Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNSeries – Crítica de Stranger Things. Cuarta Temporada. Primer Volumen, de Matt y Ross Duffer
Género: Thriller. Terror. Comedia.
Creador: Matt Duffer y Ross Duffer.
Reparto: Millie Bobby Brown, Finn Wolfhard, David Harbour, Winona Ryder, Sadie Sink, Gaten Matarazzo, Caleb McLaughlin, Noah Schnapp, Dacre Montgomery, Charlie Heaton, Natalia Dyer, Joe Keery, Cara Buono, Maya Hawke, Amybeth McNulty, Myles Truitt, Regina Ting Chen, Grace Van Dien.
Producción: Netflix / 21 Laps Entertainment.
Canal: Netflix.
«Hablas de monstruos y superhéroes. Esa es la materia de los mitos y los cuentos de hadas. La realidad, la verdad, rara vez es tan simple. Las personas no son tan fáciles de definir.»
Hay que reconocer que Netflix ha protagonizado un papel muy destacado en la producción, difusión y globalización de contenidos audiovisuales en las últimas décadas, siendo una pionera de la era actual de las plataformas. Ha sido su modelo de negocio el que han adoptado paulatinamente las grandes productoras de Hollywood como Warner Bros. y Disney. Su marca de fábrica ha dado lugar a una nueva manera de entender el ocio y ha alimentado nuestro ansia por consumir series y películas -claramente por encima de nuestras posibilidades- desde la comodidad de nuestro hogar y en detrimento de la salas de cine. También ha sido una avanzada a la hora de intentar ampliar el público objetivo de sus productos, apostando por historias enfocadas a todo tipo de perfiles, con una mayor diversidad y facilitando una oferta intercultural y transversal que nos ha permitido acercarnos a la ficción de otras latitudes, culturas y maneras de entender el mundo. No cabe duda que el suyo ha sido todo un cambio de paradigma generacional.
Pero no es menos cierto que en la actualidad la compañía no se encuentra en su mejor momento. Su política de cancelaciones que no está dando muy buena imagen entre los consumidores y la competencia -cada vez más feroz en su campo- ha hecho a Netflix perder muchos suscriptores por el camino. El tiempo dirá si la compañía sale bien librada de esta disyuntiva y sí es capaz de sobreponerse a la situación y mantener esa poderosa imagen de marca que le ha reportado tanta popularidad en miles de hogares de todo el mundo. Una imagen de marca a la que ha contribuido mucho -y de forma decisiva- una franquicia como Stranger Things. La ochentera cabecera creada por los hermanos Matt y Ross Duffer ha estrenado recientemente -y de forma parcial- su esperada cuarta temporada. Netflix no ha escatimado esfuerzos en su producción y promoción a sabiendas de ser históricamente su producto más rentable. Las aventuras de Once, familia y amigos, vienen al rescate, no solo del ficticio pueblo de Hawkins y del mundo, sino de una compañía necesitada de un pelotazo de esta magnitud para reafirmar su posición en la industria del streaming audiovisual.
Para esta nueva entrega Netflix ha modificado ligeramente su estrategia habitual, dividiendo la presente temporada en dos volúmenes que se estrenarán con poco más de un mes de diferencia. El primero de ellos es el que podemos disfrutar de momento en la plataforma y está compuesto de siete episodios que superan cada uno de ellos la hora y cuarto de duración, llegando el último de ellos a la hora y cuarenta minutos. En cambio, el segundo volumen de esta cuarta temporada -compuesto únicamente por dos episodios- no lo podremos degustar hasta el próximo 1 de julio. Estos dos episodios tienen una duración total que casi traspasa las cuatro horas, configurándose más como un largometraje que como una tanda de episodios más de la serie. Pero este no es el final de la historia, se ha confirmado una quinta temporada, y además se ha hablado de la posibilidad de algún spin-off y de darle carpetazo a esta ficción en una posterior película que se estrenaría en cines. Pero, centrándonos por lo que hasta este momento podemos juzgar, el presente primer volumen de esta cuarta temporada, ¿goza Stranger Things de salud suficiente para sobrevivir hasta ese punto?
Pues vistos estos siete episodios del primer volumen de la cuarta temporada, el tema es más complejo de analizar de lo que podríamos esperar en un primer momento. Stranger Things es un referente de éxito a día de hoy y un modelo que ejemplifica lo mejor y lo peor de esa nostalgia ochentera en la que nos han sumergido los creadores, guionistas y directores en la última década y media. Los hermanos Duffer han construido una franquicia con un universo fascinante a base de retazos, guiños y referencias pasadas. Todo una manera de entender la ficción que ha desembocado en una propuesta con grandes dosis metaficcionales y una autoconsciencia que nos gana por el carisma de sus personajes y por su sentido ligero de la aventura. Pero también es cierto que después de la sorpresa de su primera temporada, en las siguientes se ha pecado de intentar estirar y repetir la fórmula. La fórmula seguía siendo divertida, pero no aportaba nada nuevo más allá de personajes sparring con los que alimentar la pira de cadáveres de la temporada en curso y reformulaciones de una misma amenaza. Esta cuarta temporada redunda en la estrategia, pero al mismo tiempo ahonda y arroja algo de luz sobre algunos de los misterios que arrastra la cabecera desde sus inicios.
