Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Todo a la vez en todas partes, de Dan Kwan y Daniel Scheinert

Aviso de Spoilers: Hemos escrutado todos los universos adyacentes y en ninguno se ha considerado spoiler ningunas de las palabras de la siguiente crítica de Todo a la vez en todas partes.

Dirección: Dan Kwan, Daniel Scheinert
Guion: Dan Kwan, Daniel Scheinert
Música: Son Lux
Fotografía: Larkin Seiple
Reparto: Michelle Yeoh, Jamie Lee Curtis, Jonathan Ke Quan, James Hong, Anthony Molinari, Audrey Wasilewski, Stephanie Hsu, Peter Banifaz, Brian Le, Andy Le, Tallie Medel, Jenny Slate, Harry Shum Jr., Biff Wiff, Aaron Lazar, Sunita Mani, Narayana Cabral, Chelsey Goldsmith, Craig Henningsen
Duración: 139 minutos
Productora: AGBO, Hotdog Hands, Ley Line Entertainment, Year of The Rat, IAC Films, A24 (distribuidora)
Nacionalidad: Estados Unidos

Este fin de semana llega al fin a los cines españoles la esperada Todo a la vez en todas partes, más conocida por ese divertido trabalenguas en su versión original como es Everything Everywhere All At Once; y que llegue a nuestros cines es algo sin duda a celebrar, no sólo por la calidad de la película (de la que hablaremos más adelante), sino por el titánico esfuerzo que ha costado traer uno de los grandes fenómenos del año cinematográfico, todo ello gracias a la productora Youplanet Pictures y a gente como el gran Paco Fox. Pero milagros locales de la distribución aparte, podríamos decir que con Todo a la vez en todas partes nos encontramos con un milagro a una escala mucho mayor, y es que la última película del dueto formado por Dan Kwan y Daniel Scheinert (más conocidos al más puro estilo Los Javis, los Hermanos Russo -productores de la cinta, por cierto- o Cher mucho antes que todos ellos, por Daniels) se ha convertido en la definición perfecta de un sleeper en la taquilla estadounidense: una cinta de relativamente bajo presupuesto (unos 25 millones de dólares) que comenzó su andadura con muy pocas pantallas y un estreno limitadísimo, para ir escalando poco a poco gracias al boca a boca, las buenas críticas y la sensación de estar ante algo verdaderamente único; diez semanas después de su estreno y tras ampliar espectacularmente el número de salas donde se proyectaba, Forbes ya dedicaba artículos al fenómeno comparándolo con auténticas anomalías que surgen de tanto en tanto como Mi Gran Boda Griega (el patrón oro de estos casos), y la cinta, con más de 50 millones de dólares recaudados, se convertía en la película más taquillera de la popular productora de cine independiente A24 superando a Uncut Gems, protagonizada por Adam Sandler. Nada mal para una cinta que comienza su andadura con una humilde familia de inmigrantes chinos en Estados Unidos que van a hacer la declaración de la renta. Pero hay mucho, muchísimo más en esta Everything Everywhere All At Once, y sus espectaculares avances ya indicaban que nos encontrábamos ante algo muy especial, una cinta en la que Michelle Yeoh se verá envuelta en una batalla multiversal por la supervivencia de todo lo conocido, empezando por su propia familia.

“Puede que vosotros sólo veáis un montón de recibos, pero yo veo una historia”.

