Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNSeries – The Sandman. Primera Temporada. Un análisis episodio a episodio

 
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Género: Fantasía.
Creador: Neil Gaiman, Allan Heinberg y David S. Goyer.
Reparto: Tom Sturridge, Gwendoline Christie, Sanjeev Bhaskar, Amid Chaudry, Charles Dance, Boyd Holbrook, Vivienne Acheampong, Kirby Howell-Baptiste, Mason Alexander Park, Donna Preston, Jenna Coleman, Niamh Walsh, Joely Richardson, David Thewlis, Kyo Ra, Stephen Fry, Razane Jammal, Sandra James-Young, Patton Oswalt, Vanesu Samunyai.
Producción: Warner Bros. Television, Netflix, DC Comics, DC Entertainment, Phantom Four Films y The Blank Corporation.
Canal: Netflix.

 
Aviso de Spoilers: La siguiente entrada se adentra en los territorios del sueño y desvela muchos de los secretos de la primera temporada de The Sandman. Si no has visto la serie, no has catado el cómic y/o padeces trastornos del sueño ten cuidado, pues esta entrada se podría convertir en una pesadilla de la que no volver a despertar… ¡Bueno, tampoco es eso pero que vigila con los spoilers! ¡Corren a sus anchas!

«Toda historia tiene un final feliz, solo hay que saber cuándo hay que parar de contarla.»

Durante mucho tiempo The Sandman era una de esas obras que los aficionados consideraban imposible de adaptar a la gran pantalla. Pocos pensábamos en una posible adaptación televisiva de esta magnífica obra, muy pocas producciones escapan hasta hace unos años de parajes médicos, jucidiales y procedimentales. El espacio para la fantasía y la ciencia ficción era muy reducido y solía pensar mucho en su desarrollo los presupuestos que entonces se manejaban a nivel televisivo. Pero el panorama ha cambiado muchísimo con la llegada de las nuevas plataformas y eso ha propiciado que la idea de una adaptación de The Sandman no nos pareciese hoy una auténtica locura. Difícil pero no imposible. Aunque las dudas sobre lo que nos podía ofrecer Netflix estaban ahí después de adaptaciones tan deficientes como Locke & Key, Death Note, Cowboy Bebop y tantas otras. Pero parece que la implicación de Neil Gaiman ha supuesto un cambio en ese sentido. Por ello, y por la indudable fidelidad que la primera temporada de esta serie desarrollada por el propio Gaiman, David S. Goyer y Allan Heinberg ha exhibido, planteamos hoy una entrada algo distinta a nuestros habituales grupales. En ella, Miguel Ángel Crespo, Ángel García, Raúl Gutiérrez, Roman de Muelas, Mònica Rex, Juan Luis Daza, Sergio Fernández, Samuel Secades y Jordi T. Pardo, comparten sus impresiones en un artículo en el que intentamos comparar cada uno de los episodios de la producción de Netflix con las viñetas de la obra original de Gaiman. Esperamos que esto arroje algo más de luz sobre las virtudes y defectos que pueda tener esta adaptación. ¿Y a vosotros que os ha parecido? ¿Con ganas de una segunda temporada?

1. El sueño de los justos

El primer capítulo de la serie establece el tono de la producción y demuestra su compromiso con la fidelidad a la obra original. No obstante, dicha fidelidad conlleva un precio. Puesto que el cómic escrito por Gaiman no es un material especialmente accesible y requiere manejar una buena cantidad de referencias (desde los personajes del Universo DC que aparecen en sus primeras entregas hasta el contenido de varias obras de Shakespeare), conseguir que su adaptación resulte accesible al público generalista supone caer en cierta tendencia a la sobreexposición y la simplificación.

En cuanto a lo primero, en este primer capítulo son numerosas las ocasiones en las que se incide en el hecho de que Roderick Burgess y su cábala de hechiceros pretenden aprisionar a Muerte en lugar de a su hermano, Sueño, quien se acaba convirtiendo en su prisionero por error. También se incide un poco más de la cuenta en la importancia de mantener el sello mágico que encierra a la criatura, algo que se repite varias veces a lo largo del capítulo. Se trata de pequeñas concesiones para que el público que no está acostumbrado a este tipo de historias, en las que la magia no es un simple despliegue de fuegos artificiales sino que implica ciertas reglas, pueda seguir la trama con facilidad.

Quizá es un poco más preocupante la tendencia a la simplificación en el desarrollo de los personajes, en especial el del personaje principal, el propio Sueño. Mientras que en el cómic resulta evidente que el periodo de encarcelamiento del Eterno no supone más que una inconveniencia para él (es más molesto el robo de sus instrumentos de poder que el hecho de haber pasado un puñado de décadas encerrado), el capítulo intenta convertirlo en el primer paso de un arco argumental al estilo del típico viaje del héroe en el que Sueño termina la temporada humanizándose y aprendiendo a ser más humilde. Para cuando la temporada llega a su fin, la serie de Netflix pretende vender la idea de que Sueño ha cambiado a causa de los acontecimientos desencadenados por su encierro. Esto es bastante discutible si tenemos en cuenta que uno de los temas centrales de la obra original es precisamente la resistencia al cambio del personaje, que para lograr cambiar al fin debe dejar de ser él mismo de una forma bastante literal. Este aspecto puede ser el principal punto de choque entre los lectores más acérrimos de Gaiman y su adaptación.

Sin embargo, lo anterior debe entenderse como un sacrificio necesario y una consecuencia del formato serie. Una serie dividida en temporadas debe transmitir al espectador que cada una de sus temporadas supone una historia más o menos unitaria, con sus debidas consecuencias para sus personajes protagonistas. De lo contrario, transmitiría la impresión de que los sucesos mostrados carecen de trascendencia. Cuando esto sucede, la temporada se considera innecesaria o, peor aún, mero relleno.

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Hay otra crítica importante que hacerle a este primer episodio y tiene que ver con su estética. Es demasiado limpia, demasiado elegante, demasiado cinematográfica. No hay nada del estilo de Sam Kieth y Mike Dringenberg, los dibujantes que establecieron la estética del primer arco del cómic. Mientras que las viñetas muestran un aspecto oscuro, recargado, retorcido y casi caricaturesco, la serie de Netflix opta por ser mucho menos arriesgada en lo visual, pero también más genérica. A pesar de todo, eso no le impide reproducir varias viñetas con una exactitud sorprendente, tales como el momento en el que Sueño es convocado por la cábala de magos o la escena de su escape. También el inicio de la secuencia onírica en la que Sueño castiga a Alex Burgess por su encierro es calcado al cómic, aunque por desgracia el final es mucho menos gráfico que el del cómic.

Es curioso que la escena más explícita y violenta de este primer episodio (la muerte del cuervo de Sueño) no aparezca en el original. Es un añadido interesante que sirve para elevar las apuestas respecto al esperado momento en el que el Eterno logre liberarse. Quizá por eso es una pena que se pierda la oportunidad de mostrar lo que supone ese “sueño eterno” en el que queda sumido Alex Burgess, en el que soñará que despierta de una pesadilla para caer en otra peor durante toda la eternidad. De hecho, da la impresión de que el personaje del joven Burgess está mucho más dulcificado que en el cómic. El capítulo no llega a transmitir del todo que, pese a odiar a su padre, Alex envejece para convertirse en su exacto reflejo. Parece que la adaptación de Netflix le otorga cierto aire redentor a la relación homosexual de Alex, como si su amor prohibido demostrase que en realidad no era tan malo como su padre. Es otro producto de la tendencia a simplificar a los personajes, otro peaje a pagar para lograr la mejor adaptación posible.

