Javier Vázquez Delgado recomienda: Nuestras historias favoritas de Jim Lee

INTRODUCCIÓN

Con el reciente ascenso de Jim Lee a lo más alto de la cúpula de DC Comics, nos hemos liado la manta a la cabeza y nos hemos puesto a reflexionar que obras del autor son las que más nos gustan, con sus más y sus menos, como ejercicio que puede contener placeres culpables. Sea como sea, nos han salido estos trabajos dentro de la redacción y a buen seguro muchos de vosotros tenéis alguno de sus trabajos también en alta estima. Jim Lee, el dibujante de comienzos titubeantes que a terminado por estar al frente de una de las grandes editoriales de cómics de los Estados Unidos. Un recorrido global desde sus días como estudiante de medicina a ser un super ventas, fundar una editorial que puso patas arriba a la industria, crear su propio sello, venderlo a DC e ir escalando puestos hasta el que ahora ostenta.

Os invitamos a dejar vuestras historias en los comentarios. Jim Lee en vena para un domingo de lo más espectacular. En el link una pequeña reflexión sobre su figura de dibujante o editor para buscar la inspiración.

LUIS JAVIER CAPOTE PÉREZ DISFRUTA CON… ALPHA FLIGHT

Mi primera toma de contacto con el dibujante coreano-estadounidense Jim Lee vino de la mano de una de mis colecciones favoritos de los años de adolescencia: Alpha Flight. Había descubierto a los héroes canadienses gracias a un tomo recopilatorio de cuatro números, allá por el verano de 1989 y porque tenían de complemento a un increíble Hulk que había tenido que refugiarse allí porque las ventas de su colección no daban y porque se había producido un cambio de equipos creativos entre la Masa y los Alfalfa Light. En aquellos días -segunda mitad de la década de los ochenta del siglo pasado- había una diferencia de años entre las publicaciones de Marvel y su versión de Forum, de modo y manera que la editorial española se las ingenió para que el coloso verde no desapareciera del mapa celtibérico y, de paso, se pudiera ver el cruce entre Hulk y Alpha Flight en un mismo tebeo. Sin quererlo, los canadienses rescataban a la Masa de su exilio extradimensional y, tras el oportuno intercambio de galletas, aquél se marchaba camino de los Estados Unidos y llevándose a John Byrne consigo, en tanto que Bill Mantlo, Mike Mignola y Gerry Talaoc, que habían acompañado a Hulk en aquel extraño periplo, se quedaban junto a los canuck.

Mantlo es -me niego a hablar de él en pasado- un guionista de los que se podría definir como artesano de su labor. Su nombre se paseó por buena parte de las principales colecciones o escuderías de Marvel entre los setenta y los ochenta. Su labor como narrador de aventuras de Spider-Man en una serie como Marvel Two in One es un buen ejemplo de su forma de trabajar. Aquí tiene que asumir que ha de sustituir a uno de los autores estrella de la casa de las ideas de esos años y que, además, había hecho de Alpha Flight una colección y unos personajes de autor. John Byrne tenía un especial apego por aquellas creaciones que habían visto la luz durante su colaboración con Chris Claremont en La Patrulla-X y se cuidó mucho de que el patriarca mutante se hiciera con ellas. El amigo pataletas conseguiría para sus criaturas una colección propia donde lo primero que hizo fue asumir las consecuencias del desmantelamiento del grupo y convertirlo en un equipo independiente de Ottawa. Byrne decidió romper con buena parte de los tópicos inherentes a una liga super-heroica e convirtió a la colección en una de las mejores series de terror que jamás vio el género. Con su marcha, muchos de los lectores de la colección y, especialmente, quienes seguían al autor do quiera que fuera, consideraron que Alpha Flight se había terminado y, en cierto sentido, así era.

Mantlo desarrolló una labor más convencional, muy alejada de lo que había llevado a cabo su predecesor. Los alphas dejaron de actuar por su cuenta y empezaron a operar como un equipo, pero cargando aún con el lastre que suponía que las amenazas a las que se enfrentaban eran consecuencia de su propia membresía. Este detalle ya había sido planteado por Byrne, cuando hace que Sasquatch cuestione la pertinencia de ciertas decisiones de Vindicador -aún no Guardián- en torno al reclutamiento de individuos tan inestables como Aurora o Marrina. Don Bill irá adaptando el grupo a su gusto durante los siguientes dos años, para llegar al quincuagésimo número de la serie, en la que cerrará varias tramas y dejará reducido al grupo a un conjunto de personajes que no tenían tanto desarrollo en la etapa anterior. Así, Heather McNeil Hudson, la viuda de Guardián, asumirá el traje y el manto de su difunto -ejem- esposo para convertirse en Vindicador. Mr. Jeffries irá tomando un papel más activo y se hará con la armadura de Box. Sasquatch retornará al mundo de los vivos en el cuerpo humano de la caída Ave Nevada. A ellos se unirán personajes de nuevo cuño como la Chica Púrpura, Maniquí o Duende. Curiosamente, Mantlo mantendrá la premisa, heredada de Byrne, de que en realidad estamos ante una serie de terror. Pese a su naturaleza convencional, esta máxima será mantenida durante mucho tiempo en la cabecera.

