Javier Vázquez Delgado recomienda: Animal Man, de Jerry Prosser y Fred Harper

¿Podía volverse Animal Man más raro todavía, después de la etapa de Steve Pugh y Jamie Delano? ¿Había futuro para un personaje condenado a morir eternamente, en un ciclo infinito de resurrecciones y atropellos por conducción temeraria? Al parecer sí, o al menos eso creía DC.

El elegido para llevar a cabo la siguiente misión resultó ser Jerry Prosser, un autor recordado por su papel en la fundación de Dark Horse. Entre las obras que llevan su firma está Alien Hive o sus aportaciones a Magic. En absoluto, desde luego, a nivel comparativo de los distintos sucesores de Grant Morrison. Desde Peter Milligan al citado Delano.

Al dibujo, Fred Harper. Un artista con un estilo muy sugerente, en plena relación con la colección. Con gusto por el terror y las escenas cargadas de pequeñas historias, a partir de un plano general, en las que explorar el lenguaje del Rojo y sus posibilidades.

Con este equipo, la etapa arranca con un ritmo impecable, entendiendo a la perfección el ciclo de vida de Buddy, rescatándole de la muerte para alcanzar el terreno más profundo de los sueños: la tierna infancia. Con resonancias en arte a Margaret Keane, a través de los grandes ojos americanos. No hay demasiada explicación en la ruptura con la etapa anterior, pero se mantiene coherencia con las resurrecciones pasadas y las propias características de Animal Man.

Los diálogos de Jerry Prosser vienen cargados de ensoñación hacia tiempos pasados, pero también plantean un nuevo camino sobre los cimientos de lo que ya venía siendo tratado en el título. El espacio sobre el que se sostiene la trama es similar al de números pasados, en el campo, con una casa aparentemente tranquila que atrae horrores.

En lo de fuera, lo real, los autores no se toman mucho tiempo para destrozar la fantasía hippie idealista de sus protagonistas. Si la etapa anterior había concluido con todo el país volcándose con el mensaje de Buddy y el Rojo, aceptando la existencia de un nuevo Dios en la tierra que debía morir para purgar los pecados del mundo, con una mezcla de Jesucristo y Martin Luther King, ahora, apenas meses después de los actos de conclusión de Delano, todo eso ha desaparecido. En su ausencia, las rencillas han crecido, el dinero toma lugar y hace que germinen nuevos problemas y, en general, la desafección con la nueva religión es total, a pesar de que en el recinto sigan viviendo seguidores a los que Prosser no deja en buen lugar.

Ser tan radical en su postura inicial acaba por ser una de las principales razones que explican la temprana cancelación del título. Como lector y crítico que repasa una etapa décadas después de que esta sea publicada, ha de tomarse una postura cercana con lo que se conocía entonces. No es la misma experiencia leer los números de Delano y Pugh recopilados para, meses o años después, descubrir esta que encontrarte de un mes a otro con que nada de lo que has ido conociendo con el paso de los meses importa realmente.

A pesar de que no haya continuidad en las tramas, las inquietudes artísticas no difieren demasiado de lo anterior, por extraño que esto resulte entendiendo lo primero. Prosser no sobrecarga tanto el dibujo con extensos parlamentos (aunque algo de eso hay), pero los pensamientos que compone sí rozan el lirismo más puro, asemejándose a Delano en el tratamiento de la muerte.

No estoy seguro de lo que me ha pasado. Pero me siento bien, limpio” pronuncia el protagonista, rodeado de animales, en una colina roja, donde una araña parece tejer todo hilo de la vida humana. El camino a su pasado ocupa los primeros tres números de etapa en los que Buddy ha de comprenderse a sí mismo de nuevo antes de regresar a la vida, con un nuevo aspecto: larga melena blanca.

Después de haber disfrutado de un final de historia en el que el rostro habitual, como antes lo hizo su traje de héroe, había desaparecido para convertirle en un pajarraco inefable, se agradece esta conexión con lo terrenal. Lejos de parecer el motor del Rojo, de todo lo que está más allá de lo que podemos experimentar con los sentidos, resulta un nexo entre las dos vidas, menos dios, más profeta.

El número 82 concluye con una imagen desgarradora del poder del reino animal. Con un grupo de simios arrancando a dentelladas los huesos y carne de un grupo de cazadores. Lo primitivo venciendo ante lo aparentemente civilizado. El poder del Rojo siendo homicida y no liberador, y lo irracional, en definitiva, alzándose en la lucha eterna con el pensamiento.

Buddy asiste a este espectáculo, con su regreso completado, y va a ejercer de protagonista en el sugerente episodio que le sigue, “El juicio de los monos”. Prosser piensa más en lo interesante de la resolución que en el camino hasta ella, lo cual hace que su planteamiento sea inconexo y poco elaborado. Pero a partir de esto, sabe caracterizar muy bien a su protagonista, entender que su conciencia pública, en muchas ocasiones, no alcanza a ver que hay algo más que el reino animal.