No es el único: en aras de una historia más simple, el personaje de Ruthven Sykes, segundo al mando de la orden de Roderick Burgess, amante de Ethel Cripps y responsable de canjear el yelmo a un demonio a cambio de protección, no está presente en el capítulo. A cambio, Ethel se convierte en un personaje más proactivo, pues es ella sola la que decide robar a Burgess y quien consigue el amuleto de protección que tanta importancia tendrá en posteriores episodios. Este cambio menor resulta beneficioso para el personaje de Ethel.

En eso consisten las adaptaciones al fin y el cabo, en saber qué aspecto cambiar y qué aspectos mantener de la obra que se adapta. El balance final es lo que acaba determinando tanto la calidad como la fidelidad de la adaptación y en este caso está bastante claro que, pese a las asperezas que hemos nombrado, la balanza se decanta hacia el lado positivo. No era nada fácil llevar The Sandman a la pantalla ni producir un piloto lo suficientemente potente como para atrapar al público ajeno al cómic, pero en este caso se ha conseguido. Y lo mejor de todo es que El sueño de los justos es quizá el episodio con el ritmo más lento y el que está lastrado con la mayor cantidad de exposición, por lo que desde este punto en adelante la serie no deja de mejorar.

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El personaje – Roderick Burgess. No debió ser barato contar con Charles Dance para interpretar a Burgess, pero si lo que se buscaba era que el personaje despertase la animadversión del espectador, contar con el actor que interpretó a Tywin Lannister en Juego de Tronos fue todo un acierto.
La escena – El ritual que atrapa a Sueño en el mundo de la vigilia, por su fantástico sentido del ritmo, su iluminación y su acompañamiento sonoro.

2. Anfitriones imperfectos

El segundo episodio de esta primera temporada de Netflix es, de largo, el episodio más corto. 37 minutos, títulos de crédito finales incluidos, que encaja con el descenso de páginas que tuvo Sandman desde su número uno inicial (40 páginas) hasta las convencionales 24. Tanto en la pequeña pantalla como en las viñetas de Sandman, Anfitriones imperfectos sirve para presentar tanto a los sirvientes de Morfeo como para conocer a Las Parcas. Si en ambos casos partíamos de un punto de partida común, el Dios del Sueño había conseguido escapar de su encarcelamiento, el camino tomado después de ese punto difiere notablemente.

En la serie televisiva, El Eterno aparece ante las puertas de Cuerno y Marfil. Una vez que las cruza, Sandman será testigo de la decadencia de su reino tras estar tanto tiempo en cautiverio. Al tratar de reconstruir el onírico lugar, será consciente de sus limitaciones. El siguiente paso a seguir será ir en la búsqueda de los objetos que él mismo creó para que le ayudasen a gobernar su reino. Para ello, necesita reforzarse con una de sus creaciones antes de invocar a las Hécates. Acompañado de Lucien, visitará La Casa del Misterio y reclamará a Caín y Abel la gárgola Gregory que tiempo atrás les regaló. A regañadientes, no les queda otra que aceptar los designios de su señor. La mano derecha del Rey del Sueño ha cambiado de sexo con los rasgos de Vivienne Acheampong pero manteniendo la esencia pura del personaje. La bibliotecaria del reino destacará por su fidelidad para con Morfeo hasta el final de sus días.

Por su parte, Gaiman situó a Morfeo directamente en la también denominada Casa de los Secretos una vez que Gregory lo encontró en la Zona Cambiante y le llevó con los hijos de Adán y Eva. En este caso, el lacrimógeno sacrificio de Gregory no tiene lugar puesto que a Sueño le vale con unas firmas de los hermanos para recobrar fuerzas. Gracias a esto, ya es capaz de regresar a su decadente palacio. Procedentes de la cultura grecorromana, se creía que por la puerta de marfil transitaban los sueños falsos mientras que por la puerta del cuerno cruzaban los sueños que se hacían realidad.

Como apuntabamos en el primer episodio, el personaje de Ethel Cripps interpretado por Joely Richardson goza de mayor protagonismo en la adaptación televisiva que en la obra original. Esto deriva en que Ethel, en la serie de Netflix, haga un trato con el demonio Choronzon que le permite poseer un amuleto protector a cambio del yelmo de Sandman. De esta manera, el envejecimiento de la amante de Roderick Burgess cae a cuentagotas. Es este el motivo por el cual El Corintio va a visitarla (curiosamente, en el apartamento de Ethel podemos ver un cuadro de Picasso titulado El Sueño). La pesadilla con los ojos más afilados de todos los reinos no hace su aparición en cómics hasta más adelante y esta conversación jamás tuvo lugar en el noveno arte.

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Ethel Cripps goza de una gran posición merced a los bártulos que le robó al infame Roderick Burgess (o a Morfeo, según se mire). Sin embargo, la riqueza trajo la maldición consigo y es que después de regalarle a su hijo el rubí de Sandman (con la posibilidad de hacer cualquier sueño realidad), la personalidad de este se trastornó. Aun con todo y con eso, el personaje a quien da vida David Thewlis poco o nada tiene que ver con el Doctor Destino que está encerrado en Arkham Asylum. Thewlis construye a un John Dee que destaca por sus modales, mesura e inteligencia a quien su madre encerró en un hospital de propiedad privada para que no repitiese atrocidades como en el pasado. Como si del Anillo Único se tratara, el rubí de Morfeo le corrompió. Una gema que Gaiman, rindiendo pleitesía a la editorial que publicaba su obra, puso en manos de los integrantes de La Liga de la Justicia. Ni que decir tiene que en la plataforma streaming no hay ni rastro de Batman y compañía. En el cómic, una anciana Ethel tiene muchos problemas para poder visitar a su hijo en el icónico sanatorio mental de Gotham (ciudad que es cambiada por Buffalo, Nueva York).

A nivel visual, y recalcando lo comentado en El sueño de los justos, pocos peros se pueden poner en cuanto a la factura técnica y los medios utilizados. Sin embargo, el tono elegido queda en las antípodas del conseguido por Sam Kieth, Robbie Busch y compañía en la obra original. Da la sensación de que se ha querido sacrificar su atmósfera sombría y opresiva por espacios más luminosos que no alejaran de su visionado al espectador medio. A pesar del buen hacer de Boyd Holbrook como El Corintio y que este siempre se presente amenazante, su sexualidad suaviza el efecto aterrador.

Con la intención de restaurar el sueño, Morfeo convoca a la trinidad femenina. Una vez realizado el pago, las futuras Benévolas permiten al hermano de Muerte o Destino realizar tres preguntas. Ellas que todo lo saben, responden con acertijos. A diferencia del cómic, llama la atención que para seguir la pista de la arena, se opte por Johanna Constantine (antepasada de John) en vez de utilizar al personaje creado por Alan Moore. No obstante, Jenna Coleman hace un gran trabajo demostrando que de casta le viene al galgo. El cinismo se lleva en los genes.