En la parte gráfica, sin embargo, hay que señalar que Mantlo no contó con dibujantes que se pudieran considerar adecuados para el tono que requería la serie. Mike Mignola no duró más que un par de números, para luego ser sustituido por un Sal Buscema cuyo paso fue todavía más fugaz. A él siguió un debutante Dave Ross, que se vendió por parte de la editorial como un dibujante de la misma nacionalidad que el equipo cuyas aventuras iba a dibujar. El marcado entintado de Gerry Talaoc dio cierta cohesión a los lápices de estos tres artistas, tan diferentes entre sí. Sin embargo, solamente acompañaría a Ross durante un par de números, para luego ser sustituido por otro futuro imaginero, Whilce Portaccio. Después pasarían por allí June Brighman -que habría de alcanzar cierto renombre en la serie de Power Pack- y Terry Shoemaker pero, a partir del número cincuenta y uno, desembarcaría el protagonista de esta entrada colectiva: Jim Lee.

La etapa Mantlo-Lee presenta una mejora en la parte gráfica de la serie, en el sentido de que hay, por fin, cierta estabilidad en este apartado. El dibujante está todavía en sus comienzos, pero ya apunta maneras de lo que, a no mucho tardar, estará por venir. Es en esta serie donde se encontrará con Lobezno, que por su condición de amigo de Vindicador y antiguo miembro del equipo -o algo así- se paseará cada cierto tiempo por las páginas de la serie alfalfa. Don Bill embarcará a Alpha Flight en una larga aventura de viajes que llevarán al equipo al espacio y a otras dimensiones, culminando con el enfrentamiento con la que habrá de ser una de sus mayores enemigas, la Reina de los Sueños. La etapa será un crescendo en el que el terror seguirá teniendo un destacado protagonismo y donde el dibujante irá dando muestras de sus capacidades: hay que ilustrar una serie donde aparecen naves, seres alienígenas con base de silicio, súcubos, demonios y dragones.

La estancia de Lee en la serie no será muy larga -apenas poco más de un año- y tampoco hizo todos los números. Las tintas correrían a cargo de ilustradores tan dispares en estilo como Tony DeZuñiga, Al Milgrom o el ya citado Portaccio. Con este último tendría una larga colaboración y abordarían varias empresas comunes, pero ésa es ya, otra historia. Queda para el recuerdo esta colaboración en la que participaron un guionista que representaba a la industria del momento y un dibujante que representaría lo mejor y, quizá, lo peor de cuanto estaba por venir.

IGOR ÁLVAREZ MUÑIZ DISFRUTA CON… WILDC.A.T.S

Como prácticamente todos los jóvenes de mi época mis primeros contactos con el mundo del cómic se basaban en los Super Humor, los Tintín o los Asterix, así en general. De ahí a pasar a comprar los cómics de Marvel solo quedaba dar el paso de querer seguir leyendo cosas molonas. ¿Y qué había más guay que la Patrulla-X? La respuesta es clara: Nada. Así, mi primer contacto con Jim Lee fue, evidentemente dada mi edad, los X-Men que realizaba con Chris Claremont. Y también será mi serie favorita de las que ha realizado el famoso dibujante, pero esto se debe fundamentalmente a mi adoración por los mutantes de Claremont. Sin embargo si tuviera que rescatar un trabajo suyo serían los WildC.A.T.S y por varios motivos.