Allá por el lejano 1999 (lejano en el cómputo normal del tiempo, pero a un cerrar los ojos de distancia en mi memoria), una frase en la crítica de Fotogramas de The Straight Story de David Lynch se quedó a vivir conmigo, en una de esas cosas aleatorias que se te quedan grabadas a fuego por cualquier motivo; y es que Sergi Sánchez describía la maravillosa película protagonizada por Richard Farsnworth como “la primera película íntegramente sobrenatural (por hermosa) del siglo XXI”; en aquel entonces, siendo yo un jovenzuelo que apilaba las Fotogramas y Cinemanías rayando el síndrome de Diógenes, me pareció una metáfora bellísima de todo lo bueno que estaba por llegar, no sólo en el cine sino también (diecinueve añitos tenía) en mi vida. En la vida. Pero dejemos ese tema de momento, tiempo habrá de hablar de ello en el último y clásico párrafo de las conclusiones, que para eso están las elipsis, y en pocas críticas que he tenido el placer de escribir en esta casa han sido más oportunas. Si estáis aquí es para leer sobre Todo a la vez en todas partes y supongo que lo que queréis saber se puede avanzar ya sin ningún tipo de miramiento: sí, estamos ante una película extraordinaria, un genio de la lámpara que sale a los escasos diez minutos de comenzar la cinta y no vuelve a meterse dentro hasta los títulos de crédito, dos horas y diez minutos más tarde. Mientras tanto, como espectadores y siempre y cuando aceptéis el juego de Daniels (que no era muy diferente del de empezar una partida de Jumanji, esto es, querer jugar y tirar los dados, pero que puede acabar siendo irrirante o absurdo para muchos), os vais a ver arrastrados por un vendaval… qué digo vendaval, un auténtico huracán de realidades, ciencia ficción, artes marciales, lágrimas, sonrisas, carcajadas y un millón de cosas más, todas, a la vez, en todas partes y a cada vuelta del siguiente plano. Daniels han levantado un tótem de presunta anarquía, pero sólo en apariencia; como el bagel que sirve de metáfora en la película, han volcado todo lo que se les ha ocurrido en una historia sobre la familia y el Multiverso, como si nada importara excepto acumular una cosa encima de otra, pero en medio de ese caos imposible la película y nosotros mismos nos aferramos a una constante, la mejor constante que se me podía ocurrir: Michelle Yeoh.

La fabulosa (se me acabarían los adjetivos al estilo Jose Luis Moreno con ella) actriz de Tigre y Dragón, con una impresionante filmografía a sus espaldas y unos inverosímiles 59 años (demostrando la relatividad del tiempo en sí misma) ha encontrado en esta Everything Everywhere All At Once todo un monumento dedicado a ella de un modo que no veía desde que Tarantino construyese Kill Bill para mayor gloria de Uma Thurman; y es que Yeoh se echa completamente la película a sus espaldas y nos lleva de viaje por la historia de una mujer que no sabe si ha tomado las mejores decisiones en su vida: propietaria de una lavandería en apuros económicos junto a su marido Waymond, un inolvidable Jonathan Ke Quan, protagonista en su infancia de cintas como Indiana Jones y el Templo Maldito o Los Goonies (esa riñonera…) y que sigue manteniendo ese aura picaresca y a la vez de inocencia que hace de su interpretación otra delicia, la Evelyn de Michelle Yeoh también tiene que lidiar con un matrimonio que se tambalea, un padre gruñón y chapado a la antigua (James Hong, otro clásico del cine de los 80 e inmortal villano de Golpe en la Pequeña China entre otros muchísimos papeles), y una hija (la joven Stephania Hsu) de la que se está distanciando cada día más. Todos esos trocitos rotos de corazón, de esperanzas y fracasos comunes a la mayoría de mortales, acompañan a Evelyn a una declaración de la renta devenida en inspección fiscal realizada por una descomunal Jamie Lee Curtis que, de repente… ah, ahí está la gracia de esta Todo a la vez en todas partes, y por supuesto que no vamos a destripárosla; tan sólo decir que la película no tarda en dar un vuelco a todas nuestras expectativas y se convierte en un festival al que están invitados desde las Wachowski hasta Kubrick pasando por Spike Jonze, Brad Bird, Wong Kar-wai y mil y una referencias más que podemos ir desgranando; pero ahí, subyacente (no, subyacente no, protagonista absoluta) está la historia de una vida, como esa historia que ve la inspectora de Hacienda en facturas y deducciones y que se presenta ante nosotros como un aparentemente inescrutable código de Matrix que debemos descifrar para entender el conjunto de la(s) realidad(es) de Evelyn, y que no deja de ser una historia mucho más sencilla, emocionante y directa de lo que insinuaba su intrincado argumento y las poderosas imágenes de su promoción. Sin esa historia vital que es el trasfondo del ruido persistente de la película, Todo a la vez en todas partes no pasaría de ser una curiosidad, un experimento repleto de golpes y giros, hipnótico para algunos y desesperante para otros. Pero con una gigantesca Michelle Yeoh elevándose sobre la propia película en el summum de todos los personajes posibles (luchadora, madre, amante, esposa, hija, fracasada, exitosa, divertida, exasperante, humana, falible y todos y cada uno de los estados por los que pasa durante las dos horas), la cinta se convierte en algo mucho más personal que da sentido a la extraordinaria parafernalia que los Daniels han montado (y aún no me creo que lo hayan hecho con ese presupuesto). Una pequeña oda a la familia que va de lo diminuto a lo descomunal en cuestión de segundos.