En la parte final del episodio Caín y Abel reciben el regalo de una pequeña gárgola que acabará llamándose Goldie. Si bien en el producto audiovisual es Morfeo quien hace el presente (subrayando una vez más su incipiente humanidad), en el cómic es Caín quien, de manera sorprendente, tiene un gesto bueno con su hermano a quien mata una y otra vez en un bucle sin fin. Sueño comenzará su particular gincana para recuperar sus objetos de poder y, de esta forma, reparar el daño realizado durante su larga ausencia.

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El personaje – Con mil nombres diferentes, Las Parcas, aquellas que todo lo ven, convierten cada aparición suya en un acto shakesperiano.
La escena – Morfeo sacrificando a Gregory muy a pesar de Caín y Abel. El momento más desgarrador de la primera temporada.

3. Sueña conmigo

En la tercera entrega de The Sandman, con la colección todavía en pañales a la hora de desarrollar el arco Preludios Nocturnos, nos encontrábamos con una «estrella invitada» de excepción. Neil Gaiman y Sam Keith arrancaban a John Constantine de las páginas de Hellblazer (cabecera que por aquel entonces no llevaba más de un año en funcionamiento con guiones de Jamie Delano). Los autores lo llevaban a encontrarse con Sueño en el episodio titulado Dream a Little Dream of Me, inspirado en el clásico y multiversionado tema musical compusto por Fabian Andre y Wilbur Schwandt y con letra escrita por Gus Kahn. Una historia que capturaba perfectamente la personalidad del nigromante creado por Alan Moore, Stephen R. Bissette, Rick Veitch y John Totleben en las páginas de La Cosa del Pantano pasando más tarde a convertirse en el protagonista de la serie estandarte de la añorada línea Vertigo.

Siguiendo la línea establecida por la serie de Netflix desde su episodio piloto en lo concerniente a ser escrupulosamente fiel, argumental y narrativamente hablando, al cómic original, Neil Gaiman, David S. Goyer y Allan Heinberg diseñan la versión audiovisual del primer encuentro entre Sueño y John Constantine, pero ofreciendo de este último una versión femenina llamada Johanna Constantine interpretada por la actriz inglesa Jenna Coleman. Una variante de nuestro bastardo de Liverpool que si bien no comparte con él algunas de sus características externas, como su adicción al tabaco o una estética descuidada, mantiene un trasfondo trágico y moralmente ambiguo que la emparentan con lo visto en las viñetas durante años de aventuras sobrenaturales y demoniacas.

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Ciertamente hubiera sido un placer ver al John Constantine de Matt Ryan formar parte de esta versión audiovisual del Universo Sandman recién establecida en Netflix, pero Jenna Coleman funciona de maravilla como personificación de los demonios internos de Johanna Constantine al rodearse de toda la parafernalia e idiosincrasia ocultista indisivisible al personaje como exorcismos, visiones mefisitofélicas, sarcasmo, culpa, redención y ese flashback en el que asistimos a los celebres hechos acaecidos en el Incidente de Newcastle que marcarían a fuego su futura personalidad. La interacción con el Sueño de Tom Sturridge y la colaboración de ambos durante la visita al apartamente de Rachel capturan de manera genuina la magia que imprimió Gaiman a esta historia publicada en marzo de 1989.

Desde una perspectiva técnica y estilística este tercer episodio posee las mismas virtudes y carencias de los ya comentados, el descomunal despliegue de medios que Netflix ha puesto a disposición de Neil Gaiman, David S. Goyer y Allan Heinberg da a The Sandman corpus de blockbuster con un diseño de producción, una dirección artística y unos efectos especiales, tanto prácticos como digitales, de nota, pero la pulcritud con la que los distintos directores abordan la puesta en escena del proyecto queda muy lejos de la visceralidad, la crudeza y el trazo asimétrico que imprimieron Sam Keith y Mike Dringenberg en esos primeros números. Por suerte esta adaptación del monumental cómic homónimo mantiene en todo momento un áltísimo nivel cuyos aciertos opacan sus perdonables carencias.

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El personaje – Johanna Constantine, una visión diferente del personaje original que mantiene su esencia.
La escena – El Incidente de Newcastle, brutal verlo materializado en pantalla.

4. Una esperanza en el infierno

Hablar de Una esperanza en el Infierno es hacerlo de uno de los puntos fuertes de esta primera temporada de The Sandman, así como uno de los grandes momentos que nos deparaba esta primera parte de los Preludios y Nocturnos en la obra de Gaiman. Y es que, tras recuperar su bolsa de arena en su encuentro con John/Joanna Constantine, el Rey del Sueño continúa sus andanzas en pos del segundo de sus amuletos perdidos: su yelmo. Y, en esta ocasión, el desafío es mucho mayor, ya que su preciada reliquia, forjada a partir de los huesos de un dios muerto, se encuentra en posesión de un demonio en el mismísimo Infierno. Morfeo tendrá que adentrarse en los dominios de la Estrella del Alba para solicitar una audiencia con Lucifer en un episodio en el que sigue sorprendiendo la fidelidad a la hora de adaptar las viñetas por parte de la serie de Warner Bros. Television y Netflix, y más cuando hablamos de uno de los episodios más exigentes a nivel de producción pero también narrativamente, y es que tanto el propio escenario infernal como la aparición de un personaje como Lucifer hacen de este cuarto episodio de The Sandman uno de los más especiales de su primera temporada.

La primera diferencia con respecto a las viñetas, eso sí, la encontraremos en que no pasaremos como en aquellas todo el tiempo en el Infierno, sino que la serie hará avanzar también la trama del John Dee de David Thewlis en su camino hacia recuperar el rubí robado a Sueño, haciendo un incomodísimo viaje en coche junto a una conductora llamada Rosemary interpretada por Sarah Niles que se detuvo a auxiliarle. Lo que podría parecer una subtrama dedicada a hacer que no nos olvidemos de la historia del rubí, eso sí, se desvela como una gran oportunidad para conocer más a fondo la psique de un John Dee inestable y dañado, un aperitivo de lo que veremos en el alabado episodio de 24/7 y una muestra del talento de Thewlis, todo un acierto en el reparto de esta The Sandman que, en su otra localización vital en el episodio, también nos presenta otro acierto de casting en la espléndida forma de Gwendoline Christie.