Evidentemente la parte que más me pesa para ello es la emocional. Los CATS llegaron en un momento de esos en los que los supers necesitaban un empujoncito, o al menos así lo vivía mi mente adolescente. Un «yo» joven atraído por esos cuerpos esculturales en poses imposibles que nos llenaban las splash pages de acción pura y dura, que ahora llegaban con nuevos personajes, nuevos misterios a resolver y a una media de diez puñetazos por página. ¿Qué había más guay que la Patrulla-X? Pues ahí estaban los WildC.A.T.S para decir algo. Jim Lee aparecía como creador y co-guionista, además de su obvio trabajo de dibujante, de aquellos primeros números. Sí, era una copia de sus X-Men. Ahí teníamos al clon de Lobezno con su amigo el clon de la Bestia hulkificado, dos mujeres que mezclaban características de Mariposa Mental, Jean Grey y Pícara, una versión robótica de Cíclope y, como no, un Gambito con pistolas, todos ellos liderados por un hombre mayor que ellos y con un conflicto extraterrestre en ciernes que puede acabar con la humanidad. No es lo más original del mundo, pero esos primeros números de los WildC.A.T.S nos dejaron a muchos con ganas de más, enganchados a una ración que no era tan mensual como nos gustaría. El conflicto entre Daemonitas y Querubines (nombres que tampoco rebosaban originalidad) era atractivo, las dinámicas entre los personajes, especialmente con Grifter y Zealot más esa secta llamada Coda, ya nos sonaban de algo, pero queríamos saber más. Puede que los guiones no estuvieran destinados a la grandeza, aunque ahí llegó Claremont a echar una mano, pero ya solo por seguir disfrutando del arte de Jim Lee aquello merecía la pena. Un realismo exagerado lleno de espectacularidad noventera que generó no solo un gran fenómeno fan sino que empezaron a aparecer imitadores del autor, algunos de ellos vigentes a día de hoy.

Los WildC.A.T.S daban inicio a un enorme universo lleno de grandes posibilidades. Y no solo porque estuviera en el punto de mira, dando pistoletazo de salida a esa Image que pretendía revolucionar el medio (y lo hizo varias veces) sino porque Jim Lee se hacía poseedor de su propio micro-cosmos heróico llamado WildStorm. Porque por muchas uniones y separaciones que hubiera entre los estudios de la editorial para crear algo cohesionado, Lee supo ir a lo suyo y mantener una autonomía. Así los WildC.A.T.S son su gran creación como autor y, los primeros números, uno de sus mejores trabajos como dibujante. Pero además este peculiar grupo fueron el primer paso para que Lee llegase a donde está ahora, a ser el nuevo presidente de DC.

Esta serie vería muchos volúmenes después, algunos de ellos muy grandes con autores como Alan Moore o Joe Casey, pero pusieron a Image en el mapa, dado que Lee era uno de las grandes estrellas del momento, con especial fijación en WildStorm, un sello que acabó en manos de DC, con un trato que ponía al dibujante en una posición muy interesante dentro de la editorial. El resto es historia, como se suele decir, pero para la historia quedarán esos primeros cómics con el que el autor consiguió su independencia y nosotros mucha diversión.

ENRIQUE DOBLAS DISFRUTA CON… LA PATRULLA X

Jim Lee llegó a The Uncanny X-Men en el número 256, ya por todo lo alto para la saga Actos de Venganza. Y aunque fue arrollador y un exitazo es difícil expresar que aquí en España llegó incluso más lejos. Lee llegó para epatar en La Patrulla X número 100, un número épico y redondo.

Con portadaca de nuestro añoradísimo Pacheco imitando a Miller, el número contenía el final de la etapa del talentoso Silvestri y, ya por fin, los mencionados Actos… completos. Pero como se estilaba en la época, el número se acompañaba de varios artículos, incluyendo la bienvenida del dibujante por Antonio Trashorras. Y hasta ahí puedo leer.

Fue brutal, fue fantástico, era impresionante. Los que lo disfrutamos seguro que compartimos imágenes en la retina para la memoria… pero lo mejor es que no recordamos splash pages, como a las que luego se entregó. Se trataba de pequeñas viñetas curradas, sorprendentes, que potenciaban la narrativa.

Me refiero a esa doble viñeta con Lobezno y Mariposa en la misma postura aterradora, cuando no sabíamos quién estaba subyugando a quien. O a esos combates coreografiados cual director de baile con Lobezno en botas, sombrero y puro. O a esa Mariposa en la bañera… ups, la edad.

Lee usaba una línea fina y delicada, se ocupada de cada detalle, cada personaje en la página, cada diente. Sus anatomías eran por supuesto esculpidas y forzadas, pero no exageradas ni deformes. Y no paraba de experimentar con la forma de la viñeta. Pero, sobre todo, para nosotros humildes fans, lo que se notaba era una gran pasión, esfuerzo y trabajo detrás.

