Javier Vázquez Delgado recomienda: #ZNCine – Crítica de Black Panther: Wakanda Forever, de Ryan Coogler

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Dirección: Ryan Coogler.
Guion: Ryan Coogler y Joe Robert Cole.
Música: Ludwig Göransson.
Fotografía: Autumn Durald.
Reparto:Letitia Wright, Angela Bassett, Winston Duke, Danai Gurira, Florence Kasumba, Lupita Nyong’o, Martin Freeman, Tenoch Huerta, Dominique Thorne, Michaela Coel, Mabel Cadena, Alex Livinalli, Isaach de Bankole, Shiquita James, Jarrell Pyro Johnson, Curtis Bannister, Tejon Wright, Adam Freeman, Marlon Hayes, Babatunde Oyewo, Devan Summers, Lake Bell, Richard Schiff, María Mercedes Coroy, Janeshia Adams-Ginyard, Juan Carlos Cantu.
Duración: 161 minutos.
Productora: Marvel Studios y Walt Disney Pictures.
Nacionalidad: Estados Unidos.

Aviso de Spoilers: El artículo que sigue a continuación es una crítica de Black Panther: Wakanda Forever en la que no se desvelan grandes detalles de la trama y argumento de la misma, pero si aún así primero quieres consultar con los antepasados y no estropearte ninguna sorpresa, no traspases esta línea hasta haberla visto en cines. ¡Estás avisado!

«¡Demuéstrales quiénes somos!»

El 28 de agosto de 2020 nos sorprendía la muerte de Chadwick Boseman a la temprana edad de 43 años. La noticia conmocionó a propios y extraños, por triste e inesperada. Nos veíamos obligados a despedirnos prematuramente de un actor prometedor que se había convertido en el rostro de T’Challa en el universo de Marvel Studios. Black Panther había sido un gran acontecimiento apenas dos años antes y sigue siendo a día de hoy la sexta producción más taquillera del estudio. La contribución de Boseman a este éxito fue clave, dando vida a un personaje complejo y lleno de matices al que vimos por primera vez en Capitán América: Civil War. Su fallecimiento obligó a modificar los planes de cara al futuro de la franquicia. Marvel Studios se apresuró a anunciar que no se abriría un nuevo casting para sustituir a T’Challa. El impacto de Black Panther y del trabajo de Boseman en la comunidad negra y en los aficionados no dejaba otra opción y la secuela de la cinta original de Ryan Coogler tendría la difícil tarea de hacer frente a su pérdida, sobrellevar el duelo y preservar el legado del actor. Es de eso de lo que nos habla Black Panther: Wakanda Forever, una cinta con una personalidad propia dentro del universo compartido de Marvel Studios en la cual la sombra de Boseman es tan grande y alargada como cálida y emotiva.

Había muchas dudas sobre como se trataría la ausencia de la principal estrella de la original Black Panther en esta secuela. La cinta lo hace de manera frontal, transmitiéndonos ya desde sus primeros minutos el dolor por la pérdida real de Boseman en una ficción que tiene lugar durante la muerte de T’Challa, a causa de una enfermedad de origen desconocido. Es Shuri, nuevamente interpretada por Letitia Wright, y la reina Ramonda de una siempre estupenda Angela Bassett, las que llevarán el peso de los acontecimientos a lo largo de gran parte de la producción. Ellas son las caras más visibles de un auténtico «matriarcado interpretativo» en el que también tienen un rol destacado la Okoye de Danai Gurira, la Nakia de Lupita Nyongo y el nuevo fichaje de Dominique Thorne que encarna a Riri Williams, futura Ironheart. Esta es una historia de personajes femeninos -como en parte ya lo era su antecesora- dentro de una trama con muchas connotaciones políticas y estructurada como una nueva historia de orígenes y de legado que no se despega de la línea marcada previamente.

La historia se centra en las consecuencias de la muerte de T’Challa y las presiones que esto supone por parte de otras potencias mundiales que ansían hacerse con el vibranium de Wakanda. Hay una evidente crítica a la gestión de recursos que encontroca con nuestra presente crisis energética en el mundo real y que la película articula a través de una relación geopolítica que ahonda en los desagravios históricos parte de las naciones occidentales en la trayectoria de los países africanos y latinoamericanos. No obstante, esta crítica no es ni mucho menos tan ácida y directa como la que hemos visto en producciones recientes de la competencia, caso este de El Escuadrón Suicida de James Gunn y la serie de El Pacificador o la más reciente Black Adam protagonizada por Dwayne Johnson. En cualquier caso, la situación se complica cuando una nueva potencia aparece en el terreno de juego: Talokán, una antigua civilización de personas que rinde tributo al dios serpiente emplumado de la mitología maya Kꞌukꞌulkan y al que identifican en la figura de su rey Namor. Un pesonajes fundacional de la historia de la Casa de las Ideas al que encarna en la producción el mexicano Ténoch Huerta.

