Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Predator: La Presa, de Dan Trachtenberg

Dirección: Dan Trachtenberg
Guion: Patrick Aison y Dan Trachtenberg, basado en personajes de Jim y John Thomas
Música: Sarah Schachner
Fotografía: Jeff Cutter
Reparto: Amber Midthunder, Dane DiLiegro, Stefany Mathias, Stormee Kipp, Dakota Beavers, Harlan Blayne Kytwayhat, Geronimo Vela, Mike Paterson, Nelson Leis, Troy Mundle, Kyle Strauts
Duración: 99 min
Productora: 20th Century Studios, Davis Entertainment. Distribuidora: Hulu, Disney+
Nacionalidad: Estados Unidos

Prey o Predator: La Presa, como se la ha tiulado en España, es el título de la nueva entrega de la veterana saga Predator y la primera gestada después de la compra de 20th Century Fox por parte de Disney. La compañía ahora conocida como 20th Century Studios es la principal responsable de la quinta cinta en solitario de los icónicos yautjas creados en 1987 por los hermanos Jim y John Thomas junto al director John McTiernan y la séptima con presencia de los mismos si contamos las dos olvidables entregas de Alien vs. Predator de 2004 y 2007. Con Dan Trachtenberg (Calle Floverfield 10) en la dirección, historia del mismo director junto a Patrick Aison, guion de este último y un reparto formado por Amber Midthunder, Dane DiLiegro, Stefany Mathias, Stormee Kipp, Dakota Beavers, Harlan Blayne Kytwayhat, Geronimo Vela, Mike Paterson, Nelson Leis, Troy Mundle o Kyle Strauts, Prey ha llegado a plataformas como Disney Plus o Hulu cosechando un gran éxito en lo referido a repoducciones, pero levantando también cierta controversia relacionada con su contenido y de todo lo relacionado con esta cinta van a hablaranos nuestros redactores de la sección de cine Samuel Secades y Juan Luis Daza. Armaos hasta los dientes y tened cuidado con todas las trampas diseminadas por el terreno, este es uno de esos años calurosos en los que los cazadores intergalácticos más letales visitan nuestro planeta para convertirlo en su coto de caza.

Jungla de Cristal, por Samuel Secades

Tengo que reconocer que, a priori, estaba dispuesto a comprar todo lo que me ofrecía Prey: una novedosa vuelta de tuerca a la historia del cazador alienígena con una atractiva ambientación histórica y una protagonista que alejaba el foco de la testosterona habitual de la saga inaugurada por John McTiernan con una historia de superación y aprendizaje contra una amenaza casi imposible de vencer. El protagonismo de la tribu comanche y sus posibilidades narrativas y visuales o un potente rediseño del depredador sumaban puntos para disfrutar de la película, y más cuando en la silla de director tenemos a un Dan Trachtenberg que ya nos sorprendió con la notable Calle Cloverfield 10 y que sabe manejar muy bien los resortes del suspense. Así pues, todos los ingredientes parecían apuntar hacia una película que podía conseguir hablarle de tú a tú a la primera Depredador; desgraciadamente, pronto descubrimos que todo se queda en agua de borrajas en un cinta con muy buenas intenciones pero poco hábil a la hora de convencernos de la necesidad de traer de vuelta al Yautja para una aventura tan descafeinada como la que nos propone Prey.

Y es que, desgraciadamente, el guion escrito por el propio Trachtenberg junto a Patrick Aison no aprovecha ninguna de las ventajas de su sinopsis: falla la ambientación comanche, con una aldea en la que sólo profundizamos en Naru y su hermano, Taabe, pero de la que no conocemos ni nos importa el resto de integrantes de la misma (del mismo jefe de la tribu no oímos ni una palabra, limitándose a condecorar al nuevo cazador jefe), y eso es algo que afecta a las víctimas que va cobrándose el depredador, y que si parecen no importarle demasiado a la propia Naru imaginaos al espectador; Prey también se tambalea a la hora de presentarnos las motivaciones de la propia Naru, que a veces parecen tener más que ver con la obstinación caprichosa que con la determinación (y gestos como su reacción infantil a la elección de su hermano como líder cazador de la tribu no ayuda a empatizar con su causa precisamente); torpezas narrativas como esta acaban arruinando la experiencia que propone Prey, que poco a poco se va descubriendo como un remake encubierto de la primera Depredador, pero sin su factor sorpresa. Los elementos característicos de aquella están aquí presentes: el recurso del barro (luego como una flor medicinal que baja la temperatura corporal), el armamento del Predator, las huidas in extremis, los trofeos, las trampas para el enfrentamiento final… todo nos retrotrae a la cinta de McTiernan, pero con un factor determinante que lastra aún más la experiencia: nuestro conocimiento como espectadores de la idiosincrasia del alienígena, y el otorgarle un punto de vista independiente desde el primer momento, arruinan el factor sorpresa del monstruo en una película de monstruo. Sí, vemos al Depredador cazar, probar su camuflaje, ser herido… pero su presencia está a años luz de la que le otorgaba el tristemente desaparecido Kevin Peter Hall en la primera y segunda parte de la saga, que junto al juego de los puntos de vista que desarrollaban McTiernan y Stephen Hopkins en las mejores dos películas sobre la criatura con diferencia, hacen de esta Prey un quiero y no puedo que acaba por desinflar el conjunto.