Era sentir que había llegado uno “de los buenos” ¡no es que estuviéramos escasos en la Patrulla, precisamente! Pero si de esos que marcan un antes y un después, que no son simplemente la estrella del momento. Efectivamente Lee estaba llamado a la grandeza, aunque por muchos otros motivos.

Su fulgurante trayectoria en La Patrulla X tendría que esperar unos cuantos números de transición, hasta el 268 USA donde se hacía definitivamente con el volante gráfico (por ahora) de la colección ¡Y vaya número! Aquel en el que Claremont patinaba en continuidad, pero nos dejaba flipados en imaginación, gracias al encuentro entre el Capi, Viuda Negra y Lobezno.

Ahí sí que Lee empezaba a dejar entrever su capacidad para la espectacularidad con apabullantes posters del Capitán América o despampanantes poses de la Viuda. Pero para maravillosos, los escorzos de Pícara en la Tierra Salvaje al número siguiente o su espectacular primer dibujo de Magneto al final de éste.

Si, me estoy quedando sin adjetivos, pero es que en aquella época los merecía todos. Más si lo que venía a continuación era Proyecto Exterminio, en el que se veía injustamente comparado con Bogdanove (not bad, pero defenestrado por el entintado de Milgrom) en Factor X y el innombrable (Rob) en Los Nuevos Mutantes.

Tras el crossover, Lee asciende al estrellato total consumándose en el 275 USA, ganador de un Eagle (como indicaba incluso en la portada española ¡ojo!). Pero en general, durante aquella saga galáctica que termina de reunir a todos los miembros de La Patrulla X (originales y desperdigados modernos) después de tantos años.

Capaz de dibujar lo que le echen; incluidos extraterrestres de todo tipo y condición, agentes del S.H.I.E.L.D., naves en el cielo o en el espacio, dinosaurios, héroes desnudos (parecía una costumbre por entonces) o uniformados, caras enjutas o sonrientes, portadas triples o viñetas de transición… fue un festival del que nunca hubiéramos querido bajarnos, pero que acabó lamentablemente.

No, no he olvidado la coma entre las dos últimas palabras del párrafo anterior. Además de dejar Uncanny X-Men en el 277, la revolución de los dibujantes en Marvel estaba en su cénit y le ofrecieron, no sólo dibujar la primera nueva serie de la Patrulla en toda su existencia (Los Nuevos Mutantes o Factor X eran más bien spin-offs), si no también guionizarla, con marcha del patriarca mutante incluida.

Cómo salió todo aquello es otra historia, es un lío y, seamos sinceros, una pena. Quedémonos pues con aquel momento de gloria y el recuerdo de una etapa triunfal. Cuando Jim Lee llegó a nuestra querida Patrulla X.

PABLO SÁNCHEZ-LÓPEZ DISFRUTA CON… DIVINE RIGHT

Aquí hemos venido a hablar de Jim Lee, ¿no? Para lo bueno y para lo malo. Y el dibujo de Jim Lee mola o molaba, o moló en ese cómic y solo ese cómic que te gustó a ti, o no moló nunca porque serías un lector que con 12 años ya estabas imbuido del espíritu de un Carlos Boyero comiquero. Ahora, en todo artículo que glose la figura del dibujante/creador/editor/jefazo, no puede omitir la obra que iba a demostrar que Lee era algo más que un dibujante, más que un argumentista: Divine Right

Es 1997 y el experimento Image no ha fracasado como vaticinó -erroneamente- Bob Harras. Es cierto que se inicia una larga etapa en el desierto para la compañía, huérfana de grandes creadores que aportarán regularmente tebeos al mes, más allá de McFarlane y su trabajo en Spawn. A la búsqueda de nuevos retos, Jim Lee pone sobre la mesa lo más parecido a un proyecto personal que podemos encontrar suyo. Lee es en Divine Right guionista (aunque a partir del #7 le ayudará el “recordado” Scott Lobdell y posteriormente completará sus dibujos Carlos D’anda.

En estos 12 números, que tardarían dos años en ver la luz, conocemos a un pizza-boy, Max Faraday que se encuentra por azar con la Ecuación de la Creación, la cual le dará extraordinarios poderes y le convertirá en el objetivo de unos seres “extraterrestres” que simbolizan ángeles y demonios; además de agencias secretas gubernamentales tipo S.H.I.E.L.D. Lee engancha al personaje a su universo Wildstorm con la aparición de varios personajes de Gen 13 pero en general se puede leer de manera independiente.