Toda una declaración de intenciones que sumada a una mayor inversión en términos de espectacularidad, épica y efectos especiales -con el humor acostumbrado- hacen de esta cuarta temporada la más interesante desde el inicio de la serie. Las señas de identidad de Stranger Things siguen en primera línea de costa y en ese punto no caben muchas sorpresas. Los hermanos Duffer profundizan en su mitología, sin abandonar el ecosistema de constantes referencias al cine y la cultura de los años ochenta, pero llevándolo a un nuevo nivel que no escatima en revelaciones y momentos realmente brillantes. En ese sentido, también encontramos alguna trama paralela que fuerza la máquina, intentando añadir nuevos elementos dramáticos que pensábamos superados y que en parte nos invitan a una importante suspensión de la credulidad. No obstante, cuesta juzgar negativamente estas ideas debido a la sincera falta de pretensiones que en todo momento exhibe la cabecera. Esta temporada sigue redundado en una estructura que lleva a su coral reparto a repartirse su protagonismo a lo largo de diversas y confluentes tramas. Podemos decir que todas mantienen en parte el interés, aunque transitando en lugares comunes y sus planteamientos estén estirados en exceso. Este sería, por un lado, el caso de la trama protagonizada por Once, y por otro lado, la que se relaciona con su desterrado padre adoptivo Hopper.
El argumento de esta cuarta temporada se inicia seis meses después de los acontecimientos con los que cerró la anterior entrega de la saga. Así, tenemos a la Once de Millie Bobby Brown que se ha trasladado a California junto a la familia Byers, encabezada por la sufrida matriarca interpretada por Winona Ryder y los hermanos Jonathan Jonathan y Will a los que encarnan nuevamente Charlie Heaton y Noah Schnapp. La adaptación no está siendo fácil para ninguno de ellos, pero todo eso pasará a un segundo plano cuando después de la visita de Mike Wheeler (Finn Wolfhard), el mal vuelva a resurgir en Hawkins y Once deba hacer un gran sacrificio para recuperar sus poderes. Mientras, su tutora Joyce se verá en la tesitura de viajar hasta Alaska para pagar el rescate de un Jim Hopper (David Harbour) al que creía muerto, pero que en realidad se encuentra retenido al otro lado del mundo en un gulag ruso. Finalmente, en Hawkins tenemos a un variopinto y juvenil grupo formado por Dustin (Gaten Matarazzo), Lucas (Caleb McLaughlin), Nancy (Natalia Dyer), Max (Sadie Sink), Steve (Joe Keery) y Robin (Maya Hawke), lidiando con la nueva encarnación maléfica procedente de El Otro Lado que ha puesto en jaque una vez más su -antaña- tranquila localidad.
Por si este reparto no fuese ya suficientemente amplio, las caras nuevas no dejan de proliferar a lo largo de esta cuarta temporada. Entre ellas, cuentan con un peso especial Enzo, el corrupto guarda ruso que custodia a Hopper y al que interpreta Tom Wlaschiha; el enigmático Peter Ballard al que Once conocerá esta temporada en extrañas y oníricas circunstancias y al que da vida Jaime Campbell; Argyle, el amigo porreta de Jonathan encarnado por Eduardo Franco; el carismático Eddie Munson, líder del Club Fuego Infernal y cuyo papel ha recaído en Joseph Quinn; y, finalmente, entre tanta sangre joven, un mito viviente del celuloide de terror como Robert Englund interpreta a Victor Creel, una pieza básica en la trama de esta temporada que fusila espiritualmente (y no por casualidad) conceptos muy arraigados de la popular saga de Pesadilla en Elm Street. La trama de la temporada tiene mucha relación con los sueños, con un villano que nos recuerda frontalmente -en su estética y modus operandi- al mítico Freddie Krugger que Wes Craven y Englund convirtieron en un icono del cine de terror a mediados de los ochenta. Esto se combina con una historia que nos trae los ecos del pánico satánico en la que estaba inmersa Estados Unidos en esos años y que llevó a su sociedad a criminalizar injustamente a la contracultura del momento: la música, los juegos de rol, los cómics… Ya os hacéis una idea.
