Javier Vázquez Delgado recomienda: Deathstroke Inc. Núm 02

Edición original: Deathstroke Inc. núm. 4-7 USADC Comics, 2022)
Edición nacional/España: Marvel Young Adults. Ojo de Halcón 1 (ECC Cómics, 2022)
Guion: Joshua Willamson.
Dibujo: Howard Porter, Paolo Pantalena, Stephen Segovia.
Entintado: Howard Porter, Paolo Pantalena.
Color: HIFI, Romulo Fajardo Jr.
Traducción: Guillermo Ruiz Carreras.
Formato: Rústica, 104 págs. A color. 12,50 €

El bueno, el feo y el malo

Hace un tiempo nos hicimos eco de la llegada de la nueva serie regular dedicada a la figura de unos de los antihéroes más relevantes del Universo DC. Este villano, que responde al nombre de Deathstroke, ha cambiado de bando en numerosas ocasiones y con el tiempo se ha instalado en una zona gris en la que parece moverse con cierta soltura. Ya comentamos que el trabajo y enfoque aportados por Joshua Williamson se alejaba de la propuesta de su anterior serie en solitario, en manos del siempre intenso, Christopher Priest. Williamson apostaba por sacar a Wilson del relato de espías, conspiraciones y violencia, para asentarlo sobre uno más superheroico, en compañía de Dinah Lance, alias, Canario Negro. Con la publicación del segundo tomo que se cierra con los acontecimientos que invitan al lector a subirse al carro del nuevo evento de Batman, Guerra de Sombras, toca volver a adentrarnos en este trabajo para ver que da de si una propuesta que ya mostraba ciertos problemas en sus inicios.

La premisa inicial se reformula para dar un cambio a lo que se planteó en primera instancia, con una alianza entre Dinah y Wilson que ahora sellan con conocimiento de causa. La organización para que estaban trabajando no es lo que se podía esperar de ella y ambos emprenden acciones de muy distinta índole. Wilson por su estado emocional y personal. Dinah, por los intereses que la atan a Oráculo.

Ya comentábamos que la apuesta en escena inicial corriera riesgos de mostrar fatiga de forma prematura, pero aquí Williamson se adelanta y cambia el rumbo de todo para dar un empujón extra a la trama. Un empujón que se traduce en un regresión a los estándares que ya se intuían en los primeros números y que ahora se consolidan de manera clara y contundente. Por un lado la referencia a Incorporated se despeja del todo, mientras que el papel de Dinah, y es una buena noticia que dura poco, se ve reforzado, al tiempo que el guionista teje una historia que se entrelaza con las tramas vistas en la serie de Robin, que él mismo escribe también.

Hay que avanzar que no es necesario estar al tanto de los acontecimientos narrados en Robin para poder seguir lo que Williamson cuece para Wilson, porque logra hacer un sincero y claro resumen que posiciona al lector de cara a los acontecimientos que se desatan al final del tomo. Si se ha leído Robin, indudablemente, se obtienen mejores resultados globales, pero es de agradecer que no haya que pasar por el peaje de adquirir la serie para poder disfrutar de Deathstroke. Si lo enfocas de manera inversa… bueno la cosa puede cambiar un poco, en función del punto de vista.

Lo que tenemos en este tomo es un trabajo más convencional, con Wilson regresando a zonas mucho más naturales para el personaje, con tintes incluso, de culebrón familiar. Se pierde fuerza visual por perder a Howard Porter tras le número 4 (aunque hay momentos en los que Porter muestra ciertos problemas en caras y extremidades pero sin perder fuerza narrativa ni espectacularidad), para ceder los lápices a dos dibujantes de muy distinta calidad.

Paulo Pantanela, un viejo conocido del personaje, que realiza un trabajo especialmente pobre en las dos entregas de las que se encarga. Su labor resulta tan plana, rígida y tan desfasada, que resulta doloroso el cambio de dibujante. Y todo ello unido a una pobre narrativa, más propia de cómic de los noventa, encasquillan la dinámica de la historia de forma dramática. Y es algo que resulta curioso, porque en trabajos previos de este dibujante se observa en su trabajo ciertos matices mucho más depurados, mientras que ahora ha involucionado a una versión más inexperta, apostando todo por un estilo sin apenas espacio en nuestros días. Su rostros son rictus apretados y angulosos que tienen la misma expresividad que un muro de granito, lo que se une a lo geométrico del conjunto. Un verdadero desastre.

Para cerrar el tomo tenemos los lápices de Stephen Segovia, mucho más convencional en su propuesta visual, casi resultado plano al ojo, pero funcional y práctico al máximo, apostando todo por la narrativa fluida y simple. El problema de esto es que apenas levanta pasión alguna por su trabajo, quedando relegado a un posición de lo que se dice sin pena ni gloria.

En resumen, tres dibujantes de muy distinta condición. Porter, pasional y de estilo muy marcado. Pantanela, desfasado y rígido. Segovia, funcional y sin alma. Tres enfoques que pasan factura a la lectura global de este segundo arco, haciendo que el trabajo de Williamson desluzca más de lo que en un primer momento pudiera parecer.

Williamson no ha logrado dar un empuje extra a su historia, dejándola en un punto cómodo para una escritura en automático, que hace de este trabajo algo inferior a lo leído con anterioridad. Las expectativas se han diluido y como propuesta se queda en el terreno de lo intrascendente. Lectura de hoy si más, para perderse en el tiempo. No importa cuantos giros introduzca si todo queda supeditado a una historia convencional que no saca partido a la fuerza de su protagonista.

Lo mejor

• El valor que tiene Canario Negro en la historia.
• Seguir con un Slade Wilson haciendo cosas distintas.

Lo peor

• Paolo Pantalena que dibuja como hace 30 años.
• Tres dibujantes en cuatro números.
• Wiliamson no acaba de encontrar un rumbo para lo que quiere contar.
• Miedo da el penar que puede pasar con Canario Negro en las próximas entregas.



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