¿Puede ser Divine Right uno de los cómics con más splash-page por tebeo de 24 páginas? Yo creo que sí. Splash-page y doble splash-page por doquier. Molonismo noventero que queda pasado de moda en cuanto tus ojos saltan de página. Un protagonista simplón que también pretende molar pero no lo consigue. Historia que pasa de 0 a 100 en 15 páginas y en la que no te da tiempo a desarrollar ningún lazo con los personajes porque el desarrollo de los mismos es algo secundario. Relato del elegido, tan del gusto de Lee, con mucha referencia mesiánica y un sentido del humor acartonado. Mujeres dibujadas, todas, como si fueran modelos de lencería y en algún caso, como si llevaran la ropa tatuada.

Jim Lee mola, incluso en batacazos tan sonoros como este Divine Right, un placer culpable.

JUANJO CARRASCON DISFRUTA CON… LOS 4 FANTÁSTICOS

Cuando tuve en mis manos un cómic de Jim Lee fue con X-Men “a secas”, en lo que fue el canto del cisne de Chris Claremont. Para mi desgracia llegue tarde a la Patrulla-X puesto que la economía de mis padres por aquella época no era muy boyante, y los escasos ingresos que obtenía daban casi exclusivamente para Spiderman y el Capitán América, y ya el resto lo leía de prestado como ocurrió con números de Factor-X y de la Patrulla-X. Sin embargo, con los X-Men, desde su número uno pude disfrutar del buen hacer del coreano de manera regular. Pero bueno, este pequeño apartado no es para alabar su trabajo en la franquicia mutante. El motivo y el significado de este comienzo tiene un significado muy importante para lo que pretendo contaros.

Cuando Jim Lee abandonó La Casa de las Ideas fue un shock puesto que para mí no había otra cosa más que Marvel. Me dolió mucho que el gran Jim Lee dejase de dibujar a Lobezno, Gámbito y Pícara. Para mí era una herejía, pero, a pesar de ello, nos ofreció esos WildC.A.T.S. que me fliparon en los noventa, lo cual calmó mi ira de Marvel Zombie. Pero este artículo tampoco versa sobre esta etapa tan cool. Sigo avanzando en lo que pretendo contaros.

Pasaron los años, y al tiempo de abandonar Marvel Comics, llego un día en el que me enteré leyendo una revistita que traían a mi tienda habitual, me refiero a Marvel Vision, que el gran Jim Lee y el adorado por los fans, Rob Liefeld, volvían a la Casa de las ideas para, ni más ni menos, dibujar, el primero Los Cuatro Fantásticos, y el segundo el Capitán América. Empecé a babear pensando en ver a la familia por excelencia de Marvel Comics bajo los lápices del dios, el amo, el señor de todo lapicero y viñeta, Jim Lee. Y así empecé a hacerme la colección de Fantastic Four en inglés hasta casi la etapa de Mark Millar, cuando ya hastiado me bajé del carro. Esta colección fue íntegramente pagada por mi madre, creo que lo he contado alguna vez. El trato era sencillo, si estaba en inglés me lo pagaba para que pudiese aprender. ¿No está mal verdad? Para mi fue perfecto porque Jim Lee, a mis 17 años era el top de los dibujantes, y además era la oportunidad perfecta para subirme a una colección que llevaba a sus espaldas 30 años.

Los seis primeros números que dibujó nuestro protagonista de hoy fueron innegablemente espectaculares. El hoy presidente de DC dibujaba a La Cosa, Doctor Muerte y Namor con elegantes poses, casi modélicas, diseños asombrosos y tecnología puntera, tal y como había venido haciendo con sus WildC.A.T.S. No podemos negar que, si bien narrativamente el coreano no es muy versátil, es un ilustrador muy de los noventa, dado a la majestuosidad de los personajes que plasma, primando lo meramente estético frente a la historia.

La labor de Jim lee como guionista tampoco es lo que destaca en el coreano, y su versión de Los Cuatro Fantásticos no fue especialmente rompedora. Reed es un genio, Johnny es imprudente, como ejemplos, y no hay ningún esfuerzo por mostrar a los lectores algo nuevo. En algunos casos, los personajes incluso fueron desdibujados, como el Doctor Muerte que pierde ese toque de ególatra complejo y profundo que lo venía caracterizando.

Pero estoy criticando una faceta de Jim Lee por la cual no ha sido quién es. Claramente, el atractivo del artista son sus viñetas, diseños, y desde luego no decepcionó con Los Cuatro Fantásticos. Su paso por esta importante serie de cómics no ingresará en el Panteón de las grandes obras maestras, y desde luego Jim Lee no hizo una gran labor como guionista en este periplo tras Onslaught, pero desde luego su aportación Los Cuatro Fantásticos fue un espectáculo visual.