Sabe, a partir de la conexión espiritual, trazar una conclusión muy compleja de su personalidad. Es un defensor de los simios, de lo que le da nombre como héroe, y eso le lleva en ocasiones a no valorar otros aspectos o a dejarse a arrancar por su realidad extracorpórea. Después de demostrar su poder en sede judicial, de elevar más allá de lo físico a los integrantes del juicio para mostrarles el Rojo, ve morir asesinado al simio al que había recogido para defender.

Es muy significativo que el autor se aparte totalmente de la pequeña gran familia de dos familias que había trazado Delano. Todo pasa a ser Buddy y su hija, con un protagonismo muy reducido del resto. Con diez números es injusto comparar, pero es cierto que la coralidad era uno de los elementos más celebrados de la etapa anterior, que permitía cierto descanso a la espiritualidad del título y que, carente de ello, de las pequeñas tramas, termina por agotar en su conjunto, únicamente dirigido a resultar perturbador, especial y único.

Delano y Pugh más allá de todo lo complejo y espectacular que es el mundo del Rojo, habían comprendido ya desde el comienzo las posibilidades que deparaba tener a un héroe familiar. Si Morrison había utilizado la familia para hablar de su humanidad, lado más sensible y vulnerable (con el final que todos conocemos), los primeros habían sido más radicales. Desde las infidelidades, hasta la falta absoluta de cuidado parental del hijo a la incomunicación entre la pareja. El escritor de Hellblazer adoraba tener escenas de diálogo en las que retorcer este aspecto de Buddy y llevarle a la toxicidad.

Aquí la profundidad de ideas va a ser distinta. El concepto de chamán encaja bien con el mensaje del personaje, pero apenas sí se reflexiona sobre las implicaciones de este. Visualmente es atractivo, con el diseño de Harper, pero se echa en falta más información sobre sus motivaciones para entender la nueva etapa de su vida.

Maxime es distinta a lo que conocíamos de igual modo. Prosser parece más interesado en utilizar el personaje para hablar de los miedos de los niños y los dobles significados de los cuentos infantiles que en completar el papel de sucesora que tan claro parecía tenerse en la etapa anterior. Lo cierto es que los momentos que tienen a la pequeña de protagonista son algunos de los más inspirados de estos diez números. El modo que tiene el guionista de entender el drama infantil consigue que una narración en apariencia inofensiva sea perturbadora para el lector.

Prosser debía mirar hacia adelante, después de cinco números de presentación, y encontró, desde el cielo, la respuesta que terminaría por destruir su estancia en el título: alienígenas. La relación entre la droga, la lucha interior contra ella o su aceptación, y lo que queda más allá de la Tierra está muy presente en literatura (Matadero Cinco), música (Rust in peace) y cómic. Si uno lee los ochenta números anteriores de Animal Man es fácil entender que tarde o temprano un grupo de marcianos iba a hacer acto de presencia.

El problema está en que todo termina por resultar muy confuso. Si bien la introducción en el primer arco y la propuesta del Chamán habían sido aceptables, incluso estimulantes después de lo implacable que había intentado ser Delano con su conclusión, son cuatro números que tienen un problema de base: parecen escritos por alguien que sabe que no va a concluir su trabajo.

Incluso el nuevo hijo de Buddy resulta una adición a la desesperada para unos personajes que necesitaban mantener lo de dentro para que lo paranormal tuviera equilibrio.

Harper y Temujin nos entregan momentos muy agradables, de nuevo, con páginas completas gobernadas por un sinfín de ideas. La psicodelia, los visitantes, el negro sobre el blanco y los colores (la legendaria Tatjana Wood, una de las mejores profesionales del medio) entregados a ser una experiencia puramente sensorial. No atina tanto en el drama común, pero los dibujos dan una calidad notable. Si el guion es irregular, el apartado artístico sigue manteniendo el nivel.

Y entretanto nos dejamos cautivar con el 2001: una odisea en el espacio, dirigida por Jodorowsky, que esta etapa. El final es la representación de todo lo anterior. Un episodio que dentro de una colección de veinte o treinta números sería genial, pero que tiene un grado de precipitación desde el guion que hace que el mensaje se oxide.

Con todo, sin ser una joya enterrada en la larga lista de obras perdidas del Vertigo noventero, sí es rescatable, con momentos bien construidos, páginas impactantes y parte del viejo sabor de la etapa anterior. No cabe duda, leyendo la posterior de Lemire, que no todo fue en vano, pues alguna idea sigue manteniéndose. En su extremo positivo, destacamos el viaje iniciático de Buddy, así como la propuesta visual que construyen Harper y Temujin. En el negativo, que la falta de continuidad en el título y de interés en la editorial torcieran las expectativas y nos dejaran una historia incompleta, que en otro contexto, sería más rica y memorable.

Adiós a Vertigo, adiós a Buddy.



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