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Pasamos a hablar ya de la parte más importante de este cuarto episodio, y es el viaje de Morfeo por un infierno que en el cómic estaba claramente inspirado por el reflejado por Dante Alighieri en su Divina Comedia, una de tantas referencias con las que Gaiman plagaba y enriquecía su obra magna. En esta ocasión, y de nuevo a diferencia del cómic, Morfeo no viaja solo, y es que lo hace en compañía de su inseparable cuervo Matthew (Patton Oswalt), un acompañante necesario para explicar al espectador el contexto del nuevo escenario y que en las viñetas era contado a través de los soliloquios de Sueño, donde relataba sus anteriores visitas al inframundo y detalles que aquí pasan más inadvertidos como el paso por el Bosque de los Suicidas (otro homenaje a la obra de Dante). Tampoco tenemos como anfitrión al demonio Etrigan (no sabemos si por una cuestión de derechos o para agilizar la trama), así que será Squatterbloat el guía de Morfeo y Matthew a través del Infierno hasta el palacio de Lucifer. Por el camino tendremos una escena perfectamente ejecutada y deudora del cómic de Gaiman, como es el encuentro de Morfeo con Nada, encarnada en la ficción por Deborah Oyelade, un antiguo amor forjado en los albores de la Humanidad y a la que el mismo Morfeo condenó a una prisión infernal; es una de esas ocasiones (y este episodio es el mejor ejemplo junto a El Son de sus Alas) en las que esta The Sandman no se deja llevar por la narrativa horizontal de una trama convencional y nos deja entrever las ramificaciones y la descomunal amplitud del relato original; todo un acierto en cuanto a interpretaciones como en la adaptación del escenario, un risco infernal que no deja de ser un rodeo intencionado de su guía para atormentar a Sueño; ya lo decía el propio Morfeo tanto por la tinta de Gaiman como por la boca de Tom Sturridge: “No te fíes jamás de un demonio. Tiene cien motivos para hacer lo que hace… y al menos noventa y nueve de ellos son malévolos”.

La presentación de la Lucifer de Gwendoline Christie es ejemplar, y no sólo por acertar al representar el carácter andrógino del Dador de Luz, un personaje con el que Gaiman quiso que estuviese inspirado claramente en David Bowie, azuzando a sus dibujantes a forjar el parecido entre el Rey del Inframundo y el Duque Blanco; la elección de Christie, una gran actriz con un imponente físico (1,91 metros de altura y belleza sobrenatural), conllevó un aplauso unánime por parte de los aficionados a la obra de Gaiman y en concreto al fenomenal personaje de Lucifer que llegaría a tener un extraordinario spin-off de la mano de Mike Carey, que llegaría a mirar de tú a tú a la obra donde fue concebido (pasaremos por alto, en aras del buen gusto, la adaptación televisiva protagonizada por Tom Ellis de cuyo nombre no quiero acordarme). La presencia amenazante de Lucifer y su desafío con Morfeo constituyen sin duda lo mejor de este episodio, que sigue a pie juntillas el camino del cómic en cuestión del desafío al que tiene que hacer frente Morfeo, pero que tiene que sacrificar, para facilitar la narrativa, la presencia de Belcebú y Azazel como parte del nuevo triunvirato que reina en el infierno (aunque Azazel haga un aterrador -y de nuevo perfectamente adaptado- acto de presencia al final). Otro de los grandes cambios es sin duda el duelo al que es desafiado Morfeo para poder recuperar su yelmo: si bien su dueño es el mismo, el duque del infierno Choronzon interpretado por Munya Chawawa, en esta ocasión y a diferencia de las viñetas, en las que Morfeo se enfrentaba al propio demonio propietario de su yelmo, tenemos un duelo entre Morfeo y el mismísimo Lucifer, en el que llegaremos al punto álgido del episodio.

No nos trasladaremos, como en el cómic, al Club del Fuego Infernal, sórdido trasunto de la realidad invocada por Choronzon para ser escenario del duelo con Morfeo; en su lugar, nos encontraremos, quizás por primera vez en toda la serie, con una utilización de las herramientas audiovisuales propias del medio que mejor complementan (e incluso mejoran) la obra original: el desafío al que accede Morfeo para recuperar su reliquia y que consiste en un duelo de voluntades en el que cada contrincante invoca una imaginación para intentar derrotar a su rival. La vorágine exponencial de ideas que Morfeo y Lucifer se lanzan mutuamente es uno de los grandes hallazgos audiovisuales de la serie, que pasa con nota el difícil examen de enfrentar a dos entidades tan poderosas manejando conceptos tan difíciles de adaptar como la anti-vida, tan deudora del legado de Jack Kirby como el propio Sandman. Aunque aquí entramos en el terreno de las valoraciones personales, esta The Sandman logra bordear tanto el ridículo de tal adaptación audiovisual como las limitaciones técnicas con una aventura infernal a la altura de su contrapartida; sí, puede que el CGI no sea perfecto en todas las ocasiones, y sean los escenarios lo que más sufran las limitaciones presupuestarias como es el caso de la cámara de Lucifer, pero el buen hacer narrativo y las espléndidas soluciones visuales del duelo hacen que olvidemos las inevitables carencias y los huecos necesarios. Si hay un episodio que comienza a cimentar la fe del espectador versado en la obra de Gaiman en que esta adaptación esté hecha con la mejor de las intenciones, ése es esta Esperanza en el Infierno, que nos invita a seguir navegando en las interminables aguas del Universo Gaiman ojalá por muchas más temporadas y, quizás, soñar con un futuro club de jazz llamado Lux donde Gwendoline Christie sea la encargada de tocar el piano cada noche tras renunciar a las llaves del Infierno.

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El personaje – Lucifer, la Estrella Matutina, Samael, el Lucero del Alba, el Dador de Luz… Gwendoline Christie robando cada escena para fastidio del de allá arriba.
La escena – El duelo de voluntades, tan difícil de adaptar y resuelto con talento, espectacularidad y buen gusto.

5. 24 horas

24 horas es uno de los números más recordados de Sandman. Una bomba de horrores en una cafetería a la que va a parar el antagonista descreído de ocasión. Con el poder de un Eterno y la educación de humano, pone patas arriba la vida de un grupo de personas que van a dar con sus huesos al último baile macabro de un lunático.

La dirección de Jamie Childs (Doctor Who) es muy plana, como ocurre en los restantes capítulos de la serie en las que se encuentra detrás de la cámara. No tiene personalidad, o no la demuestra, y la apatía en su trabajo es lo que le falta al episodio, ese plus necesario, para aspirar a lugares más elevados. Es correcto, funcional, sabe situar la acción y los personajes, pero carece de interés y no convierte su trabajo en una propuesta más arriesgada.

Un argumento que da tantas vueltas, que es inabarcable en cuanto a sus posibilidades, que recoge además en esta ocasión un espacio predominante infernal y claustrofóbico, hubiera merecido un enfoque de autor de la cual carece completamente.

Una referencia evidente es El ángel exterminador, una de las grandes obras maestras de Luis Buñuel, que contiene varias lecciones de estilo que podían haber sido aprovechadas para Sandman. Sin el presupuesto ni recursos de esta, el autor español convencía a la hora de arrojar a sus personajes a un círculo imposible en el que no pueden dejar atrás el salón en el que se encuentran.

El potencial de las imágenes únicamente cumple con la mitad de lo que podría haber sido, pero aún así convence por su guion y la crudeza de lo que se nos está narrando. Al final, es la más que notable aportación de Armeni Rozsa al ya de por sí magistral libreto de Neil Gaiman el que eleva la calidad del producto.

Si en el cómic, con Mike Dringenberg y Malcom Jones III, se había caracterizado la historia con suciedad, oscuridad y terror muy físico y visible; en la serie de televisión se va a optar por una vía más sugerente, sin renunciar por supuesto a los horrores de la original. Si bien se rebaja la crudeza de muchos de los relatos, como el del hijo de la camarera, para adaptarlo a otras sensibilidades y un público más amplio, estas mantienen el espíritu.

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Lo que en el cómic te explotaba con violencia agónica en los ojos, en la serie se va a construir con otro tono y atributos.