Solo por esa alegría que sentí al ver que Marvel Comics traía de nuevo a su equipo a mi por entonces dibujante favorito, merece la pena rememorar su trabajo en este artículo junto con el resto de compañeros de ZonaNegativa.

PABLO MENENDEZ DISFRUTA CON… MULTIVERSO: LOS MAESTROS

Grant Morrison definió a Jim Lee como “el dibujante de las mejoras de acero” (o algo parecido). Más de una vez, el escocés loco ha expresado su gusto por los autores de la primera Image (sí, incluso por Liefeld). De modo que no es de extrañar que eligiera a Jim Lee como uno de los dibujantes del equipo all-star de El Multiverso.

Lee se encargó del séptimo número el de la colección, Los Maestros, el que está protagonizado por el polémico Superman nazi: Overman.

La pregunta que plantea el relato es obvia y desasosegante. ¿Tiene Superman tantos motivos como Overman para sentirse avergonzado? ¿Qué pasaría si Superman comenzase a pensar en las víctimas, colaterales y directas, del estilo de vida que dice defender? ¿Qué pasa si Superman pierde la fe?

Morrison sabía con que tipo de dibujante contaba y le dio escenas que no desentonaban con su estilo realista y grotesco (¿grotescamente realista?). Empezando por la primera página, con ese inolvidable Adolf Hitler estreñido en el retrete. Pero la simbiosis de los dos creativos va más allá.

El monumentalismo de Jim Lee (todo es grande, todo es épico, todo es vacuo y a la vez espectacular) se amolda a la perfección con el mundo trágico (en el más wagneriano sentido de la palabra) que describe Morrison.

Incluso las habituales aberraciones anatómicas del coreano (una pierna con dos rodillas por aquí, un culo en una pose de perfil por allá, una nariz en el moflete que te sorprende por detrás) tienen sentido en la retorcida (y sin embargo coherente) visión de Morrison.

Visualmente, el cómic sobresale por sus diseños y su iconografía. Este aspecto destacado se lo debemos, sin embargo, a los bocetos de Grant Morrison (y a Hugo Boss). Tampoco faltan los deliciosos detalles de worldbuilding (os desafío a encontrarlos todos) y las habituales visiones lisérgicas de King Mob, pero es aquí donde a Lee se le ve más perdido, incómodo y desganado, cual proverbial pulpo de garaje.

Sin embargo, ello no quita para que nos encontremos ante una pequeña (y breve) joya, a disfrutar por separado o junto al resto de entregas de El Multiverso.

RAÚL GUTIERREZ DISFRUTA CON… SUPERMAN POR EL MAÑANA

No vengo a hablar hoy de mi obra favorita de Jim Lee. Tampoco de mi primer contacto con el autor. Ni mucho menos vengo a hablar de una obra que disfrute, no exáctamente… pero sí de un placer culpable.

Corría el año 2011, yo no era ni mucho menos un crío, pues ya contaba con veintitrés años, pero todavía estaba en esa adolescencia tardía en la que casi cualquier obra escrita por Brian Azzarello y con un dibujo impactante rodeado de músculos y de ropa apretada captaba irremediablemente mi atención.

Un tomo de la editorial DeBolsillo, que en colaboración con otras editoriales reeditaba en aquel entonces cómics y novelas a un precio más barato que el de origen sacrificando a cambio el tamaño del tomo en cuestión, me miraba en Minas de Moria, la que era y sigue siendo mi librería de cabecera, buscando que por solo 15 € me hiciera con él.

En la portada aparecía un Superman maravillosamente dibujado y con cara de muy pocos amigos. En la misma se veían bien grandes, a pesar del reducido tamaño del tomo dos nombres: Jim Lee y Brian Azzarello.

El primero, uno de los dibujantes que más disfruté de adolescente en La Patrulla X, un tipo que a mi entender sabía comprender a los superhéroes y el aspecto que estos debían tener más cercano a dioses en la Tierra y mitos modernos que a humanos con poderes.

El segundo, no era otro que el escritor de Cien Balas, uno de mis cómics favoritos por aquella época, que me había enseñado a amar el noir en viñetas. La sinopsis hablaba de una Metropolis en la que, de la noche a la mañana, varios de sus habitantes habían desaparecido sin dejar rastro, entre ellos Lois Lane. Superman debía resolver el misterio por un mañana mejor.

