Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNDayTimSale – Legends of the Dark Knight: Blades

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Edición original: Legends of the Dark Knight Nº 32 a 34 USA (DC Comics, 1994)
Edición nacional/España: Leyendas de Batman Nº 05: Espadas (Planeta DeAgostini, 2008)
Guion: James Robinson
Dibujo: Tim Sale
Entintado: Tim Sale
Color: Steve Oliff
Traducción: Jose María Méndez
Formato: Rústica. 88 páginas. 5,95€

Tim Sale: la virtud de hacer fácil lo imposible

“Recuerda Batman, el potencial para la maldad está en todos los hombres.
En todos. Incluso en ti.”

El cómic es una disciplina realmente única, una que se sustenta es ese “acto psicomágico” que generan sus imágenes en nuestra mente con el pasar de sus páginas. Esta sensación se consigue cuando sus autores son capaces de hibridar de forma perfecta letras y dibujos, siempre en el mismo plano físico de la viñeta. En esta relación de pareja la palabra no se impone en ningún momento al arte, pero el trazo tampoco tiene libertad absoluta en ningún momento. La compresión de este mecanismo es algo en lo que destacaba -cuánto cuesta hablar a veces en pasado- Tim Sale. Su arte, espoleado por su talento innato, sabía tocar los resortes apropiados para que cualquier narración fluyera de una manera asombrosa.

Sale era una rara -y preciosa- avis dentro del mundo del cómic. No era el autor más prolífico del medio, tampoco buscó nunca subvertir las reglas del mismo, ni reinventar la rueda, pero su huella en el mundo del cómic -no cabe duda- perdurará y alumbrará a los que han de venir después de él. Estamos hablando de una personalidad que, en pleno ascenso del grim and gritty a finales de los ochenta y principios de los noventa, mantuvo sus ojos puestos en los maravillosos años sesenta y en la sensibilidad del cómic europeo. El cómo logró sobrevivir a esos años dentro del mercado mainstream sigue siendo un misterio, pero está claro que en ello tuvo mucho que ver una narrativa depurada a lo largo de los años. Una que hacía que cualquier proyecto en el que participase cobrase un interés especial para los lectores.

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El arte de Sale tenía un efecto reafirmante, aglutinador y homogeneizador capaz de enmascarar cualquier debilidad argumental que pueda originarse desde el guion. La mejor muestra de ello son los trabajos que realizó con Jeph Loeb a lo largo de su carrera. Pese a no tratarse en la mayoría de casos de obras perfectas, su sola mención nos generan profundas emociones y recuerdos que van más allá de la que nos pueden ofrecer otros grandes clásicos del noveno arte. Batman: El Largo Halloween, Superman: Para todas las estaciones, Spider-Man: Blue y el resto de la saga cromática para la Casa de las Ideas en la que trabajó junto a Loeb a lo largo de su carrera… Todas ellas son experiencias sensoriales de primera magnitud que han creado escuela tanto dentro de la viñeta, como en esa galaxia cercana que es el cine.

El trazo de Sale desprende una fuerza y sugestión que está al alcance de muy pocos creadores. Y lo interesante es ver como estuvo ahí casi desde un principio. Después de unos primeros ensayos y pruebas en series como Thieve´s World y The Amazon, Sale daría un sonoro golpe sobre la mesa con su participación en uno de los arcos argumentales de Grendel junto a Matt Wagner. Otro genio del que seguramente absorbía más de una enseñanza de cara al futuro. Esto llamó la atención de DC Comics y le puso en contacto por primera vez con Jeph Loeb, colaborarando juntos en 1991 en una miniserie de Challengers of the Unknown y, posteriormente, en varias historias que se publicarían en Legends of the Dark Knight. La tercera serie del personaje en pleno auge de la batmania que había provocado el estreno en 1989 de la famosa película de Tim Burton.

Esta cabecera fue determinante en la carrera de Tim Sale, tanto como lo fue la sombra de un personaje como Batman que siempre le acompañó en su andadura. La particularidad de esta serie era que sus historias no tenían una continuidad entre ellas, eran miniseries que mostraban visiones independientes del personaje realizadas por distintos equipos creativos. Para autores como Dennis O’Neil, Chuck Dixon, Grant Morrison, Alan Grant, Doug Moench, Archie Goodwin, Mike Mignola, Matt Wagner y otros muchos, fue un campo de experimentación que les permitió abordar historias y temáticas mucho más oscuras y maduras a las que se publicaban en las series regulares del Caballero Oscuro. La influencia de Frank Miller en muchas de las propuestas era evidente, normal teniendo en cuenta que su trabajo en Batman: Año Uno era el nuevo canon y El Regreso del Caballero Oscuro era tendencia.