Y no es que Prey sea mala película: es un ejercicio entretenido con buenas ideas, pero completamente olvidable una vez comienzan los curiosos créditos finales. Quizás, a nivel personal, tenga en un pedestal tanto la primera Depredador como su estupenda secuela. Ambas abrazaban descaradamente su condición de serie B y sabían manejarse en sus respectivos escenarios, la jungla de centroamérica y la jungla urbana del Los Angeles de los 90. Y, sobre todo, estaban repletas de personajes caricaturescos pero carismáticos que hacían un perfecto contrapeso a la presencia amenazante del alienígena. Aquí las cartas están marcadas desde el principio con el arco del aprendizaje y la reivindicación de Naru como cazadora por encima de la misma trama del depredador, por lo que el único interés radica en saber cómo llevará a cabo la gesta de acabar con el alienígena. Por el camino caen enemigos, compañeros e incluso familiares sin pena ni gloria. Una auténtica lástima desperdiciar lo que podía haber sido una buena historia en una película plana a nivel narrativo e incluso visual, utilizando la brutalidad y la sangre pero sin garra ni pegada que sorprenda o entusiasme. La definición de Prey se queda, pues, del modo en que la han vendido: una cinta directa a streaming (o directa a vídeo, como se decía en otra época) que como propuesta no es más que el reflejo digital y plano de lo que antaño fue suspense, acción y sinvergonzonería. Qué mal cesto me has hecho con semejantes mimbres, señor Tratchenberg.

Jagten, por Juan Luis Daza

Prey llega en pleno 2022, después de haber sido un proyecto desarrollado durante casi seis años con el cineasta Dan Trachtenberg implicado en su gestación. Cuando Disney adquirió los derechos de todo el contenido cinematográfico de 20th Century Fox las franquicias Alien y Predator fueron las primeras en salir a la palestra, ya que las acusaciones de una posible dulcificación de la idiosincrasia de los personajes por parte de cierto sector del fandom, ese que dicta sentencia antes de ver el producto de turno con el que hace escarnio, no se hicieron esperar. Predator: La Presa es la confirmación de que en absoluto los yautjas han sufrido una suavización con respecto a su naturaleza salvaje, el film de Dan Trachtenberg lleva con orgullo su calificación R y la violencia explícita propia de toda la saga Predator está aquí también presente, pero con unos matices que más tarde pasaremos a comentar.

Quitémonos la polémica pronto de en medio para ya dedicar nuestro tiempo a lo esctrictamente cinematográfico. Sí, Prey se suma a la nueva ola de películas con personajes femenimos empoderados que rivalizan, e incluso superan en astucia, a sus homólogos masculinos y como en los millones de películas protagonizadas por hombres de acción se toman las mismas licencias narrativas para convertirlos en máquinas de matar por encima de sus posibilidades. En lo referente a esta decisión conceptual la cinta de Dan Trachtenberg acierta en la mayor parte de los casos y yerra en algunos otros, pero seguir pataleando porque la diversidad y la visibilidad está a la orden del día en Hollywood es un consumo innecesario de energía negativa, porque son necesarias desde un punto de vista de integración social y pese a quien pese han llegado para quedarse.