¿Qué podía fallar? ¿Qué podía salir mal con aquellos ingredientes?

Pues aparentemente, esta obra. Superman: Por El Mañana, una obra cuya constante reedición en múltiples y variados formatos se escapa a mi comprensión es un galimatías sin sentido desde su primera página hasta el final.

Azzarello, experto guionista en materia de misterio y thriller, disfraza de noir concienzudo lo que no es si no una ensalada de golpes mal dirigidos en la que, de vez en cuando, Superman acude a la iglesia para entablar conversaciones muy básicas, disfrazadas de inteligencia con el atractivo Párroco de una de las misiones de Metrópolis.

La desaparición de los ciudadanos de Metrópolis en sí, lejos de tener su origen en un intrincado misterio, no es si no un alocado plan del General Zod que irrumpe en la obra al final de la trama y que tiene como destino perjudicar al Hombre de Acero, todo ello aderezado con una especie de organización empresarial secreta que experimenta con humanos normales convirtiéndolos en armas de destrucción masiva.

Como digo, un auténtico sinsentido vergonzoso y vergonzante que no resulta digno ni del cómic de superhéroes más ramplón, ni por supuesto de Superman, protagonista de tantas y tantas historias icónicas del género.

Sin embargo, y a pesar de sus excesos, el dibujo es una cuestión muy distinta. Como ocurre en All Star Batman y Robin, o incluso en Batman: Silencio, obras cuyo argumento no tiene mucho sentido, Jim Lee da el do de pecho con un dibujo que sin ser nada a lo que no nos tenga ya acostumbrados el ilustrador, se sale de todos los gráficos posibles. Pocas veces ha resultado Superman más temible para sus enemigos, más investido de poder que en estas páginas y al mismo tiempo, tan humano en sus concepciones y forma de ser.

El problema es que ese estilo, se impregna al resto del cómic, y por eso tenemos al otro protagonista de la obra, el atribulado párroco que debate con Superman que gráficamente no es otra cos que… Superman con sotana.

Jim Lee no conoce límites a sus ideas de cuerpo helénico perfecto y vitruviano y diseña a todos sus personajes como la máxima expresión de la perfección física.

Y sin embargo, y a pesar de todo, disfruto esta obra. Porque quizás como divulgador me estomague, me tire hacia atrás, pero como aquel adolescente tardío que la cató por primera vez, solo veo impacto, una ensalada de golpes de lo más delicioso y frases lapidarias (a pesar de estar vacías de todo contenido) entre los distintos miembros de la trinidad deceíta. Una obra que objetivamente jamás recomendaré a nadie, pero que subjetivamente y despojándome del hábito del divulgador razonable, tiene un destacado lugar en mi corazón.

SERGIO FERNÁNDEZ DISFRUTA CON… BATMAN ALL STAR

Seamos sinceros. Cuando la sección de DC nos invitó a participar en este especial, servidor leyó el mail en diagonal casi sin pestañear. Asocié las palabras placer culpable y Jim Lee inevitablemente con Batman All-Star. Fue tras recibir un correo de Gustavo Higuero en el cual únicamente ponía “¿en serio, Sergio?”, me di cuenta de algo que había pasado por alto. Evidentemente, no considero este mi cómic favorito de Jim Lee, pero carta sobre la mesa, pesa. Acepté mi error, y decidí autoimponerme el reto de ejercer de abogado del diablo (y no, no hablo de Matt Murdock) para defender una de las obras más vilipendiadas de Frank Miller.

Quien me conozca un poco sabe que soy consumidor compulsivo del mejor detective del mundo. A pesar de ser un octogenario, el Cruzado de la Capa mantiene una forma envidiable mientras diferentes equipos creativos se pasan el testigo una y otra vez. No solo eso, sino que el caballero oscuro ha trascendido más allá de las viñetas para convertirse en un auténtico icono de la cultura pop. Con esto quiero decir que tenemos hombres murciélagos de todo tipo y condición. Cada uno de nosotros, como seguidores, construimos mentalmente nuestra versión ideal de Batman. El creador de Sin City cambió la mitología del personaje para siempre y, dos décadas más tarde de El regreso del Caballero Oscuro, retornó a Gotham para contar una historia que podría funcionar, perfectamente, a modo de precuela.

