Javier Vázquez Delgado recomienda: Not All Robots 1, de Mark Russell y Mike Deodato Jr.
Edición original: Not All Robots 1-5 USA (AWA Studios, 2021)
Edición nacional/España: Panini Cómics, 2022
Guion: Mark Russell
Dibujo: Mike Deodato Jr.
Color: Lee Loughridge
Traducción:
Realización técnica:
Formato: Tapa dura. 112 páginas, color. 17,00€
Ni humanismo ni robotismo: igualdad
Mark Russell es uno de esos guionistas que te hacen detenerte en la tienda cuando lees su nombre en la portada de un tomo. Desde que estrenara Los Picapiedra junto a Steve Pugh y diera el campanazo, el autor estadounidense nos tiene acostumbrados a esperar siempre algo refinado en sus obras. Russell es un escritor al que le gusta reflexionar sobre todo tipo de temas y cuestiones dentro de sus trabajos, presumiendo siempre de sensibilidad, ingenio afilado y mucho, mucho humor. Ya sea con historias algo sosas como Second Coming o con obras maestras como Huyamos por la izquierda, la sensación que le queda a uno al coger un cómic suyo es de tener delante a un autor diferente, un narrador con una personalidad fuerte e inconfundible.
Por supuesto, de eso se han dado cuenta muchas editoriales, y la que más y la que menos ha tratado de hacerse con los servicios del autor. Y una de ellas, claro, ha sido una de las más jovencitas y dinámicas que tenemos actualmente en el mercado estadounidense: AWA Studios. Desde su nacimiento en 2018, la editorial capitaneada por Axel Alonso ha logrado hacerse hueco a codazos en el hiperpoblado mercado yanqui gracias a sus interesantes series, hasta el punto de que solo tres años después ya nos empezaron a llegar a nuestro país de la mano de Panini, con The Resistance como punta de lanza. La fórmula para mantener el interés ha sido siempre buscar ideas refrescantes y atraer talentos llamativos. Y Mark Russell era un talento llamativo con una idea muy refrescante.
Hablamos de Not All Robots, una historia publicada originalmente en 2021 y traída a España por Panini este pasado mes de julio, cuyo estreno ha coincidido con el aliciente de haberse alzado con un premio Eisner a Mejor publicación humorística en la última SDCC. La obra nace de la mano de Russell y de Alonso, que recomendó (como casi siempre en AWA) contar con Mike Deodato Jr. y Lee Loughridge para el apartado artístico, un tándem más que habitual en la editorial.
Juntos crean esta distopía en la que el auge de la tecnología ha conducido a que los robots hayan tomado prácticamente el liderazgo de la sociedad humana, que sobrevive en ciudades burbuja tras eventos catastróficos pasados. En este mundo, cada familia recibe la asignación de un androide encargado de trabajar para dar sustento a sus humanos, una situación que provoca enormes tiranteces entre humanos y robots: según los primeros, por su dependencia y vulnerabilidad; según los segundos, por su explotación como mano de obra obsolescente. Una situación que conoceremos de la mano de la familia Walter, cada vez más atemorizada ante el errático comportamiento de Razorball, su androide.
Así se presenta Not All Robots, una obra cuya idea inicial empezó a rumiar Russell en 2017 a raíz del nacimiento del movimiento Me Too. La avalancha de acusaciones contra Harvey Weinstein levantó un clamor inmenso contra el machismo imperante en la industria del cine (¿y en cuál no?) y despertó una conciencia social para decir basta a sus abusos. Pero también despertó una furibunda réplica por parte de algunos grupos, mayoritariamente masculinos, que, por algún motivo, veían con malos ojos ese movimiento social. Ese “Not All Men” al que el título de la obra parodia, en el que Russell identificaba un perfecto ejemplo de cómo funciona la masculinidad tóxica, cuya obsesión por no mostrar debilidad no solo reniega de proclamar su sufrimiento, sino que pretende arrastrar a todos los demás colectivos a no quejarse del suyo. Y la idea del guionista para tratar el tema es tan sencilla como brillante: cambiar los papeles.
