Javier Vázquez Delgado recomienda: Iron Man: Desde las cenizas

 


Edición original: Marvel Comics – mayo 1993 – julio 1994
Edición España: Comics Forum – enero 1995 – agosto 1995
Guión: Len Kaminski
Dibujo: Kevin Hopgood
Entintado: Steve Mitchell
Color: Ed Lazellari, Ariane Lenshoek
Portada: Ángel Unzueta (el primer número), Kevin Hopgood,
Precio: 325 pesetas (los números dobles, de cuarenta y ocho páginas). 395 pesetas (el número quinto, de sesenta y cuatro páginas)

 
Prólogo: una excepción a la regla general

Cuando se echa la vista atrás y se viaja hasta los años noventa del siglo pasado, es habitual mencionar una serie de tópicos que, rara vez para bien, definen una época particularmente convulsa, en el género superheroico, en el ámbito editorial y, particularmente, en la casa de las ideas: anti-heroísmo, versiones oscuras de personajes clásicos, cazadoras de cuero, cananas, cinturones tácticos de postureo y anatomías un poco imposibles. Hoy resulta habitual denostar aquella avalancha de publicaciones en las que unas empresas intentaban imponerse a otras, por medio de la táctica de ahogar el mercado con serios de todo tipo, pero es justo reconocer que, en aquellos días, era fácil dejarse encandilar por aquellas portadas con brillitos y aquellas páginas, pródigas en viñetas tan espectaculares como vacías de contenido, en lo que a historia se refería.

Como es bien sabido, los locos tiempos felices de ventas millonarias dejaron paso a una feroz crisis en la que la sangría de ventas intentaba cortarse con maniobras cada vez más arriesgadas e insensatas. La desesperación es lo que tiene, pero, a mediados de los noventa, la realidad era bastante descorazonadora: los piratas imagineros bajaban por los ríos para saquear la Roma marveliana. Los templos comiqueros de los ochenta se convertían en ruinas y su relevo aún no existía. Fueron autores como los que aparecen en esta reseña los que mantuvieron una cierta coherencia con el pasado, en unos tiempos en los que estaba bastante de moda abjurar de él.

A la hora de reivindicar los tebeos de pijamas de los convulsos años noventa, es habitual mencionar los trabajos de Peter David con Hulk o Factor-X, o la labor como narrador completo de Alan Davis en Excalibur. Sin embargo, rara vez se menciona la labor que Len Kaminski llevó a cabo con el Hombre de Hierro, primero junto a Kevin Hopgood y, después, con Tom Morgan. Sin embargo, algunos de los conceptos que se han visto en la versión cinematográfica del latoso salieron de sus trabajos. Desde un cierto punto de vista, el título que en Forum dieron a esta miniserie, Desde las cenizas, no solamente hace referencia al proceso de recuperación de un Tony Stark que había vencido, ahí es nada, una enfermedad neurodegenerativa terminal; también encaja bien con la labor que Kaminski llevó a cabo durante varios años, logrando relanzar al personaje y recuperarlo para el interés del gran público. Todo ello de la mano de un artista como el ya mentado Hopgood, cuyo estilo, limpio, sencillo y elegante, estaba en las antípodas de lo que se llevaba entonces. Con el material publicado en esta miniserie, la colección de Iron Man alcanzaba su tricentésimo número y maese Kevin abandonaría la serie, para pasar unos años en la industria del videojuego.

Hay que tener en cuenta que, por aquellos años, el vengador dorado no contaba con una colección regular en nuestro país. Forum había hecho mil y una piruetas Vamos, pues, a retroceder casi treinta años en el tiempo, para ver qué pasó con la cabecera férrica en esos años. Lo primero que hay que indicar es que el Hombre de Hierro no se contó nunca entre los personajes populares a este lado de la charca. Su primera cabecera pasó al formato bimestral y la segunda, adaptada al formato yanqui, duró apenas quince números. El retorno a una colección compartida -ahora con el Hulk de Peter David y Dale Keown- se cerró a los nueve meses. A partir de ahí, dos entregas de Grandes Sagas Marvel, series limitadas -como la ya mencionada con el origen de Máquina de Guerra o esta de la que se habla aquí- y algún que otro tomo en tapa blanda. En verdad, hay que reconocer que los editores forumnianos hicieron de todo para que personajes que no contaban con el favor popular, se mantuvieran presentes. Hoy en día, se habla mucho de que etapas que, en su momento y en la actualidad, se consideran definitorias o definitvas (o ambas cosas) de tal o cual personaje: el Thor de Walter Simonson, el Daredevil de Frank Miller o el Iron Man de David Michelinie y Bob Layton son buenos ejemplos, mil veces mencionados, pero siempre se olvida que, por estos barrios, costó Eru y ayuda verlas completos. Solamente el tiempo y la publicación de clásicos han permitido colmar huecos que habían estado presentes durante largo tiempo.