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Así, después de su colaboración en Challengers of the Unknown, Sale y Loeb tuvieron la oportunidad de explorar su relación artística con una serie de especiales de Halloween para Legends of the Dark Knight que se publicaron entre 1993 y 1995. En la actualidad estas historias se pueden encontrar en un único tomo recopilatorio bajo el nombre de Batman: Haunted Knight (Batman: Caballero Maldito en la última edición de ECC Ediciones). Pero además, Sale también participaría por su parte en otra historia publicada en Legends of the Dark Knight. Este se trata de un pequeño arco argumental de tres números -del 32 al 34 de la cabecera original- titulado Blades (Espadas) y que contaba con un veterano como James Robinson como guionista.

Esta miniserie que cuenta con varias ediciones en nuestro país por parte de Zinco y Planeta DeAgostini no es la obra más recordada de Sale, pero lo interesante de ella es que funciona como un puente entre sus primerizos trabajos y las que serían sus grandes obras para Marvel y DC Comics. En perspectiva, también podríamos interpretar en ella un cierto componente metatextual respecto a la faceta de Sale como autor de cómics dentro de la industria estadounidense. Blades basa su premisa en el contraste de las dos visiones heroicas que nos presentan, la del propio Batman y la del aspirante a héroe que se esconde bajo la identidad de El Caballero. La oscuridad y la luz, las luces y las sombras, la fusión de lo nuevo y lo pasado… Todas ellas cuestiones ampliamente exploradas por Sale a lo largo de su carrera.

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Blades nos narra la obsesión del Cruzado Enmascarado por atrapar a un desconocido asesino en serie que está sembrando el terror en Gotham. Y también la aparición en la ciudad de un nuevo luchador contra el crimen, un justiciero que se hace llamar El Caballero y que por sus maneras pronto se granjea las simpatías de sus conciudadanos en detrimento de Batman. La premisa nos puede recordar al Batman: Año Dos que en 1987 escribiría Mike W. Barr para la cabecera de Detective Comics. Allí teníamos a El Segador, un reflejo distorsionado de Batman que en su lucha contra los delincuentes de Gotham no tenía reparos en traspasar todos los límites y utilizar la fuerza letal contra los delincuentes. Pero El Caballero que encontramos en Blades, pese a poner también a Batman frente a las cuerdas, no cumple exactamente la misma función. En este caso el paralelismo es mucho más sutil.

El Caballero es un héroe de capa y espada, el precedente al género superheroico con el que está emparentado. Tanto es así que la creación de Batman en 1939 por parte de Bill Finger y Bob Kane estaba muy influenciada por la película de La marca del Zorro que en 1920 había convertido al personaje interpretado en sus primeras producciones por Douglas Fairbanks en todo un icono cultural. No hace falta mencionar las similitudes existentes entre ambos personajes, tanto a nivel formal como estético. Tampoco pasará desapercibido para muchos el detalle de que los padres de Bruce Wayne -en algunas versiones de la historia- fueron asesinados a la salida del cine, en concreto de la proyección de La marca del Zorro. Así que para Batman enfrentarse a El Caballero es más que hacerlo contra sí mismo, es plantearse la posibilidad de haber sido otro tipo de héroe.

De la misma manera de El Caballero se convierte en un haz de luz para una Gotham envuelta en la eterna oscuridad, Sale trajo luz al cómic de superhéroes en los años noventa. Y no lo hizo negando su oscuridad, sino arrojando perspectiva y claridad manteniendo el legado de los autores que le habían precedido. Era su dibujo un canto al romanticismo y al expresionismo visto desde lo profundo de la viñeta, aunando la elegancia con las líneas difusas y la narrativa clásica del cómic de superhéroes con un dinamismo que competía en igualdad de condiciones con el cómic japonés. Un perfil tan marcado y distintivo que le llevaría a ser inevitablemente reconocido en 1999 con el Premio Eisner al Mejor Artista después de la publicación de las célebres Batman: El Largo Halloween y Superman: Para todas las estaciones.