David Thewlis como John Dee es lo mejor del capítulo, muy por encima de lo que representaba el original del tebeo. Este te revolvía las tripas por el estilo de dibujo, retorcido y casi demoniaco, mientras que aquí el personaje tiene una categoría psicológica muy superior. Se demuestra a través de los silencios, las miradas, los movimientos acompañados de música cuando todo se vuelve loco a pleno poder.

El actor parece regresar al depravado infame con vocación de mesías que interpretó en Naked (1993) para arrasar con todo. Se le nota inspirado, poniendo rostro a una persona complicada, villanesca y enferma. A pesar de que actualmente se le recuerde por otras películas y papeles, este siempre ha sido su personaje preferido. El decaimiento de Sueño en el siguiente episodio no se explica sin la interpretación final de Thewlis. Sin su aportación de actor y su trabajo sobresaliente.

El trato entre el Eterno y su antagonista es más humano en la serie de televisión que en el cómic. El episodio contiene las entregas 6 y 7, y opta porque la duración recoja casi exclusivamente lo que atañe al restaurante y no al juego por el rubí entre ambos del segundo. Esto no deja de ser una decisión justificada por el espacio de una temporada, que obliga a apurar los tiempos y sus tramas.

Nos quedamos sin el duelo mental del tebeo, del que se nos da apenas un par de pinceladas, pero mantenemos las principales líneas de diálogo (calcaldas) de la obra y una escena de pleno poder en la que Thewlis no podría estar mejor. Hace a su personaje vulnerable cuando mayor poder tiene, terco, pequeño y vacío de victoria, ante un enemigo imposible.

Como se ha dispuesto, es menos terrorífico, pero más compensado con lo ocurrido en el interior, más real y auténtico con las emociones del personaje.

El reparto de secundarios, por su parte, convencen en una representación puramente teatral. El guion es fuerte en su definición, pero todos y cada uno de ellos saben explotar las virtudes y defectos de los hombres y mujeres comunes a través de sus actos. No son meros traductores mecánicos y por defecto de la hoja a la pantalla, sino que representan muy bien los temas principales del argumento.

En definitiva, con toda sus carencias de dirección (algo por otra parte muy común en productos de estas condiciones), el guion y actores hacen de 24 Horas un episodio recomendable, muy vinculado al tebeo, sin tanta oscuridad o violencia, pero con unas intenciones similares.

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El personaje – John Dee
La escena – John Dee se levanta a la cocina, mientras el caos reina a su alrededor.

6. El son de sus alas

En la vida hay obras que nos cautivan, obras que cambian nuestra forma de ver la vida, y el medio al que pertenecen. Para muchos, sin duda, The Sandman fue una de sus obras. Pero es que además, en la vida, hay partes de una obra que no es que ya cambien nuestra forma de entender el medio o la cultura, si no que por razones íntimas que sólo pertenecen a cada lector, nos cautivan para siempre, nos cambian como personas, dejando una huella en nuestros corazones completamente indeleble. El tono empleado puede parecer exagerado y hasta empalagoso, pero las palabras se quedan cortas cuando se habla de los números 8 y 13 de The Sandman.

El octavo, con guión como siempre, de Neil Gaiman y dibujo en este caso de Malcolm Jones III y Mike Drigenberg, titulado «El Sonido de Sus Alas» (The Sound of her Wings) nos presenta por primera vez a Muerte, la hermana mayor de Sueño a quien Roderick Burgess quiso capturar en realidad al principio de la obra. Y el décimo tercero, por supuesto, también con escritura de Gaiman y con dibujo de por aquel entonces, un desconocido Michael Zulli que ilustraba cartas de animales y que apenas si había trabajo en el mundo del cómic. Titulado «Hombres de Fortuna» (Men of Fortune), nos narraba la vida de Hob Gadling, un hombre que tras un pacto con Muerte y Sueño, no podía morir, contando su experiencia inmortal a un solitario y desconectado de la humanidad Morfeo, que cada cien años conversaría con Hob.

Estos dos capítulos, tan similares entre sí, al tener en ambos Muerte una presencia protagónica, y al tratar de una forma tan innovadora para el momento y tan tierna el viejo tabú del fin de la vida, son lo que, tras el viaje de Sandman buscando sus reliquias perdidas nos muestran que estamos ante otro tipo de obra, ante algo más que la historia de un ser muy poderoso que vive aventuras y que estaba más cerca del cómic superheroico que lo que en realidad Gaiman tenía pensado para la serie.

Además, sirven de hiato entre Preludios y Nocturnos y La Casa de Muñecas (Hombres de Fortuna en realidad parte por la mitad esta saga, posiblemente porque en su momento existirían retrasos con el dibujo de la misma). De este modo nos ayudan a profundizar más en el personaje de Sueño, a conocer a Muerte y nos presentan un poco más de la mitología de la serie, antes de que ésta se embarque en su siguiente gran arco argumental.

Ambos capítulos dan para muchas reflexiones, sobre por ejemplo, como cada siglo va cambiando a Hob Gadling, quien se adapta estupendamente (aunque con no pocos errores y maldades) a la vida inmortal, mientras que Sueño se resiste al cambio, sobre como alimentar a unas palomas en un parque junto a tu hermana mayor puede convertirse en la escena más bonita jamás vivida, pero serían necesarias cantidades ingentes de páginas para poder abarcar con justicia ambas grapas USA.

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La producción de Netflix, en la que tan poco confíaban muchos, vistos los últimos estrenos de la plataforma, no sólo cerró dichas bocas con su genial puesta de largo, si no que ha conseguido en lugar de cargarse dos de las mejores historias de la obra original, y del cómic en general, cautivar con ellas al espectador casi tanto como lo hicieron en su día Neil Gaiman, Michael Zulli, Malcolm Jones III y Mike Drigemberg con el que fuera lector de aquellos cómics.

Con una adaptación, da igual si el producto resultante se parece o no a la obra original, puesto que ello no influye en su calidad, pero las dudas con la traslación a pantalla de estos dos cómics eran muchas y no poco justificadas.

Pues bien, Netflix refunde perfectamente los episodios 8 y 13 de la obra original, en un solo capítulo en el que hablamos de la Muerte y de la Vida de forma simpática y descarnada en una historia conjunta que en televisión tiene todo el sentido del mundo que vaya unida, pero que quizás, en cómic, debería haber estado unida siempre.

Respecto de las diferencias entre la obra original y su adaptación televisiva, lo curioso es que este capítulo es quizás de toda la serie el que más se acerque a la literalidad de lo que Gaiman quiso contarnos tanto en El Sonido de sus Alas como en Hombres de Fortuna. Respecto del primero la acción se sitúa en el mismo punto del que partiera en el cómic. Sueño acaba de volver de un encierro de varias décadas (en la serie más tiempo al estar esta ambientada en 2022 y no en 1985) y tras recuperar sus tres tótems de poder, necesita reflexionar sobre lo que le ha ocurrido, como solo un ser que nunca muere y en principio, nunca cambia, puede hacerlo. Para ello se reune dando de comer a las Palomas en un banco de un parque con su hermana Muerte a quien conocemos por primera vez, quien le sugiere que le acompañe en su jornada de trabajo de ese día para que, de esta forma, Sueño a través de la contemplación de la muerte, sea capaz de apreciar la vida.