La forja de una efímera franquicia.

Lo primero que hay que recordar en la etapa en la que Len Kaminski es el hecho de que el guionista jugara una carta que había estado presente durante varios años en el sector: la sustitución del personaje principal por otro que, temporalmente, asume la identidad y las responsabilidades del alter ego que protagoniza la colección. En el caso de Iron Man, su sucesor era un viejo conocido de la parroquia lectora que, además, ya había vestido la armadura roja y gualda durante la segunda crisis alcohólica de Tony Stark. James Rhodes, Rhodey, había hecho su aparición durante la primera etapa de David Michelinie, pasando a formar parte del elenco de secundarios regulares y siendo uno de los más populares y de mayor permanencia. Así pues, que vistiera nuevamente la armadura, ante la incapacidad de su titular, no era nuevo. En esta ocasión, la novedad vino dada por el hecho de hacerse con una versión de la misma mucho más reciente, a la que quedaría unido, para convertirse en un héroe con nombre y trayectoria propios: Máquina de Guerra.

Según cuentan las crónicas nemedias, la armadura -de color negro y plata, con permiso del coloreado pre-informático- no tenía nombre y el que obtuvo -la máquina de la guerra- era una denominación otorgada por la afición. Desconozco si la historia é vera o bien trovata, pero no deja de tener su gracia. La denominación le venía como anillo al dedo a un atuendo cuyos periféricos eran armas convencionales y parecía tener una vocación más agresivas que sus predecesoras. Stark la había diseñado para enfrentarse a un trío de cíber-samuráis que le había superado en su primer encuentro pero, tanto en el caso de Tony como en el de Rhodey, ello no supuso un cambio de actitud, para sumarse a la corriente dominante en aquellos días. En El origen de Máquina de Guerra, James intenta mantener vivo el legado de un amigo al que considera difunto. Asume su puesto en los Vengadores Costa Oeste y se desempeña como un digno heredero que, no solamente lo es de la identidad super-heroica sino, además, del conglomerado empresarial. Cuando Tony le revele que, en realidad, no estaba muerto (pero tampoco de parranda) Rhodey se coge un monumental cabreo -un poco exagerado, quizá- y se marcha con armadura a su nueva colección (de la que habrá que hablar un año de éstos). Es en este punto, en el que Tony recupera su cabecera y diseña una nueva armadura, en el que se sitúa esta miniserie.

La aparición de una segunda colección férrica, unida a la desaparición de los Vengadores Costa Oeste y su conversión en Fuerza de Choque -reseñadas aquí y aquí– convertirán al Hombre de Hierro en la piedra angular de una franquicia que, escindida de la escudería vengadora, lograría hacerse con una serie de animación de dudosa calidad y sobrevivir hasta que la implosión del mercado obligara a cerrar filas y a dejarse de unos experimentos que no habían sido lo que se dice venturosos.

Algo viejo, algo nuevo

La serie comienza con un Tony Stark que está aún convaleciente del proceso que le ha permitido salvar el pellejo y curarse de la enfermedad neurodegenerativa que amenazaba con llevarle al otro barrio. Esta trama secundaria, que había definido la colección férrica desde los días de John Byrne y traía causa, a su vez, de la segunda visita de David Michelinie, se cierra pero, antes, el pupas mayor del reino marveliano -con permiso de Peter Parker- tiene que pasar por un proceso de recuperación. Para empezar, no puede vestir la armadura, así que toca un nuevo modelo en el que se pueda manejar a distancia. El proceso de creación y adaptación a un control remoto será, en sí mismo, una aventura y servirá como recordatorio de que el protagonista aún no está en pleno uso de sus facultades, por lo que las amenazas a las que deba hacer frente serán pruebas que pondrán a ídem las capacidades del Antoñito. Para ayudarle en su rehabilitación hace su aparición Veronica Benning, una fisioterapeuta que será fundamental para que Stark recupere su plena movilidad. Al tiempo, iniciará una relación -cómo no- con Tony, pero su presencia en la colección y en la vida del protagonista no irán más lejos de la permanencia de Kaminski en los guiones.

