Javier Vázquez Delgado recomienda: Ronson, de César Sebastián
Edición original: Ronson (Autsaider Cómics, 2023)
Autor: César Sebastián
Maquetación: David Molina
Corrección de textos: Eduardo Bravo
Diseño de producción: Ata Lassalle
Formato: Cartoné. 128 páginas. 20€
La memoria de los pueblos.
«La memoria recrea y distorsiona y, por tanto, guarda una vaga similitud con la realidad que pretende preservar.»
Cuando a principios de año los chicos de Autsaider Cómics hicieron publica la impresionante portada de Ronson, el primer cómic largo de César Sebastián (Valencia, 1988) ya se parecía intuir que estábamos ante una obra muy especial destinada a convertirse en una de las novedades nacionales más destacadas del año. Y tras su lectura no podemos más que confirmar esa impresión inicial puesto que estamos ante una novela gráfica que es mucho más que un mero paseo nostálgico por la vida cotidiana de un pueblo cualquier de la España tardo franquista, ya que va un paso más y nos invita a reflexionar sobre los mecanismos del funcionamiento de la memoria propia y la ajena. Un trabajo lleno de capas y relecturas con el que el autor valenciano inscribe su nombre en el firmamento de los grandes autores de este país. Situándose a la altura de esos que hacen la mención de su nombre en la portada de un cómic lo transformen en una compra prioritaria para quienes buscan trabajos que huyan de la monotonía de los cómics más impersonales que abundan como setas en las mesas de novedades.
César Sebastián construye su historia tomando como base los recuerdos de la infancia y adolescencia de su padre que transcurrieron en el pueblo del interior valenciano llamado Sinarcas. Con esa base crea una novela gráfica en la que un hombre ya maduro echa la vista atrás para recordar su infancia y su tránsito a la edad adulta en un contexto tan particular como un pueblo de la España rural. La historia se articula a través de diversos episodios que, aunque se suceden en orden cronológico, tiene una estructura fragmentaria, al igual que sucede los recuerdos que todos tenemos porque, además de servir como reflejo de vida cotidiana de un pueblo, la historia se abre y se cierra con una disertación sobre la memoria y la manera en la que el paso del tiempo y las veces que volvemos mentalmente a esos días nos hace alterar nuestra percepción de los recuerdos de manera que acabamos para reescribirlos de algún modo creando una verdad que no siempre se corresponde con la realidad. Algo que lleva al protagonista a ser más consciente de lo que hizo y a tratar de reconciliarse con su pasado sin dejarse llevar por la nostalgia. Algo similar lo que hacía Oliver Añón en Canción para hundir flores en el mar (Bang), aunque su obra era de carácter más autobiográfico y no iba tan atrás en el tiempo.
Además de esa reflexión sobre la memoria en Ronson nos encontramos con un relato costumbrista que comienza con una voz en off que nos traslada desde el presente al pasado. La obra arranca con unas primeras páginas llenas de imágenes intercaladas del presente y del pasado de las calles del pequeño pueblo donde transcurre la historia que nos permite ver cómo ha cambiado y que nos deja claro que se trata de un lugar que se asemeja a las estampas de cualquier localidad de la España vaciada. Porque, aunque la novela gráfica tiene esa base real, la historia está ficcionada y ni el protagonista ni el pueblo en donde transcurren la trama tienen nombre. Algo que no es para nada casual, al igual que todo lo que leemos en la obra, y que permite que la historia se desplace desde lo local a lo universal, puesto que las vivencias del niño y su cuadrilla están llenas de primeras veces que todos hemos vivido, en particular, quienes han vivido o veraneado en algún pueblo. Algunas de esas vivencias que nos dejan con el sabor de los déjà vu son positivas, como las primeras amistades y los juegos en cuadrilla o el descubrimiento del cine, otras complicadas, como el despertar sexual, y otras siempre nos dejan un regusto mucho más amargo que nunca nos abandona del todo, como el descubrimiento de la muerte o la violencia y brutalidad del mundo de los adultos.