En este punto, cómic y serie son primos hermanos. Lo mismo ocurre con la historia de Hob Gadling. Hasta William Shakespeare aparece en la serie siendo «favorecido» por Sueño. Quizás esto nos regale en su día un episodio especial del Sueño de una Noche de Verano, ojalá. Robert Gadling es aquí el mismo que en el cómic (aunque más atractivo), un hombre de la Edad Media que considera que la muerte solo te atrapa si crees en ella y que, de no hacerlo, permaneces inmortal. Sueño y Muerte deciden concederle su deseo no manifestado y a través de los siglos, con el objetivo de que Sueño sepa entender a los mortales, Sueño y Hob se reúnen una vez por siglo en la misma taberna (salvedad del momento coincidente con el encierro de Morfeo).

Sin embargo, al unir la producción de Netflix ambas historias en un solo capítulo, los encuentros con Hob, en lugar de servir a Sueño como herramienta para comprender a la humanidad, ejercen más de motor para que el Eterno entienda la vida, igual que el viaje de un día que realiza con su hermana. Netflix utiliza a la Muerte y al Hombre que no puede morir como dos caras de la misma moneda, la de mostrar a sueño que la vida, a través de la muerte, es lo más valioso que este mundo tiene que ofrecer.

De este modo, aunque apenas si se dan cambios entre ambos productos, la decisión (muy acertada) de unir los dos capítulos mencionados del cómic en el sexto capítulo de la serie, otorga un nuevo punto de vista y mayor complejidad a estas dos historias tan emblemáticas de la obra original.

Si hay algo que resume en una sola palabra la obra de Gaiman y ahora también, la serie de Netflix es cambio, o miedo a cambiar, o adaptarse al cambio, y El Sonido de sus Alas representa perfectamente esta sensación a través de Muerte, Sueño, Robert Gadling y el resto de personajes que a lo largo del capítulo van diciendo adiós a su vida de una forma en ocasiones triste, sí, pero tan natural como la muerte y la vida mismas.

Un auténtico menú de sensaciones y optimismo abrazado de la forma más inteligente posible. Un capítulo que ha conseguido devolver al espectador que fuera lector al momento en el que conoció la obra, permitiendo que otros se acerquen a la misma por primera vez, en un formato más accesible.

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El personaje – Hob Gadling, siempre.
La escena – El banco de un parque y una conversación existencial con tu hermana mayor.

7. La casa de muñecas

A nadie se le escapa que siendo el sexto episodio, The Sound of her Wings, tan monumental y la caracterización de Muerte a manos de Kirby Howell-Baptiste tan carismática y memorable, la séptima entrega de The Sandman no iba a poder alcanzar unas cotas de calidad tan remarcables. El episodio The Doll’s House, que adapta gran parte el arco del mismo mombre publicado entre los números 10 y 16 de la cabecera original, muestra no pocos aciertos en lo referente a su trama y mantiene el nivel de producción proporcionado por Netflix a Neil Gaiman, David S. Goyer y Allan Heinberg, pero pese a lo interesante de la historia que narra y el reseñable trasfondo que esconde, este nuevo capítulo es una relativa decepción en comparación con su predecesor.

Pero no demos la batalla por perdida ya desde el principio, porque The Doll’s House vuelve a los terrenos de la fidelidad enfermiza al argumento desarrollado por Neil Gaiman en los cómics con toda la odisea de Rose Walker para buscar una familia y los personajes con los que se va encotrando por el camino. De ellos hay que mencionar al Hal Carter de un genial John Cameron Mitchell con memorable actuación musical que nos retrotrae a cuando en 2001 escribió, dirigió y protagonizó esa obra maestra llamada Hedwigh and the Angry Inch, merecedora de ser recuperada y reivindicada cada cierto tiempo. Por otro lado debuta también el gran Stephen Fry (V de Vendetta) como Gilbert, interactuando por primera vez con Rose Walker y asentando las bases de su presencia en posteriores capítulos de la serie, algo aplicable también al previamente mencionado rol del director de Shortbus (2006).

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Aun encontrándonos con uno de los episodios menos reseñables de The Sandman sus cotas de calidad son tan incuestionables que lo ponen por encima de casi cualquier ficción del catálogo de Netflix u otras plataformas de streaming. Por suerte el momento álgido de esta entrega compensa cualquier carencia o dispersión narrativa y el mismo tiene lugar con la presentación oficial de Deseo con las facciones y el físico de Mason Alexander Park, una de las revelaciones de esta adaptación de The Sandman que, una vez más, encapsula con eficiancia suma el espíritu de la criatura nacida en las viñetas del cómic allá por el lejano 1989. En resumidas cuentas, hasta en sus horas más relativamente bajas el Hombre de Arena sigue mostrándose como una de las mejores nuevas series de 2022.

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El personaje – El de Deseo a manos de Mason Alexander Park, espectacular su presentación.
La escena – El numero musical de Hal Carter con John Cameron Mitchell dándolo todo.

8. Jugar a papás y mamás

El octavo episodio de The Sandman tiene por título Jugar a papás y mamás y hace referencia al capítulo del mismo nombre del cómic original perteneciente al arco argumental de La casa de muñecas. La fidelidad de la producción de Netflix basada en la obra de Neil Gaiman queda patente incluso en este episodio que es el que más se aleja de algunos sucesos y personajes del relato original. No así en su esencia. Los responsables del guion y la dirección de la serie han tenido que simplificar tramas y conceptos, pero lo han hecho yendo al corazón de las intenciones que su creador expresó hace más de 30 años en las viñetas. Por ello, pese a que el presente episodio se titule Jugar a papás y mamás, no se corresponde exactamente con lo narrado en el cómic, puesto que el ritmo y la narrativa son diferentes y se han reservado para más adelante algunas hechos para así acrecentar su efecto dramático.

Para empezar, las historias de Lyta Hall y el hermano de Rose, el sufrido Jed, no están relacionadas de la misma manera que veíamos en el cómic. En este caso, pese a tener una conexión con la trama de Rose Walker, incluso más directa que en el cómic, sus experiencias en el sueño no están interrelacionadas y tienen su propio espacio. En los cómics Jed escapa de su cruda realidad al sueño, allí están Bruto y Glob -unas pesadillas escapadas del control de Morpheo- para construir su propio mundo onírico. Con esta idea en mente crean su propia versión de Sandman -como metarreferencias superheroicas- y utilizando a un fallecido Héctor Hall para sus planes. A este sueño se ve arrastrada Lyta Hall que se quedará embarazada estando en el mismo.

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En la producción de Netflix, la trama principal corresponde a Jed y su relación con Gault, una pesadilla -no presente en los cómics- que en ausencia de Morpheo busca convertirse en un sueño e inspirar en lugar de asustar. Esta lo manipula haciéndole creer que es su madre y que vive en una realidad donde él es un superhéroe llamado Sandman. Es la misma estrategia que utilizan en el cómic Bruto y Glob, solo que el tema de la maternidad está directamente relacionado con Lyta. En el mundo real, Jed se las tiene que ver con los abusos de su tío Barnaby y la impotencia de su tía Clarice. En el cómic Barnaby y Clarice muestran un mismo comportamiento hacía Jed, mientras que en la serie se ha buscado plantear un mínimo de conflicto que ahonda algo más en este clímax de abusos.