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Es Namor la principal némesis a la que se enfrentan los wakandianos en la historia y para ello Ryan Coogler recrea -como ya hizo en la anterior Black Panther– toda una sociedad secreta y poderosa al margen del conocimiento del mundo real. El personaje se reinterpreta, o más bien se le reviste, para la ocasión, dándole una identidad nueva que al mismo tiempo conecta con lo que conocemos de él por los cómics. Se nos presenta como un mutante, un híbrido entre humano y atlante -aunque nunca se llegue a mencionar la Atlántida en la historia-, se trata su consideración de dios y guerrero, su beligerancia contra «los habitantes de la superficie», su carácter altanero y seductor e incluso viste su mítico taparrabos verde y las alitas en los pies. El hecho diferencial con las viñetas es su relación estrecha con la cultura maya y con un pasado en el que medían los colonizadores españoles, pero que se adapta perfectamente a la idiosincrasia del llamado Príncipe de la Atlántida. Huerta construye con estas piezas uno de los villanos más llamativos de las películas de Marvel Studios y se convierte a la postre en uno de sus principales alicientes.

Se puede decir que la aparición de Namor en Wakanda Forever es la mayor aportación al continuo worldbuilding de este universo cinematográfico. Por lo demás, la cinta dirigida por Coogler se mueve por el ecosistema wakandiano que ya conocíamos dando lugar a una propuesta reflexiva y dramática en la que el humor es casi inexistente y muy acotado a momentos muy puntuales en los que la acción cobra protagonismo. En ese sentido, Shuri que era en Black Panther un alivio cómico en muchos momentos, y a la que caracterizaba su manera desprendida de ver la vida frente a la de su hermano, muta en un personaje trágico definido primero por la culpa y, posteriormente, por la más cruda venganza. Es el personaje con el que compartimos el duelo y cuyo viaje representa todo un torrente de emociones. Letitia Wright y Angela Basset se roban mutuamente cada escena en la que coinciden teniendo una buena réplica en el Namor de Huerta que supone todo un reto a varios niveles para la supervivencia de Wakanda.

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No estamos ante una producción definida por la acción y si la comparamos con las últimas producciones del universo cinematográfico de Marvel Studios las diferencias son aún más evidentes. Black Panther: Wakanda Forever no tiene el ritmo endiablado ni el sano fanservice de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura. Tampoco tiene nada que ver con la humorística fábula espacial de Thor: Love and Thunder. Por el contrario, la película de Coogler es sobria, medida, con un trasfondo más sociopolítico y con una voluntad coral siempre imbuida por el espíritu de Chadwick Boseman. El homenaje es sentido y lo palpamos en todo momento, empezando por ese logo de Marvel Studios inicial pensado especialmente para esta cita y una escena postcréditos que lejos de caer en lo superfluo o estar pensada para llamar nuestra atención sobre la siguiente pieza del engranaje (como en otras ocasiones ha ocurrido), nos presenta una escena intima, significativa y muy emotiva que pone el broche al tributo a Boseman.

En el apartado técnico tenemos diversos claroscuros, porque podemos decir que Black Panther -para bien y para mal- es una digna heredera de su primera parte. La producción destaca en su puesta en escena, en el diseño de escenarios y vestuario, poniendo especialmente énfasis en la ciudad Talokán y los «na’vi» que viven en ella. De la misma manera que Wakanda tomaba un papel importante en la trama de Black Panther, aquí pasa lo mismo con el reino de Namor. Pero esta secuela sigue ahondado en errores que ya vimos en el pasado, principalmente cuando nos centramos en su tratamiento de la acción. Esta es un poco sucia y atropellada en algunos pasajes, aunque este no es el principal problema de este apartado y no tiene tanta relevancia como para empeñar nuestro disfrute. Pero si nos puede sacar de la historia el tratamiento de algunos efectos especiales que nos dejan demasiado sabor a croma verde y un nuevo Black Panther que se mueve a trompicones en algunas escenas de acción clave de la producción y nos retrotraen a algunas vistas en su antecesora.

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Hay que reconocer que Coogler cocina bien a fuego lento y la acción no es tan importante para él como las consecuencias de la misma. Black Panther: Wakanda Forever es un tour de force entre el drama y la épica que acaba ganando claramente la primera. El director de Creed es consciente de que el género superheroico puede ser más que un simple espectáculo y lo deja bien claro -una vez más- con una historia que entremezcla géneros como pocas producciones en el universo cinematográfico de Marvel Studios pasando de acción al drama, de la aventura al cine de espionaje y el thriller político, la fantasía y la ciencia ficción. Puede que no se acabe de centrar en ninguno de ellos ni les acaba de sacar provecho en el guion, pero esto hace que no nos acomodemos como espectadores. Todo esto también se ejemplifica en la particular banda sonora de Ludwig Göransson que regresa con esta secuela con una propuesta más discreta pero de aromas y ritmos similares en la que destaca el tema Lift Me Up de Rihanna.

En conclusión, Black Panther: Wakanda Forever es una propuesta continuista a la que le sobra corazón e imaginación, pero con ciertas carencias a nivel técnico y un ritmo que pueden contrariar a los espectadores. La historia sale parcialmente bien librada del ejercicio de «readaptación» que implica la pérdida de su estrella principal y que nos adentra en una nueva (y para nada disimulada) historia de orígenes. Ciertamente, con matices interesantes, con la acertada presentación en sociedad de Namor y con unos actores muy entregados que nos dejan algunos de los momentos más intensos vividos en una producción de Marvel Studios. Son las circunstancias las que hacen especial su historia, pero no deja de ser meritorio que Kevin Feige y compañía hayan dejado tanto margen a Coogler para poder llevar la producción -y el homenaje implícito a Chadwick Boseman– por los caminos que ha considerado apropiados, manteniendo un equilibrio siempre difícil entre espectáculo y sentimiento.

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