Mientras el nuevo y redivivo Iron Man pugna por recuperar su puesto y su vida, enfrentándose a amenazas que le llevan a visitar algunos de los escenarios de su pasado, los autores van dando pasos para llegar al tricentésimo número de la colección, en la que habrá una gran batalla, con uno de los adversarios más duros de cuantos pueblan la galería de villanos férricos: el robot gigante Último. Hay que tener en cuenta que, así como sus colegas vengadores el Capi, el tronador o el masivo heredaron para sus colecciones las numeraciones de cabeceras precedentes como Tales of Suspense, Journey into Mistery o Tales of Astonish. En tanto que el cabeza de lata contó con un número uno. Es por ello por lo que su llegada a tan redondo número se demoró tanto. Para conmemorarlo, Kaminski y Hopgood sacan del almacén buena parte de las armaduras y coloca dentro de ellas a buena parte de los amigos y aliados de Stark. Hasta Rhodey se da un paseo por la fiesta, para luego volver a renovar su enfado con su colega, aunque de una forma mucho más forzadas. Habrá que esperar al prólogo a la aventura Las manos del Mandarín, publicado en este tomo, para que fumen la pipa de la paz. Al final de la aventura, tenemos a un Tony Stark plenamente recuperado, con una armadura que será la empleada, a grandes rasgos, para su serie animada y al frente de una escudería propia. Desgraciadamente, esta cabecera sería la única con calidad e interés suficiente como para sostener el entramado, pero ya se hablará de eso en otra ocasión.

El personaje que tenemos por aquí contrasta bastante con la versión que Abnett y Lanning dan en Fuerza de Choque, mucho más antipática y beligerante. Aquí tenemos a alguien que, resucitado y todo, sigue siendo el de siempre y lo demuestra en sus interacciones con el resto del universo marveliano. Ya sea con viejos conocidos como un agonizante Capitán América o un reivindicado Hulk o con recién llegados como los Nuevos Guerreros o Thunderstrike, Kaminski y Hopgood nos presentan a un Tony Stark seguro de sí mismo, a costa de superar los sinsabores que le ha dado la vida pero, también, dispuesto a escuchar -aunque sea después del consabido intercambio de galletas- a colegas a los que respeta.

Epílogo:


Desde las cenizas
marca el fin de la colaboración entre Len Kaminski y Kevin Hopgood. El equipo, que había conseguido renovar al personaje y sacarle del callejón sin salida en el que parecía haberle dejado John Byrne, se separaba. El dibujante dejaría el negocio de los súper-héroes para dedicar una larga temporada a la industria del videojuego. El guionista por su parte, continuaría durante una temporada más, junto a otro ilustrador muy prolífico en aquellos días, Tom Morgan. Con uno y con otro, maese Len demostraría sus notables talentos para el género y su capacidad para contar historias interesantes con un personaje clásico, en unos tiempos en los que el sector y la editorial parecían ir por la vida como la barca de Remedios Amaya. La reestructuración de la franquicia vengadora y la reunificación con la misma de las colecciones férricas supusieron su marcha y el inicio de un periodo particularmente nefasto para las aventuras de Iron Man pero ésa, como siempre, es otra historia.

Entre tanto, solamente queda reivindicar el trabajo de dos autores cuyo estilo, especialmente el de don Kevin, se situaba muy lejos de las modas predominantes en esos días. La sencillez y la elegancia de sus lápices contrastaban con el abigarramiento de moda y, todavía hoy, su labor constituye una notable excepción a la regla de los años noventa.

Portada del tricentésimo número de la colección estadounidense
Iron Man vs. Ultimo


Ver Fuente

Comentarios

Entradas populares