Por su lado, la resolución en torno a Lyta Hall y su embarazo no lo veremos en este episodio de la serie de Netflix. Aquí apenas nos enteremos de este hecho y de las intenciones de un Héctor Hall renacido en los sueños que no hace gala de esa faceta superheroica que lucía en los cómics y que aquí se ha trasladado directamente a Jed. Esto se suma al mayor peso que otros personajes secundarios presentes en el cómic tienen en la serie, como el de Hal -el casero de Rose Walker- y el propio Corintio que en toda la primera temporada tiene una presencia más constante. De hecho, este episodio acaba en la ficción de Netflix igual que en el cómic, con el Corintio recogiendo a Jed y poniendo camino hacia la Convención de Asesinos en Serie. Es normal, el cómic consiste en el arte de dejar que el lector rellene los huecos, el cine consiste en disimular y expandir esos huecos.

En la serie además se nos adelantan algunos acontecimientos, como esa escena del sueño de Barbie que nos remite al arco argumental de Un juego de ti en el que su protagonista se adentra en un mundo de fantasía amenazado por la entidad del Cuco. En todo caso, respecto a otros episodios de la esta producción, mucho más acotados a sus referentes y el marco mismo de la historia en la que se basan, Jugar a papás y mamás es más un episodio de transición que enfila lo que será el final del arco La casa de muñecas y eso hace que sea menos llamativo e interesante que otros de la producción ya comentados (y algunos de los que están por venir).

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El personaje – Jed, el hermano de Rose Walker, se convierte en el corazón de este episodio.
La escena – La justicia de Sandman al hacer desaparecer a Gault.

9. Coleccionistas

El número catorce de la serie de The Sandman, de título homónimo al de la serie de Netflix, tiene una estructura cinematográfica. Estamos en una convención de Seriales (cereales en la versión original) en la que se van a cruzar varios personajes y líneas argumentales.

El tebeo empieza a un ritmo pausado. Es una convención insulsa, de tan aburrida casi es invisible, al menos en la versión original (¿Quién se interesaría por una convención sobre cereales?) Gaiman nos va soltando pistas. Poco a poco, vemos que no todo es lo que parece. El inicio va subiendo en intensidad hasta la página de los créditos. Un collage con fotografías en blanco y negro de asesinos con los colores de la bandera americana superpuestos y la palabra “Collectors” en rojo y chorreando, como si hubiera estado escrita con sangre.

Esta secuencia inicial tiene una conexión especial con nuestra manera de entender la lectura y la narrativa audiovisual provocando que el lector acompañe mentalmente el tebeo de banda sonora. Tal es así que en la serie se respeta esta cadencia in crescendo hasta desembocar en una canción que irrumpe dándole ímpetu a la narración. Rock sureño, en este caso.

Gaiman relaciona la fuga del Corintio con el despertar psicopático de multitud de asesinos en serie en los Estados Unidos. Mezcla el sueño americano con la pesadilla de una sociedad intensa y profundamente estresada por su ADN ultra competitivo.

El cómic es un cruce de historias y microrrelatos. Cada uno de los homicidas tiene un apodo, un pasado, un porqué. Se trata de una reunión de asesinos en serie, un tipo de criminal específico, con el que Gaiman juega y gana, regalándonos un tebeo que transita con elegancia y carisma entre el terror y la comedia. Un sentido del humor negrísimo y soterrado se va mostrando de forma pausada y brutal.

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En la serie de Netflix se muestran algunas de estas historias pero de manera mucho menos detenida e implacable. Cada lector tiene su ritmo y él decide a que detalles presta más atención. En el medio audiovisual, el énfasis viene marcado de otra manera. La importancia de estas historias, deliciosas y terribles, es mucho más secundario. Y menos divertido.

Se prioriza la trama de Sara Walker y El Corintio que aquí ha sufrido leves variaciones para adaptarse a las necesidades del medio. Esto supone una pérdida de frescura, crueldad y tensión. La serie de Netflix es un producto lujoso de alta calidad. En cambio el cómic, transmite naturalidad, crudeza y un espíritu punk que le da un tono mucho más irreal.

Los creadores de la serie mantienen el guiño que pudimos leer en el cómic a La Cosa del Pantano. En la convención hay un periodista/bloguero infiltrado, un fanático de los asesinos en serie, que se hace pasar por Bogeyman. Pero los lectores (y el Corintio) sabemos que no puede ser Bogeyman ya que este falleció en el pantano de Alec Holland en el número 44 de la serie de Alan Moore. En la portada hay una bandera americana de fondo. Detalle de Netflix con el guiño al escritor de Northampton. Vemos entre la multitud de asesinos en serie, de fondo y de pasada, un barbudo, melenudo y canoso que (no puede ser casualidad) se parece mucho al guionista de Watchmen.

En el episodio, tenemos la conclusión de la línea argumental del Corintio con un enfrentamiento entre la pesadilla y Morfeo que acaba con la victoria del último y el despertar de decenas de serial killers.

Un capítulo muy digno, de gran factura, muy bien hecho pero al que le falta la magia del cómic original. No en vano, estamos hablando de un hito.

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El personaje – La comunidad de asesinos en serie. Un grupo organizado, con su propia cultura que solo quiere disfrutar de sus hobby compartido en solitario y que no quiere hacer daño a (casi) nadie.
La escena – El momento en el que se ve a un barbas paseando de fondo.

10. Corazones perdidos

La gran conclusión del arco argumental de La casa de muñecas y de la primera temporada de The Sandman. En esta entrega tenemos principalmente una síntesis de los sucesos de dos capítulos del cómic -los números 15 y 16- titulados Hacia la noche y el propio Corazones Perdidos del que toma nombre este décimo episodio. No obstante, también encontramos un epílogo a la trama de El Corintio cerrando la historia que recoge en las viñetas la magnífica y macabra Coleccionistas comentada arriba. Esto ocupa aproximadamente el primer cuarto de hora del episodio y más allá de las idas y venidas de Rose y su hermano Jed, la resolución es prácticamente calcada al cómic. Tenemos incluso escenas retratadas plano a plano como El Corintio atravesando la mano de Morpheo con su cuchillo, la calavera que este último rescata de los restos de su pesadilla convertida en arena y la maldición que profesa hacía el grueso de los asesinos en serie presentes.

Después de esto pasamos a la resolución de la trama relacionada con Rose Walker y el vórtice. En ella destaca como Rose se adentra en los sueños de sus compañeros de piso, unos pasajes muy fieles a los que encontramos en el cómic pero que no gozan de un plus al verlos adaptados a la pequeña pantalla. Es bien sabido que Gaiman trabajó a lo largo de la publicación de The Sandman con todo tipo de dibujantes y lo que en un principio pareció una debilidad se convirtió en una seña de identidad de la serie y en una metáfora misma de lo que significaban los Eternos y la mutabilidad de los sueños. Esta variedad no se refleja en la serie de Netflix en la que solemos encontrar casi siempre el mismo tono oscuro y monocorde, con unos efectos justos y poco vistosos que con un mayor esfuerzo y personalidad podrían habernos dados pasajes muy potentes dándoles una identidad más marcada que en los cómics.