El guion de Russell coge el sistema patriarcal tradicional y lo altera, colocando a los robots en el rol del hombre (trabajador encargado del sustento de la familia) y a los humanos en el de la mujer (encargada del hogar, sin independencia económica y en inferioridad física). Russell es consciente de que en cualquier conflicto estamos predispuestos a alinearnos con el grupo en el que nos sentimos incluidos. Así, con ese sencillo cambio, el guionista trata de apelar a los hombres que rechazan las críticas al sistema ubicándolos en el colectivo oprimido (la humanidad), a fin de lograr ponernos en los zapatos de la mujer y la posición que históricamente han tenido en la sociedad. Un propósito que el autor cumple con nota, realizando ingeniosos paralelismos (como esa “tasa de glitch” que emula la violencia de género) y ayudándose del programa de televisión que se va intercalando a lo largo de la historia, un programa de debates sobre “el conflicto entre robots y humanos” que sirve como apoyo narrativo inteligentísimo y contenedor de algunas de las reflexiones más brillantes de la obra.
Por otro lado, una de las grandes riquezas del cómic es que Rusell no se limita a atacar a la masculinidad tóxica, sino que trata de diseccionar el complejo contexto social y analizar no solo la situación de la familia Walter, sino también de su robot. La vida de Razorball está también atenazada por el miedo a ser sustituido, a estar malgastando su vida y sus oportunidades, a no ser comprendido. A través de sus pasajes, el guion busca hacernos entender la postura del robot, que es opresor en su casa, pero en ningún sitio más. Así, la disección de Russell poco a poco va evolucionando hasta atacar con fiereza a lo que considera un mal mayor aún: el capitalismo.
En el mundo de Not All Robots, el consumismo campa a sus anchas con fiereza. A fin de cuentas, esta no deja de ser una obra distópica de ciencia-ficción, y es difícil que las distopías y el descontrol consumista no vayan de la mano. Russell identifica el problema social que supone el machismo, pero el contexto de la obra lo lleva también a identificar el peligro de un sistema que prima por encima de todo el beneficio económico de las élites. Es algo que vemos representado gracias a los pasajes del consejo directivo de la empresa fabricante de los androides, que atiende expectante a los conflictos entre humanos y robots preocupada únicamente por encontrar la manera de sacar rédito financiero de ello.
De hecho, resulta extremadamente elocuente el detalle de que dicho consejo esté compuesto por humanos, en una supuesta sociedad oprimida por los robots. Russell nos dice que existe una problemática machista entre hombres y mujeres, sí, pero también nos dice que la problemática capitalista no entiende de géneros, sino de las élites contra el pueblo. Y esas élites siempre preferirán que discutamos entre nosotros antes que dejarnos pararnos a reflexionar sobre ellos.
En lo que respecta al apartado artístico, Mike Deodato Jr. se muestra como una decisión muy acertada a la hora de plasmar la obra en el papel. El estilo del autor brasileño nunca me ha parecido especialmente estético, con ese realismo sucio que hace que sus viñetas se asemejen a fotografías con la saturación alta y el papel desgastado. Es un tipo de trazo que no funciona especialmente bien con las expresiones de sus personajes, pero por el contrario casan a la perfección con ambientaciones sucias e industriales. Junto a los colores apagados de Lee Loughridge, la presencia de las páginas de Deodato emanan distopía, resuenan a engranaje, algo que brilla con fuerza en una obra como esta. El autor, aunque sigue pecando con un uso de rostros famosos para sus personajes que sacan de la historia (¿es ese Michael Douglas?), da un recital a la hora de diseñar los innumerables androides que pueblan el cómic.
En definitiva, Not All Robots supone un nuevo acierto de Mark Russell, que logra volver a crear un guion inteligentísimo que, junto al notable trabajo de Mike Deodato Jr. se convierte en la primera obra galardonada de AWA Studios (aunque quizás «obra humorística» no sea la categoría más apropiada, la verdad). Nos queda la duda de si veremos una continuación de la obra a la vista de ese uno que aparece en el lomo (es algo que no queda nada claro en su conclusión), pero lo que está claro es que es una de las compras imprescindibles de este verano.
Lo mejor
• La ingeniosa parábola que construye Russell para diseccionar la masculinidad tóxica.
• Los finísimos diálogos que el guionista disemina a lo largo de la obra.
• El estilo de Deodato encaja perfectamente con el tono que necesita la obra.
Lo peor
• El guion se desinfla un pelín en su clímax final.
• Los conocidos vicios de Deodato «inspirándose» en rostros famosos.
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