llevándose a conclusión con la integración en el reparto de dos nuevos personajes que serán protagonistas hasta el final, y que dinamitan estas dinámicas familiares.
Annie tiene dos características básicas de los personajes femeninos de Jamie Delano para Animal Man. Por un lado, sufre por los actos de un hombre, su marido, que se encuentra en prisión. Además, como Ellen, es artista, y refleja en sus obras la desesperación de vivir sin felicidad posible en un entorno idílico de naturaleza.
Su hija Lucy está muy enferma, lo cual se traslada en el modo en el que ambas viven su vida, tomando caminos distintos. Donde la primera ve oscuridad, la segunda afronta su futuro con una actitud muy particular y vitalista. Es el personaje con menos pesimismo y más corazón de la obra, a pesar de ser la que, en teoría, menos motivos tiene para ello.
Una vez roto el hermetismo de la casa, se van a ir sumando otros personajes, todos femeninos y con las mismas problemáticas, a lo largo de la segunda parte de etapa. Desde la mujer del policía asesinado hasta las hermanas espirituales de Ellen. Es sorprendente, aún a día de hoy, comprobar cómo Pugh y Delano trataban temáticas LGTB de un modo tan actual.
Dentro del pesimismo generalizado de un mundo corrupto, en el que la justicia y política conspira contra los ciudadanos y su bienestar, estas salen adelante a través de formar comunidades de mujeres, para prestarse apoyo mutuo y cuidados. Son la única protección contra el terror.
La espiritualidad y el modo de ver el mundo de Delano toman el ritmo del tebeo, con la aparición de “nuevos dioses” que consiguen la primera conexión entre Buddy y la abuela. El escritor de Northampton, siempre dentro de un contexto oscuro, indaga en el pasado de esta última para comprender mejor su modo de actuar y visión del mundo.
Como todas, arrastra un trauma profundo que llevará al protagonista a indagar más allá de los bosques.
Un nuevo trayecto, cargado de referencias visuales y narrativas a la droga y el efecto que provocan para un viaje iniciático en él. Un Dios salvaje en apariencia que se concierte en guía para un nuevo Buddy, que hace las veces de Jesucristo.
Le da la llave para su conversión y, a partir de este punto, la etapa toma un camino distinto.
Maxine, la pequeña, se erige como coprotagonista de pleno derecho, en cierto sentido además, recogiendo el legado superheroico de su padre. Si este se entrega a la locura y nuevas enseñanzas, dejando salir su lado menos humano y benefactor, su hija toma el manto de protectora auténtica de la naturaleza, algo que terminará pagando. De nuevo, por las amenazas del exterior y cómo estas extirpan toda bondad del corazón de los Baker.
El número 67, con la magnífica portada de Tom Taggart, es el primero del nuevo recorrido para la pequeña, en estado catatónico. Esto provoca el retorno momentáneo de Buddy al buen camino pero afecta para siempre el destino de Ellen.
Esta ya había ido dando muestras de su insatisfacción, inconforme con su vida normativa y su papel de madre. Las conversaciones con Annie sirven para desarrollar estas cuestiones, centradas en el poder de la depresión en el modo en el que una persona actúa, vive y siente.
El azul que mencionábamos de Tatjana Wood y que vuelve para atormentarla, en la noche más fría y el peor momento. Mientras su marido, con el que ya no tiene unión alguna se da a su espíritu animal por las noches, ve a su hija caminar entre la nieve. Sola, desprotegida, herida de muerte.
Y es cuando toma la decisión más terrorífica posible, en un número, el 69, que se encuentra entre los más descorazonadores y retorcidos de la historia del sello Vertigo. Una madre, una hija y una ventana entre ellas. Podría haber ido a por ella, devolverla a la calidez de la casa. También, haber despertado a Buddy para que fuera a por ella de inmediato. Ellen decide dejar morir a su pequeña de frío.
Steve Pugh protege en todo momento el rostro del personaje, desde que se levanta hasta que observa por la ventana, sin que podamos apreciar realmente sus reacciones. Buddy se despierta y, solo entonces, vemos los ojos verdes de Ellen, esperando que el invierno acabe con ella como con su hija. Un acto injustificable que pone el clavo definitivo en el ataúd familiar.
Las últimas páginas, intercalan la espera de los personajes femeninos dentro de la casa, y el azul del exterior, con Buddy y su hijo buscando, sin ninguna esperanza, un encuentro que venza el temor y la pesadilla.
Es la naturaleza y un animal el que termina con la vida de Maxine, poniendo el punto retorcido a la empresa vital de Animal Man. Una conclusión magistral, que se ahorra el morbo definitivo en el dibujo de mostrar el cadáver de la pequeña.
Esto, por supuesto, es una trampa de Jamie Delano y Steve Pugh, pues no es realmente Maxine la que muere. Lo cual supone un alivio, después del drama y el poso que deja esta historia, pero resulta tramposo en el cómputo global. Sirve, eso sí, para marcar el destino de Ellen, que abandona la casa.
Una vez rota la pareja, y lejos de rebajar el tono imperante, sus autores continúan ahondando en la inmoralidad de los protagonistas, con Buddy teniendo sexo con Annie inmediatamente después del funeral de su hija. Solo Lucy y Cliff, que vive una maduración personal interesante, escapan del reproche. Solo los niños son inocentes en un universo de adultos peligrosos, homicidas y ausentes.
El Buddy menos Animal Man planea un atentado en Washington. Exhibe su poder y, de no ser por la noticia de la vuelta de su hija, hubiera perpetrado un acto de implicaciones genocidas.
Como vemos, desde Flesh and Blood, ha ido tomando un camino hacia la villanía, conflicto tras conflicto, hasta el punto de no quedar absolutamente nada en él del personaje con el que iniciamos el número 51. El hombre bueno y padre de familia, ahora sin bondad ni legado. Solo sus poderes.
El último y definitivo paso se concreta en una ridícula pretensión mesiánica, que capta la atención de nuevos adeptos a lo largo de los Estados Unidos. Es la perversión total de su espíritu como protector del bien y una posición muy mal entendida de su poder como ejemplo ecologista.
La conversión es tanto física como espiritual, al no volver nunca a su forma humana. Se queda en su aspecto animal hasta que, como no podía ser de otra manera, muere.
Como obra de Jamie Delano, termina mal, con un final, en el que a pesar de todo subyace cierta sensación de optimismo, por primera vez en la obra. Es ambigua en cuanto al papel que deja la comunidad creada por Animal Man en el contexto general del cómic. Tiene, como propio del pensamiento del escritor, una visión contraria al capitalismo, en todas sus ramificaciones, pero deja a interpretación del lector las posibilidades que depara el nuevo mundo y la naturaleza.
Veintinueve números de una crudeza espeluznante. Una etapa valiente, combativa y que da cuenta de la complejidad de un sistema que aterra a su escritor y del que se sabe prisionero. Tanto si es para romper con él como para vivir anclado en sus comodidades, el camino lleva al horror y la destrucción del individuo y la familia, como representante más evidente de lo colectivo.
A pesar de que tuviera continuación inmediata, con Jerry Prosser al guion (de apenas diez números), y que el personaje haya tenido otras etapas ya en el siglo XXI, la colección firmada por Jamie Delano y Steve Pugh (con Tatjana Wood al color) sigue siendo la obra definitiva del personaje, a la altura, sin duda, del glorioso nombre dejado por Grant Morrison.
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