Puede que una excepción sea la conversión de Gilbert nuevamente en el Campo de Violín al interponerse entre Morpheo y Rose. Es un pasaje muy cercana nuevamente a los cómics y que aquí si brilla visualmente transmitiendo el mismo sentimiento de melancolía que reflejaba la obra original. La elección del británico Tom Sturridge es todo un acierto de casting que se suma al de prácticamente todo el reparto de la serie. Pese a sus carencias, The Sandman sigue siendo una historia de personajes en su salto a la gran pantalla y esa es la mayor fidelidad que requería esta propuesta. No hay ni un gramo de acción más del necesario y los acontecimientos y resoluciones no se han reinterpretado, sino que siguen al pie de la letra lo visto en el trabajo de Gaiman. El mejor ejemplo de esto es la manera en la que se cierra la temporada: con ese sacrificio de Unity Kincaid en favor de su nieta Rose con este pasaje en el que está se extrae el corazón del vórtice para dárselo a su abuela.

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Corazones perdidos cierra con ese careo entre Morpheo y Deseo que siempre había estado detrás de los acontecimientos que habían llevado al conflicto original del personaje. Y nuevamente los fotogramas nos remiten a las viñetas originales, incluso en la gestualidad con la que Mopheo se dirige a Deseo sibilinamente para acabar amenazándolo de una forma más directa. Si acaso, la serie subraya más algunos hechos de cara al espectador, haciendo que haya cuestiones que queden más en la superficie y no tanto a la interpretación o a una segunda lectura como ocurre en el cómic. En el epílogo del episodio vemos a Morpheo, Lucien y una renacida Gault en un pasaje que no está en los cómics, pero que trata uno de los principales temas del mismo: el cambio. Es quizás un subrayado demasiado precipitado, pero necesario para darle un cierre más coherente a la primera temporada de la producción.

Finalmente, casi como una escena postcréditos, la serie cierra con esa reunión entre Azazel y Lucifer en la que se sientan las bases del que sería uno de los arcos más recordados del cómic y previsible nudo central de una segunda temporada de la producción: Estación de Nieblas. Este es además un arco argumental que supone un gran reto, no por un apartado visual que se sitúa en el infierno y que ya hemos visto en esta temporada, sino por esa épica anticlimática que también maneja Gaiman pero que tan difícil será de reproducir. No obstante, en lo que se nos presenta en este episodio final de temporada -exceptuando el especial Un sueño de mil gatos / Calíope– está muy bien introducido y es un buen reclamo para esa segunda temporada, con una Gwendoline Christie que es de lo mejor de la temporada y que nos ha hecho olvidar esa blasfemia que fue la serie de Tom Ellis protagonizada -supuestamente- por el Lucero del Alba creado por Gaiman, Sam Kieth y Mike Dringenberg.

Para los que se siguen quedando en la superficie de una adaptación, criticando los cambios de sexo y raza, debería tener más presentes infames propuestas como esta y poner más en valor producciones como la presente de Netflix que pese a sus posibles puntos débiles, muestran en todo momento un respeto y una voluntad por acercarse y captar las virtudes de la obra original dignas de alabarse. El que estás adaptaciones sean necesarias o no, si aportan algo nuevo o interesante a lo que ya conocemos de las viñetas es un tema aparte, pero en The Sandman -una historia que habla en sí misma de la creación de historias- se nos antoja que cualquier adaptación a otro medio siempre puede hacernos caer en un nuevo y profundo sueño.

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El personaje – Deseo interpretado por Mason Alexander Park. Lo hemos visto poco esta temporada -al igual que en los cómics- pero su presencia es magnética.
La escena – Rose Walker entregando el corazón del vórtice a su abuela Unity.

11. Un sueño de mil gatos / Calíope

Unos días después del estreno en Netflix de The Sandman, la notícia empezaba a extenderse por redes sociales. El propio Neil Gaiman anunciaba en su cuenta de twitter la existencia de un capítulo extra que agrupaba las historias de Calíope y Un sueño de mil gatos. Los capítulos 17 y 18 con participación de Kelly Jones a los lápices y con la colaboración de Malcom Jones III a la tinta y de Daniel Vozzo como colorista, serían el cierre final a esta primera temporada.

Un sueño de mil gatos nos narra la historia de un cachorro de gato que asiste a una reunión nocturna donde una gata siamesa le explica a él -y al resto de la audiencia- que el mundo no ha sido siempre como ahora. En esta historia, Sueño aparece como un gato negro del mundo de los sueños que le enseña a la gata cómo era el mundo gobernado por los felinos. Una alegoría en contra del maltrato animal donde Gaiman nos muestra la crueldad con la que algunos humanos se dirigen a sus mascotas. En esta línea la adaptación animada Netflix no se queda atrás, teniendo una de las escenas más desagradables que he visto en los últimos años. Pese a que el capítulo es el único que renuncia a los personajes reales y apuesta por la animación, es capaz de trasladar perfectamente el horror y el dolor del maltrato.

A nivel gráfico, pese a que no estamos ante una réplica del estilo de Kelly Jones, sí hay una voluntad clara de reproducir su atmósfera y sensaciones. El respeto por la obra original se destila en cada escena, haciendo del visionado de este pequeño fragmento del capítulo, una delicia.

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Con Calíope volvemos a la imagen real y a la adaptación prácticamente literal del material original. La actriz greco-canadiense Melissanthi Mahut da vida a la más joven de las nueve musas. Del mismo modo que Morfeo fue capturado durante décadas sin que ningún dios o eterno le pudiera ayudar, Calíope también ha estado retenida en el mundo de los hombres durante setenta años con el obejtivo de inspirar a Erasmus Fry como escritor. Pero, ahora que el hombre está entrando en la vejez decide, vender a su musa a un joven escritor llamado Richard Madoc. Hasta aquí, una de las mayores diferencias entre el cómic y la serie es la crudeza del cautiverio. Mientras que en la serie no se ahonda en cómo Calíope inspira a sus dos secuestradores, en el cómic Neil Gaiman no tiene reparos en mostrar cómo Erasmus Fry y, posteriormente, Richard Madoc violan a Calíope para conseguir la tan ansiada inspiración.

Pero como en toda buena tragedia griega, el protagonista no podía quedar indemne tras sus terribles crímenes y Sueño encuentra la manera de vengarse de él. En este momento es cuando aparece otras de las diferencias entre ambos formatos. En el cómic la maldición de las ideas incesantes aparece mientras Madoc va por la calle y le convierte en un sin techo paranóico. En cambio, en la serie esto sucede mientras el escritor está dando una ponencia ante un público de fans deseosos de saber más sobre el proceso creativo del autor. Personalmente, creo que este segundo escenario es más metatextual respecto a toda la historia que el original. Al final, Calíope habla de la ambición del creador que, en ocasiones, se torna una feroz máquina de destrucción, dispuesta a acabar con todo contal de tener algo que escribir o retratar. Por tanto, qué mejor castigo que mostrar la mentira y la farsa al público final, al lector, al espectador, al comprador.

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El personaje – Sueño y su visión de la venganza.
La escena – Pero, si somos suficientes los que soñamos… Si mil de nosotros soñamos… Podemos cambiar el mundo.



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