No estamos ante una obra que busque maquillar los recuerdos, ya que tenemos una visión completamente apegada a la realidad con momentos muy duros y llenos de la violencia cotidiana (la más publica, pero también la que se quedaba en el ámbito de cada casa) que era habitual de la época, aunque esos momentos cotidianos están relatados con un toque poético y evocador que recuerda al de Machado. Así que nos encontramos con una obra que tiene una función mucho más cercana a la recuperación de esa memoria no contada por un régimen que no quería dejar ver las miserias a las que había abocado a gran parte de sus habitantes. Pero, pese a que se aborda la historia desde el presente, tampoco hay un ánimo de juzgar los sucesos que relata. Sin embargo, sí que nos sirve como foto fija de la época y nos permite comprobar y contrastar la manera en la que ha ido cambiando nuestra moral y costumbres como sucede en cualquier sociedad moderna. Un retrato de un lugar, época y unos protagonistas que entroncan este trabajo con otros cómics como Soledad (Cascaborra) de Tito, Paracuellos (Reservoir) de Carlos Giménez o Regreso al Edén (Astiberri) y La casa (Astiberri), las obras sobre la vida de sus padres de Paco Roca, pero también con otras obra de diferentes medio como la películas del neorrealismo cinematográfico italiano o el Miguel Delibes de Los santos inocentes.
El título de obra hace referencia a una moneda de cobre aplastada con la que el protagonista jugaba al Rolde, un objeto que cumple una función similar al Rosebud de Ciudadano Kane al conectar al protagonista maduro con una época de su añorada vida pasada en que fue más feliz ya que no había perdido la inocencia, pero también sirve para marcar la elección del bitono color mostaza que recuerdo tanto al color de la moneda como a la estética de los álbumes de fotografías antiguos. Un objeto que, al igual que en la película de Orson Wells llena la obra de una cierta amargura, pero a la que César Sebastián añade un sutil sentido del humor bastante ácido e irónico.
Visualmente estamos ante una obra en la que su autor ha priorizado la legibilidad por encima de cualquier experimento en la composición de página. Nos encontramos con una retícula fija de seis viñetas por página, salvo en las primeras y últimas páginas que conectan la historia con el presente que pasan a ser de cuatro viñetas. Un esquema fijo que, además de servir para dotar a la obra de ese ritmo cadencioso de la vida de los pueblos, nos vuelve a remitir a los álbumes fotográficos, al igual que el estilo enormemente realista, limpio y claro que nos recuerda a autores como Emanuel Guibert, Adrian Tomine o Charles Burns. Un apego a la realidad del que solo escapa la fantástica secuencia con el guardia civil y la de la salida del cine, que nos retrotraen a esa capacidad de imaginar que teníamos de niños. A simple vista quizás pueda parecer un estilo algo frio, pero al meternos en la lectura descubrimos que casa a la perfección con el tono que requiere la historia.
La edición de Autsaider Cómics es estupendo con diseño y aspecto visual realmente llamativos que, de nuevo, nos vuelve a remitir a los álbumes fotográficos gracias a los bordes de las páginas troqueladas en pico, una portado en la que solo hay una imagen, unas guardas de un diseño similar y un lomo de tela. Además de tener una portada en cartón si ningún tipo de plastificado que a la larga provocara que se estropeé al igual que pasaba con los álbumes de fotos, pero que con esas maravillosas ilustraciones de la portada y contraportada será una pena.
Ronson es una historia sin concesiones que te golpea hasta dejarte sin aliento, tanto por lo duro de algunas partes de la narración como por el viaje en nuestros propios recuerdos al que nos invita. Un trabajo de una enorme madurez que nos habla sobre los intrincados resortes de la memoria a través de un relato de la vida en los pueblos durante la dictadura. César Sebastián firma un impactante debut en los cómics de larga duración con una obra de una calidad brutal que se sitúa en primera fila para aparecen en todas las listas de lo mejor de este 2023 y convertirse en candidata a todos los premios, aunque en lo que va de año ya han aparecido unas cuantas obras que se lo pondrán muy difícil.
Lo mejor
• La alquimia que se produce entre un dibujo aparentemente frio, la dureza de algunas de las cosas que nos cuenta y el melancólico lirismo de los textos.
• La secuencia con el guardia civil.
• El retrato sin concesiones de una época que no está tan lejana.
Lo peor
• Al estar en cartón sin ningún tipo de plastificado con el tiempo y las sucesivas relecturas la portada se acabará estropeando.
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