Cuando Batman encontró a Robin. Así podría haberse titulado perfectamente esta rareza inacabada al más puro estilo sinfonía nº 8 de Schubert. Miller se desata con una historia que nos presenta a un Bruce Wayne totalmente desequilibrado que se permite disfrutar de la violencia hasta el paroxismo. Jim Lee es su compañero de baile en una mezcla que recuerda a la pizza en la piña pero que, sorprendentemente, funciona a las mil maravillas. El trabajo de Lee es para quitarse el sombrero recreando toda la brutalidad impuesta por el autor de 300. Dobles páginas para el recuerdo y un desplegable de la batcueva son algunos de los elementos utilizados por el dibujante de Superman: Por el mañana en este particular descenso a los infiernos tan excesivo como disfrutable.

Esta versión tan hardcore del Señor de la Noche, capaz de invitar a su recién asimilado pupilo a que se alimente de ratas o de llamarle retrasado mientras grita a los cuatro vientos que es el jodido Batman estaba destinada a generar controversia. Jim Lee embelleció una trama decadente y sombría en la cual secundarios de lujo como Superman, Wonder Woman o Green Lantern sufrían una atrofia moral/intelectual galopante.

GUSTAVO HIGUERO DISFRUTA CON… EL CASTIGADOR

Diario de Guerra… dicen que los años noventa fueron intensos, pero nada que ver con el nivel de intensidad que se gastaba el bueno de Frank Castle a finales de los ochenta. Eso era intensidad. Una mirada, un fusil, mil y un artilugios explosivos, el asfalto de la ciudad ardiente, los vapores de las alcantarillas, el olor a pólvora, acre, denso, señalando a los culpables… y todos sabemos que si eres culpable estas muerto. Y tanto fue el éxito del Castigador en su serie en solitario que el editor y guionista, Carl Potts, le concedió una segunda serie en la que aterrizaría una joven promesa, de nombre Jim Lee, para explotar todo su talento y dar los primeros pasos de un destino lleno de éxitos. Y no contentos con dos series del Castigador, en USA, además, lanzaron una serie que tan solo eran catálogos de las armas que portaba este justiciero de dudosa heroicidad. Frank gustaba mucho. Y entre la legión de seguidores que tenía estaba yo, casi recién llegado a esto de leer comics de superhéroes de forma regular, que se dejó atrapar por aquellos cómics publicados por Forum en los que aparecía un tipo con una calavera en el pecho, armado hasta los dientes y con poses a cuál más intimidante. Era imposible no caer rendido a sus pies.

Una prosa lapidaria, un arsenal de lo más variado, con una inserción más directa en el Universo Marvel (la otra serie era más cruda, más con los pies en el suelo, centrada en el crimen convencional) hizo de aquellos números algo especial que poder leer mes a mes. Lee rompió con lo establecido, descarga su saber y se fue soltando más en cada entrega. Jugó con las luces y las sombras, aprovechando todo el potencial del personaje y Potts, muy hábil, le construyó guiones para el lucimiento de su dibujante. El resultado fue una composición de página novedosa e impactante, en la que Frank se muestra más rocoso que nunca, sin perder expresividad, añadiendo artilugios a su uniforme que no hacen sino vitaminar su ya de por si impactante aspecto visual.

Una serie que en un principio podría haber apostado más por un enfoque más de guion sobre el dibujo, se desmelenó de tal forma que el dibujo acabó por fagocitar a las tramas que casi llegaron a dar igual. Lo impactante era ver como Lee dibujaba a Frank portando un M16, sobre una lancha motora, con el traje destrozado, sin dejar de perseguir a sus objetivos. Cada disparo me dejaba sin aliento. No sabía quién era ese dibujante, pues no había leído Alpha Flight, su trabajo previo, pero si sabía que tenía algo especial. Y tanto que lo tenía.

Lee se molestaba en buscar una fiel traslación de lo paramilitar a su visión de Frank. Cada detalle contaba para añadir extras a un dibujo que no dejaba de mejorar. Lee narraba con fluidez algo que, para mí, fue perdiendo el paso del tiempo y fue proporcional a su fama, pero en sus inicios era capaz de contar entre viñetas, al tiempo que te hacia volar a través de un festival visual. El Castigador de Lee era más rudo, más intenso, más molón que nunca y aquello fue un viaje fascinante a los infiernos para un chaval que lleva poco más de un año metido en esto de leer tebeos de superhéroes.

Fue y es a imagen del Castigador perfecta para mí y aún la sigue siendo, incluso tras la que imprimió John Romita Jr. en Zona de Guerra o al de Mike Zeck, con la que cierro mi particular imagen visual de lo que Frank es y significa dentro del Universo DC.



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