Hay dos películas en perpetua lucha dentro de Prey y aunque la mejor de ellas gana la partida no lo consigue al 100%. Una es la revitalización de una franquicia que necesitaba reinventarse a sí misma para dejar de repetirse una y otra vez y la otra se ciñe más a la sempiterna oda a la imagen vacua que rige los preceptos conceptuales del cine estadounidense moderno. Por un lado Prey es una producción que en cierta manera escapa de la ortodoxia hollywoodiense, haciendo un estudio minimalista, desde el punto de vista visual, no solo de todo el contexto selvático en el que se desarrolla la historia de Naru, heredero del de la primera entrega de 1987, sino de la misma parafernalia alienígena que el feral predator de esta entrega usa para cazar a sus presas. Trachtenberg apela al in crescendo de tensión narrativa y a la ley de «sugerir más que mostrar» en lo referido al yautja.

Esa encomiable intencionalidad por parte del director del episodio piloto de The Boys por acudir a un naturalismo casi artie a la hora de configurar su propuesta se ve menoscabado por la inclusión de los efectos digitales generados por ordenador. The Predator y el inoperante CGI de su ultimate predator ya confirmaron que el pixel y esta saga no casan bien, de manera que toda la delectación que el realizador deposita en su puesta en escena pierde credibilidad con recursos cuestionables como el nuevo sistema de camuflaje del feral predator o la digitalización de su rostro que, como se ha podido ver en algunas escenas detrás de las cámaras subidas a la red, no necesitaba retoque alguno, ya que su recreación mediante la animatrónica era impecable. A esto deben sumarse algunos de los animales aparecidos en pantalla, como ese oso terriblemente recreado que nunca debería haber sido aprobado por los productores, debido a un nulo realismo que llega a sacar al espectador de la película.

Pero afortunadamente el talento como narrador de Dan Trachtenberg se abre paso y a pesar de los obstáculos consigue configurar un buen puñado de secuencias memorables y algún que otro plano para el recurdo, como ese «bautismo de sangre»con el que visibilizamos por primera vez en todo su esplendor al yautja o la matanza de tramperos, el pasaje más explícito en cuanto a violencia se referiero dentro del film, pero, una vez más, ejecutado con el excesivo uso de un CGI que hace que la sangre digital vertida en pantalla quede lejos de la mucho más realista de, sobre todo, las dos primeras entregas de 1987 y 1990. Pese a todo, y como ya hemos aventurado, la labor detrás de las cámaras de Trachtenberg es una de las grandes virtudes de Prey y la enésima muestra de que es un artesano al que merecerá seguir la pista en el futuro.

Amber Midthunder lleva a cabo una excelente labor dando vida a Naru y su entrega desde una perspectiva táctica es impecable. El problema radica en que desde el guion las actitudes del personaje basculan entre lo acertado y lo totalmente errático. A su carácter determinado y valiente se contraponen una temeridad innecesaria y una indiferencia por el prójimo que ponen en entredicho muchas de sus decisiones. También habría que mencionar cómo en la recta final consigue enfrentarse al feral predator con una poco probable superioridad física, poniéndolo contra las cuerdas con demasiada facilidad, pero por otro lado es cierto que aplicar un downgrade a la fuerza o la destreza de los yautjas para que no eliminen a los personajes humanos es algo que se aplica, en mayor o menor medida, desde la primera película. Merece destacarse también el trabajo de Dakota Beavers y su química con Midthunder o cómo Dane DiLiegro hereda con dignidad el traje del depredador que en las dos primeras cintas portó el tristemente desaparecido Kevin Peter Hall.

Como afirmaba previamente, Predator: La Presa, es un necesario lavado de cara a la franquicia que mira hacia adelante sin perder de vista sus raíces. Sus carencias estéticas o argumentales no consiguen ensombrecer en demasía una propuesta estimulante en no pocos aspectos que más allá de la controversia que le ha acompañado ha funcionado muy bien a nivel de reproducciones, lo que podría confirmar en breve la intención de Disney y 20th Century Studios por dar continuidad a esta nueva senda que permita aprovechar adecuadamente el microcosmos de un universo cinematográfico que solo ha sido adecuadamente explotado, y no al 100%, en el mundo de las viñetas y si vuelve a contar en sus filas con Dan Trachtenberg un servidor al menos lo recibirá positivamente. Por ahora nos quedamos con los muchos aciertos y los contados fallos de esta Prey que ojalá marqué el camino a seguir por las nuevas visitas de nuestros queridos enemigos intergalácticos.



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