En ese sentido, los hermanos Duffer tienen una habilidad especial para retrotraernos y reformular las directrices de toda una época, estableciendo paralelismos con cierto trasfondo y tratando temas sociales desde ese prisma ventajista que nos ofrece la «comodidad» de nuestro presente. Stranger Things se abre ante nuestros ojos como un mecanismo con un evidente componente meta y que estimula nuestros recuerdos como si de un juego se tratase. En ocasiones, puede acabar por distraer y restar entidad propia a la producción. En ese sentido, esta temporada es un vórtice que se lo traga absolutamente todo, lo mastica y, convenientemente, lo regurgita para ofrecernos un entretenido y, hasta cierto punto estimulante, espectáculo pensado por y para agradar a nuestros niños interiores. La serie fagocita la esencia de Los Goonies con un elenco continuamente obsesionado por las dinámicas y reglas de Dragones y Mazmorras y una historia con multitud de guiños al universo de Stephen King -desde Carrie a It u Ojos de Fuego– y un enorme -y a menudo ingenioso- catálogo de influencias cinematográficas -principalmente procedentes del género de terror- que se mueven desde el slasher fundacional del Halloween de John Carpenter, las películas de casas encantadas, el terror espacial de Alien y el thriller psicológico de El silencio de los corderos.
En Stranger Things no se desaprovecha nada y, otra muestra de ello, son algunas ideas y conceptos en sus tramas que nos hacen pensar en historietas ligadas al universo mutante de Marvel Comics tales como Arma-X y La Saga de Fénix Oscura. Todo ello acompañado de una banda sonora llena de temazos que en esta ocasión encabeza ese Running Up That Hill de Kate Bush que tan decisivo y emotivo papel juega en la historia de uno de los personajes de la serie. También nos atrapa esta cuarta temporada con piezas musicales de grupos e intérpretes como KISS, Talking Heads, Beach Boys, Baltimora y otros tantos. La música tiene así un peso muy específico en esta cuarta temporada, puede que incluso más que en las entregas anteriores de la producción de Netflix. No solo de una manera tradicional en lo narrativo, sino también dentro del juego metatextual al que nos invita. La música tiene una presencia casi física y funciona como nexo entre el mundo real de esta ficción y El Otro Lado. Por otro lado, puede que este sea el mayor añadido a una saga que no nos ofrece realmente nada nuevo, pero que sí sigue refinando y mejorando -en gran parte- su ensayada fórmula.
No obstante, hay que reconocer que si esta cuarta temporada funciona lo hace en gran parte por la inercia de la popularidad de esta producción. El producto ya está vendido por lo que Stranger Things se permite el lujo de disparar directamente a nuestros sentimientos. Lo hace -al igual manera que el villano de esta temporada- a través de nuestros buenos recuerdos, siendo consciente del cariño que hemos contraído con Hawkins y, especialmente, con sus entrañables personajes. Lo utiliza contra nosotros, tira los dados y sale vencedor. Porque nos siguen enterneciendo esas referencias culturalmente dispersas de Dustin y su amigable troleo con Steve, el patetismo heroico que este exhibe en muchas partes de la historia, la verborrea locuaz de Robin, el coqueteo superheroico de toda la trama relacionada con Once, la pose trágica y abnegada de un Hopper de vuelta de todo, la melancolía y la culpabilidad de Max, la empatía por las inquietudes de un Will que sigue sin encontrar su lugar en el mundo real y la extravagante personalidad de un recién llegado Eddie. Es normal que Millie Bobby Brown haya reconocido que llegados a este punto solo queda traspasar la línea y asumir riesgos, prepararnos para le pérdida y dejar las risas a un lado.
Lo que no queda claro es la artificiosa estrategia de Netflix de estrenar esta temporada en dos volúmenes tan descompensados y con poco más de un mes de diferencia. Puede que lo comprendamos mejor cuando podamos disfrutar de esos dos episodios finales de los que depende tanto el futuro de la saga. Porque dependiendo de sus riesgos asumidos por la producción y de sus conclusiones, el interés de los aficionados y espectadores puede acompañar o, por el contrario, darle la espalda a una serie que en cualquier momento podría empezar a sentirse fuera de onda. Porque en algún momento este revival ochentero debe empezar a dar paso a alguna otra cosa, ¿no? Los noventa reclaman desde hace tiempo su cuota de pantalla….Pero parece que todavía nos queda historia para rato y las costuras del entramado siguen resistiendo suficientemente bien para tener esperanza y confianza en lo que sus responsables nos quieren contar. En Stranger Things hay épica, hay humor, hay sentimiento… Hay una lucha en ciernes entre el Bien y el Mal. No necesitamos más. Eso nos anima a seguir en esta carretera. A subir corriendo la colina.
¡Es la hora de la encuesta!
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