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Ese es el Sale al que todos adoramos, pero hay una historia anterior y que se narra en obras previas como la presente Blades en la que se pueden atisbar muchos de sus ensayos, de sus pruebas y errores. Aún así, la narrativa de Sale ya tenía una gran fuerza en sus inicios, logrando que incluso un producto menor nos pueda hoy seguir pareciendo una obra totalmente actual. La manera de abordar la página y la mutabilidad de la viñeta en sus manos favorecen una lectura fresca y rápida que muchos artistas ignoraron durante los años noventa. No por casualidad, Sale hoy prevalece frente a cientos de historias y autores que durante los noventa impulsaron una manera de entender el cómic que el tiempo ha demostrado que tenía una fecha de caducidad.

De esta manera, la gran virtud de Robinson en Blades es haber sabido captar desde un primer momento el potencial de su compañero. Esto se evidencia a lo largo de la historia, incluso cuando en momentos puntuales Robinson abusa de los diálogos parece hacerlo premeditadamente. Lo hace consciente de la red de seguridad que le tiende Sale. Para muestra, nos podemos remitir al último episodio y la manera en la que Sale desvela el gran misterio de la serie. Pero también a esa batalla final entre Batman y El Caballero en las alturas de la ciudad, donde las azoteas de Gotham se retuercen y se convierten en un teatro de sombras testigo de la tragedia final que está por llegar.

Sale hacía tan fácil lo difícil -lo que para otros sería imposible- que parecía que no tenía mérito, pero realmente en esto -como en otros aspectos- era uno entre mil. Si Blades no suele ser recordada entre sus grandes historias es porque realmente no es una de ellas. El trabajo de Sale está por pulir a pesar de todo, aunque al final lo que más juega en su contra son las escasas pretensiones de su historia. No es una obra ambiciosa, Sale casa petróleo de donde no lo hay ya que el componente metatextual que nos remite a los orígenes de Batman -y, en definitiva, su parentesco hoy más lejano con El Zorro- no acaba de tener la fuerza al guion que podría haberle dado Robinson. La conclusión en este punto es que no todo depende y/o se puede solucionar apelando a la química de un determinado equipo creativo. En tándem formado por Sale y Loeb puede ser una excepción que nos induzca a engaño, porque no es lo habitual.

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También le resta a esta obra -y, en concreto, al apartado gráfico- el coloreado de la misma. El responsable en este caso es Steve Oliff y, sea por limitaciones propias y/o imposiciones editoriales de la época, no parece acercar con la paleta que haga resaltar el dibujo de Tim Sale. Le confiere a la atmósfera de la historia un tono sucio y oscuro, muy de género negro pero restando personalidad al conjunto. Falta esa luz que haga brillar las sombras que tan bien domina Sale. Nada que ver con la buena sintonía que nuestro protagonista mostraría a lo largo de su carrera con profesionales como Gregory Wright, Bjarne Hansen, Dave Stewart, Steve Buccellato y Matt Hollingsworth que supieron entender las particularidades de su trazo.

Pero todo esto solo nos habla de la evolución de Sale a lo largo de su carrera, no tanto en relación a su propio trabajo sino a la manera en qué su vena artística se abrió camino en la industria estadounidense en algunos de los años más convulsos de su historia. Sale creció como autor al margen de la vorágine que rodea al cómic de superhéroes: las torticeras maniobras mercantilistas, las intromisiones de la continuidad, los crossovers, etc. Sale era un autor -en mayúsculas- ajeno a esto porque enfocó su carrera en otros intereses, en el de contar las historias de la manera en la que quería hacerlo y construyendo piezas de arte que hoy más que nunca derrochan una poderosa y sentida nostalgia por lo que pudo ser y no fue.

Lo mejor

• Una obra que nos sirve para apreciar la posterior evolución artística de Tim Sale.
• La fluidez narrativa con la que Sale dota a un relato más convencional de lo que podría haber sido.
• El componente metatextual que se desprende de la oposición de sus dos personajes protagonistas.

Lo peor

• El color de Steve Oliff que no sabe captar las particularidades del dibujo de Tim Sale.
• Es un trabajo de Sale que no cuenta actualmente con edición en el mercado español.



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