Todo a la vez en todas partes es (sí, ya llegamos al párrafo de los absolutos) no sólo una cita ineludible este fin de semana en la pantalla más grande que os podáis agenciar cerca de donde viváis; es LA cita que estabais esperando, esa que al poco que le deis una oportunidad os va a hacer sentir mariposas en el estómago. En estos tiempos en los que creemos que ya no hay películas originales y poco menos que el cine ha muerto sepultado por las grandes corporaciones, las eternas franquicias, los estrenos contados en cientos de millones de dólares el primer fin de semana, las secuelas, precuelas, revivals y demás lugares comunes del cinéfilo contemporáneo y sus (nuestras) sempiternas quejas andrestrasadianas, Todo a la vez en todas partes viene a decirnos que hay mucho más allá afuera y que la ambición de una película puede ir más allá de su presupuesto o los márgenes de su historia. Más importante aún, Everything Everywhere All At Once se atreve a dar un mensaje de esperanza a través de su narrativa, apelando a reconvertir los golpes en abrazos para abrirse paso hacia el final, algo tan subversivo en este 2022 que casi la convierte en una película a contracorriente; y no sólo por sus desafíos estéticos que te golpean dejándote sin respiración a cada esquina de la trama, ni por el inaudito montaje que no sabes cómo demonios ha llegado a buen puerto, y ni siquiera por sus rupturas formales que te van a dejar al borde del asiento, desternillado de risa o incrédulo ante las interminables posibilidades de este Multiverso (mucho más amplias y divertidas que las de su prima marvelita en la cartelera). Daniels han conseguido subirse a los hombros de todos esos logros formales y encontrar una historia preciosa que contar sobre el aquí y el ahora. En aquel lejano 1999, inocente de mí, pensaba que todo iría a mejor y que aquella belleza sobrenatural sería la tónica del siglo XXI, pero la vida (oh, sorpresa) tiene otros planes, y el más perverso de ellos tiene que ver con aquello del mejor truco del diablo de hacerte creer que no existe; nuestros tiempos parecen tener grabados en su entrada aquel terrible mensaje de bienvenida al Hades que rezaba: «Oh, vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza«; esa agridulce sensación de que todo va a peor desde el noticiero de la mañana con el que te levantas y que ha hecho que nos parezca que toda mirada nostálgica al pasado o a cualquier ramificación posible del mismo habría formado un futuro mejor del que vivimos. Por eso me gusta… no, no me gusta, me parece divino que haya películas que me hagan llorar con un mensaje opuesto al que quiero creer desde el cinismo cuando hablamos de esperanza en el que me instalé hace ya demasiado tiempo; quizás de eso vaya el cine, aquel de las Fotogramas y Cinemanías que se fueron a la basura en no me acuerdo qué mudanza y que a lo mejor otro yo de otro universo conservó y no sólo aún lee, sino que aún cree que lo más hermoso y sobrenatural de este siglo XXI aún está por llegar. No es muy diferente a mí (ojalá con más pelo), así que si cierro los ojos y me concentro aún puedo conectar con él y preguntarle si ha visto esta Todo a la vez en todas partes, y si le ha gustado tanto, tantísimo como a mí. Con esa pila de revistas detrás suyo conservadas como un tesoro mientras escribe la crítica para la Zona Negativa de su universo, ya sé la respuesta antes de hacerle la pregunta.



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